Lamento, tesis y lección del Códice

OPINIÓN

08 jul 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

C uando Roberto Varela, conselleiro de Cultura, decidió publicar en gallego el Códice Calixtino como obra monumental, no podía sospechar el valor simbólico de la decisión. Fue como darle vida a una joya que iba a desaparecer misteriosamente un año después. Alberto Núñez Feijoo escribía en el prólogo a esa edición: «Es un cimiento de la memoria, la conciencia y la identidad colectiva de nuestro pueblo». Hoy, muy impresionados, alarmados y profundamente dolidos, sentimos que con su robo nos han arrebatado mucho más que un tesoro: nos han arrebatado ese cimiento de memoria, conciencia e identidad. Es como si nos hubieran quitado la parte más sensible de Galicia. No se entiende que un libro guardado celosamente durante 800 años se haya perdido en el período en que se dispone de más, mejores y más sofisticadas medidas de seguridad. El relato que ayer hizo el deán José María Díaz y lo que se desprende de las primeras indagaciones periodísticas nos sitúa a medio camino entre la magia y la novela; entre el misterio y el robo perfecto tantas veces contemplado en el cine: un recinto acorazado, cámaras de vigilancia... y ni una huella, ni una cerradura violentada, ni un solo desperfecto. Únanse esas percepciones a los enigmas de una catedral, al arcano del xacobeo, a las primeras palabras que se negaban a hablar de robo, y se tendrá la base para una narración fantástica. Pero no hay fantasía que valga. Si el Códice ha desaparecido, es que alguien lo ha llevado. Me da igual que sea robo por encargo de millonario caprichoso o trabajo de un delincuente común: alguien se lo ha llevado. Si se han burlado las medidas de seguridad, sus instaladores tendrán que decirnos qué garantía tenían. Y la más elemental aproximación al hecho dice que el autor o autores conocían el escenario y su funcionamiento; posiblemente se hicieron con una copia de las llaves; y, desde luego, sabían manejarse entre los sistemas de alarma. O esos sistemas fallaron, o eran una chapuza o fueron anulados. Y no hace falta haber leído muchas novelas para percibir que estamos ante el trabajo de grandes profesionales del delito, que habían conectado con alguien próximo a las personas autorizadas a entrar en el recinto. El caso es que Galicia ha perdido su más importante tesoro documental. Hemos pasado del robo de iglesias de aldea al robo selecto del máximo valor. Quizá se tarde años en descubrir a los autores, pero al final siempre se descubren, como demuestra el desenlace de tantos saqueos de obras de arte. Lo que ahora queda es un mandato: si se ha podido sustraer el Códice Calixtino con tan aparente facilidad, ningún otro tesoro artístico está libre de peligro. Si la única medicina es prevenir, sépase que la única prevención efectiva es invertir en seguridad. Lo malo es que nos damos cuenta cuando el daño está hecho y no cabe reparación.