Las mejores vacaciones tienen abuelos

Yolanda García, Ana Cuíñas, R.N., Melissa Rodríguez

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XAIME F. RAMALLAL

Todo un verano azul con los yayos. Son imprescindibles hoy en día tanto como el móvil. Gracias a los abuelos, muchos niños han disfrutado de los mejores cuidados y de un verano de diez. Aquí la mejor remuneración les llega en forma de mucho cariño

16 sep 2018 . Actualizado a las 14:42 h.

El verano vuela con los abuelos, sobre todo cuando hay campo para correr sin parar y otros niños para jugar. En Viladesuso (Cervo), en la Casa de Os Caxotos, las vacaciones son como un parque de aventuras rural-rural. Laura, Arola, Sara, Lucía y David, de entre 6 y 13 años, son los primos que se juntan cada verano en casa de los abuelos. Las dos primeras residen en A Coruña y los otros tres en Narón (Ferrol). Los visitamos cuando preparan con sus padres el regreso a casa. Muchos besos y un abrazo de oso a Josefa Valle Costa y a Antonio Díaz González, sus abuelos. Se merecen esta despedida tan cálida, y mucho más, tras un verano cuidándolos, mimándolos en este paraíso estival. ¡Ay! ¡Qué haríamos sin los abuelos de Viladesuso!, piensan los progenitores. «Estar sin los papás mola mucho. A ver, porque los abuelos te permiten muchas más cosas que los padres», sonríe la mayor del grupo, Laura. «Lo que más nos gusta es que estamos todo el día en el campo con los animales», explica Sara. De hecho, cada uno tiene aquí su propio gato y el benjamín, David, un perro. Juegan al escondite, al baloncesto o quedan con otros niños de la aldea. «Encóntranse cos nenos do lugar e xogan todos xuntos. Parecemos os de Verano azul... Coma os de Verano azul!», exclama la abuela. Sin dejar de mencionar el curso de agricultura acelerado que reciben cada verano, ayudando en las tareas de la huerta familiar. No es trabajo. Para ellos es aventura especial.

«Cobramos en cariño»

Josefa tiene maña en la cocina. Y los nietos, a la mejor chef. Laura no se decide por su plato favorito: «Es que hace tantas comidas bien...». Lucía, Arola y Sara coinciden: «Guiso de merluza». Pero lo que más sorprende es el gusto de David: «¡El brócoli!». «Eu fágolles de comer pero o demais fano eles. Non dan que facer». De hecho, los abuelos creen que salen ganando más ellos con este intercambio vacacional. «Estamos máis contentos con eles ca sen eles. Estamos moito mellor e máis activos», dice Josefa. «Cando marchan estamos como atrofiados», replica Antonio. La remuneración por servicios de «guardería» en este caso toca al corazón. «Cobramos en cariño», señala la abuela, quien reconoce lo diferente que es criar hijos y criar nietos: «Agora só tes a preocupación de atendelos e gozar deles». «Eu quero que veñan todos xuntos porque pásano mellor», finaliza ella.

Tras este día de despedida, no pasará mucho sin que los niños les pregunten a sus padres, con esa insistencia infantil tan habitual: «¿Cuándo vamos a ir a Cervo?, ¿Cuándo vamos a ir a Cervo?...». Elemental.

Ahora le toca el turno de palabra a Raquel de Arriba Pastor, madre de Laura y Arola: «Ellas son afortunadas porque, claro, no todos los niños tienen aldea. Cuando vienen aquí saben que tienen una calidad de vida distinta. ¡Y no todos los abuelos aguantan a cinco nietos... así de golpe!», reconoce.

Santi M. Amil

«Algunos caprichos se les cumplen, pero no todos»

Olga Malingre. Abuela de Eva y Martín: «Lo único que me cansa es que no me obedezcan, lo demás es todo recompensado con los buenos momentos que me hacen pasar»

Las vacaciones no hubieran sido lo mismo sin ella: la familia. El verano es tiempo de campamentos y de actividades, pero también de abuelos. Y es que de ellos es el número de emergencia que siempre hay que tener a mano. Dispuestos a cubrir cualquier situación, no importa si hay que combatir un catarro, si hay que acompañar a los niños a su quinta actividad de la semana o si toca cubrir un turno de noche completo. Ellos están las 24 horas. Y en verano, más. Y si no que le pregunten a Eva y Martín Fernández, dos pequeños que pasaron con su abuela buena parte del día durante sus vacaciones. Tienen 7 y 6 años, respectivamente, y este verano no fueron pocas las ocasiones en las que ambos jugaron en el ourensano parque de San Lázaro ante la atenta mirada y los mimos de su abuela Olga, que intentaba no perderles ni un segundo de vista. «No se les puede quitar un ojo a estos chicos porque los pierdes en un instante», narraba entre risas.

