Martiño Rivas: «Ahora me llegan proposiciones de matrimonio desde Costa Rica»

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Empezó delante de la cámara en la serie «Mareas vivas» y creció en «Maridos e mulleres». Pero dio el salto al panorama nacional en «El internado». Nunca tuvo un plan B, actuar es su vida y ahora llega su momento, en el estreno de la tercera temporada de «Las chicas del cable»

23 ene 2019 . Actualizado a las 20:41 h.

Martiño Rivas (Vimianzo, A Coruña, 1985) lo vale todo. Más majo que las pesetas y muy familiar, tiene claro para quién es la primera llamada si hay una novedad que contar: «Si me dan un papel llamo a mi madre», confiesa.

-Cuando le dijiste a tu familia que querías ser actor, ¿te apoyaron o se echaron las manos a la cabeza?

-No, no creo que nunca hubieran sido reacios a ese camino. En realidad nunca se produjo una conversación de ese tipo. Empecé en Mareas vivas cuando tenía 13 años, fui a un cásting abierto que se celebraba en Camariñas y me cogieron. Fue mi primera experiencia así, luego fueron sucediendo cosas de forma natural, no me tuve que pronunciar al respecto.

-¿Cuáles son tus mejores recuerdos de cuando rodabas «Mareas vivas»?

-Me reía mucho con Luis Tosar, él hacía de mi padrastro, bueno... más bien yo hacía de su hijastro [risas] y él tenía el papel de serio, pero fuera de escena te partías de risa con él. De pequeño asocias el trabajo a una carga, pero al llegar allí me di cuenta de que toda esta gente aparte de trabajar también se divertían mucho ¡y estaban muy locos! Yo no sabía qué quería hacer con mi vida, pero quería ser un poco loco, como ellos.

-¿Y echas de menos ese momento, vivir en Galicia?

-Sí, claro, echo de menos a la familia, el clima... La patria de uno es la infancia, y toda mi infancia ha sido ahí excepto un año que viví en Dublín, que además era muy similar a Galicia. Todo está ligado a mi infancia. También viví en Tui, en Arzúa, en Vimianzo... mis mejores recuerdos giran en torno a esos años.

-¿Y por qué cambiabas tanto de casa?

-Es que mi madre es profesora de instituto. Entonces, al empezar no tenía un destino fijo, la iban destinando a distintos lugares de la geografía gallega. El primer destino fijo que tuvo fue Vimianzo, donde estuvimos siete años.

-¿En quién te fijas a la hora de actuar?

-Me fijo en los que están siempre en su lugar y no se dejan llevar por su ego. Me encanta Emilio Gutiérrez Caba y otros muchos compañeros con los que he tenido la suerte de trabajar, como Luis Zahera, Tosar, Miguel de Lira... En verdad el culmen de mi carrera sucedió cuando tenía trece años [risas]... Desde entonces todo ha ido cuesta abajo.

-¿Cómo crees que se consigue forjar un sello propio? ¿Tienes el tuyo?

-Creo que todavía estoy en una fase de formación. En cada proyecto empiezas de cero, te pones a prueba y yo noto que no tengo un método. No repito cosas en el tiempo a la hora de actuar. La historia, el momento en el que estás o con quién trabajas es lo que te va imponiendo el trazado. Tengo la sensación de que cada vez que me llega un papel nuevo es como un enigma a desentrañar. Nunca pienso que lo voy a dominar a la primera. Lo que sí es verdad es que cada vez me siento más a gusto conmigo mismo, estoy más calmado.

Amos Ruiz

-¿Qué tal llevas lo de madrugar para los rodajes?

-Pues lo que voy llevando mejor es lo de irme a dormir a una hora prudente, aunque cuando me siento más lúcido es por la noche... voy aprendiendo. Cuando me salió el trabajo de Maridos e mulleres me llamaron y me dijeron: «Mañana tienes que estar aquí a las seis». Y yo, inocente de mí, dije: «¿Pero las seis de la mañana o de la tarde?». Y él me dijo: «¡De la mañana, claro!», y yo le dije: «¿Y eso por qué?». Y me dijo: «¡Por el sol!». Colgué el teléfono y pensé... ¿Por el sol? ¿Pero qué somos, granjeros? [risas].

