Lidia con moratones en Zacande

PONTEVEDRA

La capea de Meis lleva camino de convertirse en un clásico del mundo del toreo. Eso sí, más de uno acaba lleno de cardenales

27 ago 2007 . Actualizado a las 09:27 h.

Hay que tener buenas piernas para subir la cuesta que lleva hasta la plaza que la parroquia de Zacande, en Meis, ha habilitado para la capea de este año. Pero son muchos los que las tienen, porque el recinto, capacitado para albergar 2.500 personas, casi se llenó para ver el espectáculo.

Cuando a las cinco y veinte de la tarde de ayer se anunció su inminente inicio, los espectadores comenzaban ya a impacientarse y a corear el «que empiecen ya, que el público se va». Realmente, nadie pensaba en irse, porque entretenimiento no les faltaba: aunque los toros estén poco acostumbrados a esos ritmos, dio varias vueltas al ruedo un grupo de gaiteiros cuya actuación fue muy aplaudida desde las gradas.

Su música dio paso a otra con la que la ganadería está mucho más familiarizada. A ritmo de los pasodobles de la banda de música salieron los caballos a la plaza y comenzó el espectáculo. Después, y no sin antes brindar una cerrada ovación a Hilario, el vecino que trabajó preparando el terreno para el recinto, llegó el turno de los astados.

Primero el novillo, que fue toreado por el joven salmantino David Cerezo. El aspirante a torero fue muy aplaudido por el público, entre el que no faltaban las peñas con sus camisetas, como en toda corrida de categoría que se precie.

Cuando David ya había mostrado todo su arte, salió al ruedo el diestro Esteban Remiro, El niño de la ría de Vigo , al que el novillo dio un buen revolcón, aunque afortunadamente sin consecuencias. Por cierto, pese a que su intervención no fue precisa, en la plaza de Zacande no faltaba, por supuesto, un médico dispuesto a atender cualquier contratiempo que se presentase.

Al filo de las seis de la tarde el calor pegaba fuerte, y los abanicos y los pañuelos en la cabeza se fueron desplegando por toda la grada, incluso entre los componentes de la banda de música. Ni siquiera las gotas de lluvia que en un momento amenazaron con aguar el espectáculo consiguieron aliviar el bochorno. Pero no había que preocuparse, porque para refrescarse un poquito no faltó quien trajese capachos llenos de bebidas frías (previo pago, por supuesto).

Después del toreo profesional -sin pinchar a las reses, eso sí- llegó el momento de mayor diversión. Una a una, las cuatro vaquillas fueron saliendo al ruedo para que los espontáneos que lo desearan pudiesen tantear su suerte. Capotes para todos, patrocinados por una mercería que decidió aprovechar la concentración de gente para desplegar todo su merchandising .

Hubo aficionados muy aplaudidos, pero sin duda la estrella del espectáculo fue un hombre vestido de amarillo -fuera supersticiones- y luciendo un raquítico tanga sobre unas mallas. Su disfraz no amilanó a la vaquilla, que no dudó en voltearlo por el suelo en varias ocasiones.

Con esta capea se dieron por cerradas las fiestas del Carmen de Nogueira. Para el año que viene, el proyecto es enriquecer esta cita con cursos de lidia para los jóvenes.