Gallegos iracundos, muy litigiosos y... bastante imprudentes

Mercedes Rozas

OPINIÓN

08 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

S uele ocurrir, cuando una obra de arte se solicita para una exposición, que la institución que la cede exija todo tipo de medidas de seguridad: transporte y embalaje adecuados para el traslado, iluminación y climatización ajustadas en el montaje, además de una manipulación profesional y un seguro proporcionado a su valor. Es igualmente bastante frecuente que estas consideraciones protocolarias, en cambio, la institución que habitualmente custodia la obra no las tenga en cuenta en sus propias salas; como si el peligro solo existiera fuera. El Códice Calixtino es una joya bibliográfica única, que nunca se presta para una exposición. Demasiado valiosa como para arriesgarse a que se deteriore o se robe. Una de las últimas ocasiones en las que se requirió fue para la muestra castellana Las tres edades del hombre y el alto seguro impuesto por el cabildo compostelano hizo desistir a los organizadores de llevársela. Curioso, sin embargo, que en la catedral de Santiago no le tuvieran una póliza individual, asegurando el Liber Sancti Iacobi integrado en el conjunto artístico catedralicio. De la misma forma se sabe que únicamente tenían acceso a la obra tres personas de confianza, pero el hurto, por las informaciones que han trascendido, fue limpio y sin violencia, lo que da a entender que las obligadas precauciones en una pieza de estas características tampoco se cumplieron. A veces la rutina hace bajar la guardia. Esta sustracción aviva la memoria del robo en 1906, también en la catedral compostelana, de la cruz de Alfonso III el Magno, ornamentada de oro y piedras preciosas, de la que nunca más se volvió a saber. Claro que en aquellos inicios del siglo XX no existían los dispositivos de seguridad de hoy en día: ni televigilancia, ni cajas blindadas, ni mucho menos sensores de alta sensibilidad que saltan a la mínima en caso de que alguien ose simplemente acercarse. Parece increíble que en la era de la tecnología no se hayan contemplado prevenciones mayores para este excepcional manuscrito dictado en el siglo XII y constituido por cinco libros, entre los que se encuentra el escrito por el peregrino Aymeric Picaud que entre otras cosas define a los gallegos como «iracundos y muy litigiosos». Hoy el clérigo galo seguramente añadiría que además de bastante imprudentes.