-¿Se va tu timidez en el momento en que empiezas a rodar?

-Se va, es lo mágico de este oficio. Es una de las razones por las que me dedico a esto. La mayoría de los actores que conozco son tremendamente tímidos. Creo que tiene que ver con que tenemos miedo o vértigo de que lo que sucede en la vida no depende de ti mismo, por depender solamente del destino. En la interpretación tienes unos instrumentos y ya sabes cómo se va a desarrollar la historia, sabes cuál es el comienzo y el final, no hay sorpresas. En la vida no sabes por dónde te van a salir las cosas, y para mí esto de ser actor es un alivio, por lo menos durante unas horas sé lo que va a suceder en mi mundo, es muy terapéutico para mí [risas].

-¿Y qué habría pasado si la primera vez que te dijeron un «no» lo hubieras dejado?

-No, es un imposible. No contemplo la rendición en ese aspecto, siempre dicen que hay que tener un plan B y yo no lo tengo. Si no pudiera ser actor, intentaría escribir, estar en el departamento de arte o producción, pero siempre algo vinculado a la televisión, al teatro, al cine... Algo de esto. De pequeño quería ser futbolista. Era el raro porque en Vimianzo todos querían ser palistas y tener un chimpín, pero a los 10 años me di cuenta de que no tenía las facultades para ser futbolista. Pensé en ser fisioterapeuta también, pero luego dije: «¿Qué hago yo en Fisioterapia?». Así que si no pudiera trabajar algún día como actor, querría estar cerca. Me parece una profesión mágica.

-Entonces, ¿hemos perdido a un gran futbolista o hemos ganado un buen actor?

-No, un gran futbolista seguro que no. Jugaba en el Relámpago de Elviña y mi entrenador un día en un partido, en el que estaba bastante cabreado, por cierto, porque íbamos ganando 3-0 pero parece que no le parecía suficiente... Cogió y me dijo: «Martiño, tú eres especial por dos cosas: la primera, nunca he visto a nadie que corra tanto en un campo de fútbol como tú, y la segunda, nunca he visto a nadie que corra tanto ¡sin sentido!». Fue una frase lapidaria en mi carrera futbolística. Me hizo abrir los ojos. Técnicamente era muy limitado.

-Carlos Cifuentes, de «Las chicas del cable», es muy ambicioso, y a veces, un poco malcriado. ¿Te llevarías bien con él en la vida real?

-Es un poco bocazas pero tiene buen corazón. Al menos le dejaría que me invitara a un par de cervezas...

-¿Qué harías si pudieras teletransportarte a los años veinte?

-Me daría un paseo por la dársena coruñesa. Me gustaría ver cómo era Coruña entonces, pasearía por la Calle Real, por el Obelisco, iría a ver el castillo de San Antón, que seguro que estaba impresionante y separado del paseo por aquella época. Me daría un paseo largo y luego me echaría una siesta en la torre de Hércules. El recorrido por Coruña no puede dejar de lado donde ahora están los edificios del Papagayo, subiendo la calle Panaderas hasta donde estaba el Campo da Leña. Cuando yo era niño, el Papagayo era el barrio chino, el barrio más lumpen y oscuro de Coruña. Me habría encantado darme un paseo por ahí en los años veinte. Si volviese a esa época, también me hubiese encantado llevarle un brazo biomecánico a Valle-Inclán, aunque fuese a cambio de estar compartiendo una o dos horas de conversación, porque él era un gran moderno. Tenía un mundo interior tan personal y una imaginación tan increíble que casi parece que pudiera formar parte de una de sus historias. Ese brazo sería una forma de agradecerle su legado.

Manuel Fernandez / Netflix

-¿Se ha notado mucho el salto internacional al hacer una serie de Netflix?

-No lo he notado mucho la verdad, solo que ahora en el Instagram me llegan algunas proposiciones de matrimonio desde Costa Rica, pero aparte de eso nada nuevo [risas].

-¿Cuál es la palabra que más dices a lo largo del día? ¿Y por qué?

-[Se escucha el sonido «Bfffff»] No es una palabra, es una espiración sonora, el sonido de la resignación, creo...

-¿Y qué te pasa a ti para que hagas eso tantas veces?

