Los árboles que no nos dejan ver el bosque

Enrique Valero

PONTEVEDRA

18 mar 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

TPoca resonancia está alcanzando este 2011, Año Internacional de los Bosques. Lástima. Sería una ocasión única para abrir un necesario debate sobre el destino de los nuestros, superando la estéril y enquistada controversia entre producción-conservación, alectonía-autoctonía, política forestal o campaña contra incendios, que lastra desde hace décadas este sector, estratégico para Galicia.

El escenario internacional actual, que superó aquel debate en los años 90, creando los principios de gestión forestal sostenible, discurre por unos planteamientos que apenas se parecen a los todavía manejados por estas latitudes. Así, la Comisión, basada en su Estrategia Forestal y el Plan de Acción Forestal Europeo, promueve un cuadro de herramientas políticas venideras, condensadas en términos de competitividad, empleo y, lo que ya se llama en Bruselas, ?economía verde?.

Sorprende así que, entre esas políticas, se encuentre la promoción del uso de la madera y de los productos forestales, ya en marcha en muchos Estados miembros.

Se fundamenta en tres ejes: El demostrado efecto ?secuestrador? de CO2 que tiene este material, frente al nulo que tienen otros, como el aluminio o el hormigón, a lo que hay que sumar que estos necesitan de 4 a 6 veces más energía durante su proceso de fabricación, con una enorme emisión de gases de efecto invernadero.

El efecto ?almacén? de C (carbono) que las masas forestales acuñan en el tronco, ramas, raíces, hojarasca y materia orgánica del suelo. La FAO evalúa que los bosques reforestados suponen menos de un 2% de la superficie agraria del planeta, pero fijan 2,5 GigaTm. de CO2 al año. De ello, el enorme interés en realizar un manejo forestal ?consciente? en C con fertilización, aclareo de las masas y reforestación de tierras abandonadas. No cabe duda de que los descapitalizados montes gallegos tendrían un interesante papel que jugar aquí.

El de ?sustitución? energética de combustibles fósiles, mediante el empleo de la biomasa forestal. De ahí surge la prioridad comunitaria de que se pase desde los 70 millones de Tm (toneladas métricas) de biomasa en el 2006, a producir 195 MTm en 2020. También en este contexto energético se mantiene por nuestros lares una política energética-forestal que no pasa de tibia. Austria, por ejemplo, ha saltado de 22 plantas de biomasa con 520 MWat. instalados en 2002, a 119, con 1.895 MWat. en 2008.

Estas razones justifican la firme apuesta en clave de política forestal que la UE ha mantenido en los malogrados acuerdos de Copenhague y Cancún sobre Cambio Climático. En esas cumbres se reconoce que un 20% de las emisiones totales del planeta son consecuencia de la deforestación. De ahí, este envite europeo implica un papel de liderazgo mundial y una oportunidad de oro en términos de empleo y ?green economy? forestal. Se puede seguir dogmatizando que los bosques no son la barita mágica al problema, ahora bien, para Galicia, región con pocos y exhaustos recursos naturales, pero con casi 2 millones de hectáreas de monte, la mitad abandonadas, sí sería parte de la solución.