Los padres de Martín y Eva trabajan por las mañanas, de manera que, mientras duraron las vacaciones, Olga se encargó del cuidado de sus nietos en ese horario. Para ella cada mañana con los nietos es una nueva aventura y no se va a la cama sin recordar alguna anécdota del día. En realidad, la hazaña comenzaba ya por la noche porque Martín y Eva durmieron habitualmente en casa de su abuela. «Sus padres madrugan mucho y de ese modo descansan un ratito más, el sueño es muy importante para ellos», explica preocupada Olga. Después de un buen desayuno, los tres solían bajar a la calle a dar un paseo al sol o a pasar la mañana en algún recinto infantil donde los pequeños pudiesen jugar entre ellos y al aire libre. Porque si hay algo que Olga y ninguna otra abuela soportan son «las maquinitas» a todas horas.

Que los padres educan y los abuelos malcrían es un tópico que Olga se encarga de desmentir. «Algunos caprichos se les cumplen pero no todos, es importante enseñarles y educarlos, desde el cariño y el amor siempre, con cierta disciplina y valores», dice Olga que, mientras columpia a Eva, trata de hacerle algún guiño a Martín para que sepa que está observando cada uno de sus regates futbolísticos.

Con las miradas que se dirigen se da uno cuenta de que ambas partes son conscientes de la suerte que tienen. Los padres son guais pero los abuelos molan el doble.

ANA GARCIA

«Yo me quedo aquí hasta que me muera, abuelo»

Pilar y Ernesto. Abuelos de Nuria y Rubén. «Eles na nosa casa están encantados e a nós dannos a vida porque nos rompen a rutina. Iso si, cando chega a noite estás desexando ir para a cama», dicen entre risas estos abuelos, que se complementan a la perfección con sus nietos

Pasar un verano en Galicia es de por sí muy placentero. Pero si a eso se le suma que sea en la Costa da Morte, con mil y una playas para visitar en cada municipio, ya es un sueño hecho realidad. Eso le sucedió a Nuria y a Rubén, de 6 y 9 años, respectivamente, en estos meses de sol y calor. Ella de Vigo y él de Gerona vinieron a parar al concello de Ponteceso desde nada más acabar el colegio. Allí residen sus abuelos, Ernesto Pet y Pilar Lema, encantadísimos de tenerlos con ellos.

«As nosas fillas viven fóra por motivos de traballo, e ata que comeza o novo curso están aquí con nós. Os pais veñen de vez en cando», explican los jubilados.

Para Nuria, estas vacaciones ya son habituales, porque lleva haciéndolo desde que nació. Pero para Rubén, este verano fue único: «O ano pasado quedou 15 días aquí, estivo perfecto, e este xa quixo vir por máis tempo. De feito, agora pregunteille se quere ir de volta para Xirona e xa me dixo: ‘Yo me quedo aquí hasta que me muera, abuelo’», cuenta Ernesto. Y es que en este pueblo, los niños llevan una vida totalmente diferente. «Erguémolos pola mañá e levámolos a unhas escolas deportivas e culturais. Despois comen, fan algo de deberes e, á tarde, van á praia, imos camiñar ou facemos xogos. Están encantados coa natureza de aquí», asegura Pilar. Y es que ahí está la clave. Un día, incluso salieron a recoger flores para hacer colonias y guardaron el frasquito en la nevera para luego enseñárselo a sus padres. «Nos areais e nos parques tamén notan a diferenza, pois son máis tranquilos. Empápanse da nosa cultura», añade la abuela. Y tiene razón. Rubén, ahora habla ¡hasta tres idiomas!

Pero no solo disfrutan los pequeños: «A nós dannos vida porque nos rompen a rutina. Iso si, cando chega a noite estás desexando ir para a cama», confiesan ambos entre risas. Los abuelos también piensan en el futuro: «Gústanos que veñan para que cando sexan maiores teñan amigos aquí e lles chame máis vir». Durante el invierno, los echarán «moito de menos».