Autismo

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

01 abr 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Inés tiene ocho años y dos coletas, que, la verdad sea dicha, le duran poco. En su casa las paredes tienen unos cuadraditos de plástico con dibujos que se llaman pictogramas, con el propósito de que los señale. Así, Inés ordena su cabeza. Pero ella en vez de señalarlos se los mete en la boca, qué le vamos a hacer. No es que no pueda hablar, es que no tiene ni la más remota idea de cómo se hace, porque me imagino que la parte de su cerebro que rige este proceso está desconectada. Solo hace ruidos con la boca. Cuando los agudos se alargan un poco, uno sabe que está cantando una canción, probablemente de los Lunnis. A Inés le han gustado mucho los Lunnis, pero este año han aparecido en su vida los cantajuegos. Es como si Hannah Montana fuera derrocada por Justin Bieber. Le encantan los columpios, pero se desespera cuando están ocupados por otros niños. También le gustan los macarrones con tomate y las olas. Cuando llega el verano Inés se mete en las olas, muy cerca de la orilla, y se queda allí a vivir hasta que llega septiembre. Inés tiene padres y hermanos mayores, tíos, abuelos. Y tiene además una docena de madres y cuarenta hermanos en su colegio de educación especial. Allí Inés es feliz. Y yo, porque ella lo es, también. Pero sobre todo porque sé que está en buenas manos, en las de unos padres de niños como la mía que un día, hace ya muchos años, decidieron organizarse, como discípulos de Tomás Moro, y hoy han creado la utopía. Mañana se celebra el Día Mundial de Concienciación sobre el Autismo. Yo, qué les voy a contar, con mi hija Inés en casa, estoy totalmente concienciado.