El candidato del PP a la alcaldía, Rosendo Fernández, estrenaba piso. En una operación de márketing, y para subrayar que a pesar de que el uno y el dos de la lista tienen un pasado rural, se han plantificado en una céntrica vivienda del Paseo. Ahora ya pueden decir que son más urbanitas que Cabezas, el líder de aquella corriente del PP que se desvaneció cual azucarillo. A la apertura del piso fueron decenas de militantes. Algunas significativas ausencias y algunas indisimuladas presencias. Allí estaba, radiante, Mercedes Alcalá («¡mírala, mírala!») por si abría alguna puerta. Luciendo barba, Miguel Abad, que se pirra porque se cierre ya la lista. No faltaba Abel Fraga, ese amigo del alma de Rosendo que, quizás por serlo, se quede en el camino a pesar de ser más de la capital que As Burgas. ¿Y Chema Dapena, el chico que predica la división del PP? Llegó tarde pero llegó. ¿Y Benito Iglesias, el inmobiliario? Tampoco, pero también lucha contra los imponderables que pueden frenar su carrera. Y así un largo etcétera de intérpretes de conocido tema «¿qué hay de lo mío?».