-Pues... yo planeo mi vida por la mañana, antes de salir de casa, y a lo largo del día todos los planes se me van a la mierda. Siempre me ocurren todo tipo de desgracias [risas].

-En una entrevista nos contaste que te sacaste el carné a la séptima...

-Buah, sí, maldito el día en el que conté eso públicamente. Creo que era una forma de superarlo, dije: «¡Si le cuento esto al mundo ya no tengo por qué avergonzarme!». Era una forma de superarlo, pero ¡madre míaaa!

-¡Y encima cuando te lo sacaste nadie te cogió el teléfono! ¿A quién llamas primero cuando te dan algún papel?

-A mamá siempre.

-Y desde entonces, ¿te has comprado algún coche?

-No, no tengo coche. Cuando me saqué el carné teníamos un Renault 5 y mi familia me dijo: «¡Venga, para practicar úsalo!». Y tuve un accidente siniestro total a las tres semanas. También es que con un Renault así te podía pasar cualquier cosa. Y el arreglo cuesta más que comprar otro nuevo. Más adelante, mis padres se compraron otro coche y me pasaron el que tenían viejo. Ese sí que me duró más. Dos meses o así. Hasta que también lo siniestré. Entonces ahora no tengo coche.

-Mejor...

-Ja, ja, ja. Ahora voy en metro.

-¿Por la seguridad nacional?

-Sí, efectivamente, es un sacrificio que hago por este país [risas].

-¿Qué haces cuando no ruedas?

-Bueno, la verdad es que lo excepcional es cuando ruedas. Normalmente los actores estamos parados. Es uno de los aspectos que más desencuentros me produce el tener este trabajo. Cuando te sale algo te absorbe totalmente, y cuando no haces nada, el día es un amplio horizonte por rellenar para no acabar medio loco.

-¿ Y con qué rellenas esos días?

-Intento apuntarme a cualquier cosa, hago múltiples actividades, leo mucho, veo películas, voy al teatro... Aunque no trabaje, sí que suelo ver la vida desde la lente artística, intento que todo lo que investigo en esas fechas lo pueda utilizar cuando trabaje. Vivo la vida con curiosidad.

-Lees muchas biografías. ¿Te gustaría que escribieran la tuya?

-Leo de todo, me gustaron mucho las de Brando, John Huston, Elia Kazan... Me gusta informarme sobre la vida de los actores y los directores. Mi padre tiene unas memorias preciosas y cuando lo leo siento admiración, tiene una capacidad increíble para identificar lo mágico de lo común. Pero no, mejor que no escriban la mía, casi les llegaría con un tuit de momento...

-¿Qué ventajas e inconvenientes tiene tener un padre escritor?

-Inconveniente ninguno. Ventajas, que siempre estaba en casa. A mí de pequeño me costaba entenderlo, nos decía: «¡Estoy aquí pero no estoy aquí!». No nos dejaba entrar en la habitación, y eso cuando era pequeño no lo asimilaba.

-Bueno, ya queda poco de entrevista, que te he raptado media hora...

-Esto es para vengarte por haberte hecho esperar antes [risas]. Está bien, lo acepto.

-¿Cuál dirías que es tu sitio preferido para perderte en Galicia?

-La playa de Carnota, Boca do Río, alguna piedra de San Amaro para tomar el sol en A Coruña, pasear por la Torre, me parece que es un lugar salvaje, es un paisaje que hay que preservar porque es superauténtico.

-¿Tienes algún retiro espiritual para prepararte tus papeles?

-No, el mundo es mi escenario. Cuando preparo un papel no lo estudio en casa, todo lo que leo se viene conmigo, voy constantemente repasando, vaya por la calle andando, en el metro... Recuerdo que cuando hice un máster en Londres iba todo el día hablando solo en el metro, la gente se pensaba que estaba loco, te da mucho poder, se acordonaba una zona a mi alrededor por estar majara y yo podía dar rienda suelta a mi imaginación. Si corro por El Retiro, se lo voy contando a los árboles.

-Parece una dedicación absoluta.

-Ya, ¡no, hombre, no! parece aquí que voy todo el día hablando [risas]. No es un sacrificio, es algo que convive conmigo. La interpretación es mi compañera de viaje.