Yo fui la primera patrona de Laxe

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ANA GARCIA

ESTA MARINERA DE LAXE fue de las primeras mujeres de la Costa da Morte en ir enrolada en un barco, ser patrona, armadora, redera y vendedora de pescado. Lo que empezó siendo un trabajo por necesidad se convirtió en la pasión de su vida, y ahora, medio siglo después, recuerda en forma de poesía toda una vida entregada al mar

03 sep 2018 . Actualizado a las 00:30 h.

María Teresa Domínguez Busto (Laxe, 1951) es una mujer de armas tomar. Con solo 14 años comenzó a ir al mar con su padre en lancha. De 11 hermanos, de los cuales 5 eran chicas, ella era la mayor y tenía que ayudar para sacar la casa adelante. Por aquellos tiempos, capturaban pescado de roca con trasmallos. Y a ella nadie la enseñó. «Veía a la gente trabajar y yo, de tanto que me gustaba, aprendí», explica.

Por el invierno, con mal tiempo, no salían a faenar, y ella se buscó otro trabajo, el de redera. Aprendió, también, a base de experiencia, pero lo que la convirtió en la más cotizada del pueblo fue su amor por la aguja: «Hacía las redes de todos los barcos; era muy rápida», recuerda.

ANA GARCIA

Las noches no eran sinónimo de descanso para María Teresa. Las pasaba en vela calcetando jerséis para sus hermanos. «Mi madre me apagaba la luz para que no trabajara tanto, pero yo seguía», cuenta. Y es que todo lo que sus manos tocaban eran un éxito: «Los barcos que venían de fuera decían que yo era la más trabajadora», relata. Pero la clave siempre estuvo en su pasión por el mar: «Lo viví, lo sigo viviendo, lo llevo en el alma», dice con emoción.

MEDIO SIGLO CON EL MAR

Tiene ahora 67 años, estuvo más de medio siglo ligada al mar y ahora, retirada, aún le echa una mano a su hijo, ese al que le contagió su amor por este trabajo y que salió «clavado a su madre», apunta con orgullo. La mayor parte de sus hermanos también viven del mar. Todos, con el mismo: «Salimos de la nada y, a base de esfuerzo y sacrificio, crecimos», explica. Teresa lleva una larga trayectoria.

A los 23 años se casó con su marido, que tenía un barco en sociedad, el Lozano. Diez años después, pusieron fin a ese negocio y compraron una embarcación más pequeña, el Cara o Cruz. Pero la cosa no fue bien, de modo que adquirieron El Chino, con ayuda de un préstamo.

Su marido padecía problemas de hígado. Fue en ese momento cuando ella se planteó: «Si algún día le pasa algo, la casa no me la van a llevar. Tengo que sacar adelante esto como sea». Y así fue que se quitó el carné para navegar y todo lo necesario para ser marinera. Y por un accidente que sufrió su marido a bordo, llegó ese día en el que tuvo que tomar las riendas: «Éramos mi hijo de 15 años y yo los que dirigíamos el barco y faenábamos, y al llegar a tierra íbamos a vender el pescado», relata con coraje. Algo que destaca es que siempre llegaba a tierra «limpia y arreglada».

Con 36 años, debido al fuerte temporal que azotaba la Costa da Morte decidieron marcharse para Avilés, donde primero recuperaron el Lozano y, luego, construyeron uno de hierro. Fue allí en Asturias donde se llevó el mayor susto de su vida a bordo: «Una vez, entrando en Avilés, pensamos que nos comía el mar. Le dije a mi hijo: ‘Cógete el salvavidas y nos subimos a los palos del barco, que aquí solo la Virgen nos puede salvar’. Y cuando ya estábamos arriba, recé, se calmó algo la cosa y pudimos ir hacia Gijón», recuerda entre lágrimas.

No obstante, pese a todo lo vivido, dice orgullosa: «Me gustaría tener de nuevo 40 años para poder volver a faenar en el mar. Nací por y para esto». Ahora, plasma todo lo vivido a bordo en poesías: «Las cosas, sobre todo malas, me quedaron en la mente y me sale escribirlas», dice. De nuevo, nadie le enseñó. Le sale «de dentro», cuenta. Su pieza más destacada es Homenaje a los voluntarios del Prestige, un desastre natural por el que lloró a mares.