El robo de arte cotiza al alza

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa REDACCIÓN/LA VOZ.

CULTURA

La crisis y la globalización multiplican este tipo de delitos cuando se cumplen 25 años del hurto en el Museo de Belas Artes de A Coruña de dos tablas de Rubens

28 dic 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El robo de arte cotiza al alza en este mundo de mercados -blancos y negros- globalizados y sacudido por una crisis económica de singular crudeza. El 27 de noviembre unos cacos afanaban, en un desolado polígono industrial de Getafe, un camión cargado de obras firmadas por gigantes como Picasso, Botero, Chillida, Julio González y Antonio Saura. La exclusiva mercancía, valorada en unos cinco millones de euros, fue recuperada tres semanas después por la policía tras seguir la torpe pista dejada por los ladrones en una chatarrería madrileña en la que habían malvendido al peso una escultura de Chillida por unos treinta euros. Los agentes rescataron así 34 de las 35 obras robadas, pero todavía no han echado el guante a los autores del hurto, que, por el precio que sacaron en el desguace, no son exactamente especialistas en la materia.

Apenas unos días después, la alarma saltó en la otra orilla del Atlántico, en Nueva York. En esta ocasión los delincuentes, tampoco precisamente de guante blanco, recurrieron al clásico butrón para tumbar la pared de un apartamento de Manhattan y, aprovechando el puente del Día de Acción de Gracias, birlar 750.000 dólares en obras de autores americanos como Roy Lichtenstein o Andy Warhol. La policía neoyorquina, que había guardado un discreto silencio desde el suceso, hizo pública la noticia el pasado fin de semana para solicitar la colaboración ciudadana en su investigación. Por el momento, no hay ni rastro de los grabados. Ni de los delincuentes.

La expansión del negocio del robo artístico se produce, curiosamente, cuando se cumple un cuarto de siglo del suceso que plantó a Galicia en el epicentro del crimen internacional: el hurto de las dos tablas de Rubens del Museo de Belas Artes de A Coruña.

Óleos en el abrigo

Sucedió la mañana del 16 de septiembre de 1985 en la antigua sede del museo, en la centenaria Casa del Consulado. Según los testimonios recogidos en su día por los agentes, el ladrón (un coruñés afincado en Estocolmo) entró a cara descubierta en la sala y ocultó los valiosos óleos en el «amplio abrigo» que vestía. Luego salió tranquilamente a la calle Panaderas y se esfumó. Al igual que los Rubens.

Hasta ahí, una operación limpia. Tan limpia que dejó boquiabierto al bedel del museo ante la pared vacía. Pero luego el caco cometió un error de bulto. Volvió a Suecia con su botín y se presentó en el Museo de Estocolmo para que los expertos autentificasen El laberinto de Creta . Y lo hicieron. Pero también telefonearon a la policía. Tras diversas peripecias judiciales, la tabla fue devuelta al Ministerio de Cultura en octubre de 1988 y, después de someterla a un minucioso proceso de restauración, regresó al museo. Más tortuoso fue el periplo del otro óleo, La Aurora , que la policía rescató de las garras de la mafia nicaragüense en Miami en 1991.

No obstante, si hablamos de robos con arte la plusmarca sigue hoy en día en manos de los autores del asalto en 1990 al Museo Isabella Stewart Gardner de Boston. Los ladrones, que tuvieron la sangre fría de disfrazarse de policías para la faena, birlaron doce pinturas tasadas en 300 millones de euros y que lucían la firma de Vermeer, Rembrandt, Manet y Degas.