Todo por una plaza

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miguel souto

PARALIZAN SU VIDA Renuncian a salir, a ver a sus amigos y hasta a disfrutar de sus aficiones. Aquí uno deja de ser uno para convertirse en opositor. Hablamos con la que acaba de empezar, el que lleva años presentándose a todo lo que puede, la que sacó su plaza después de una eternidad y el que aprobó a la primera. ¿Suerte? No, mucho esfuerzo.

01 abr 2017 . Actualizado a las 10:35 h.

A las siete y media de la mañana arranca para la biblioteca de la Facultad de Historia de Santiago y al mediodía vuelve a la de su pueblo, A Estrada, para volver a encerrarse toda la tarde. Este es el planing de estudio de Andrea Pérez de lunes a viernes, porque los fines de semana los pasa en Ourense para prepararse también con un formador. A sus 25 años, muchas semanas no se toma ni un solo día de desconexión. Por ella que no quede. «Hay veces que vuelvo a empezar el lunes de empatada, sin descanso», dice Andrea, que asegura que no podría intentar esto sin su familia: «Mis padres me dan apoyo moral y económico, si no, no podría. Ya solo las clases y dormir en Ourense todos los fines de semana es un gasto». Claro que ella no contempla otra alternativa que no sea hacerse con su plaza: «Es que no cabe en mi cabeza no aprobar. Soy consciente de mis limitaciones, pero estoy muy tranquila y animada. Si no crees en ti misma...» , señala.

Será que le vienen por vena, pero a esta chica nadie le quita las fuerzas. «Mi abuelo ya fue profesor», apunta. Y eso que empezó la carrera de Historia queriendo ser egiptóloga: «Iba con esa idea, pero luego me encantó la historia moderna y la medieval. En tercero ya tenía claro que quería ser profesora, aunque después me llevé el disgusto cuando quise entrar en el máster y no me admitieron en la primera tanda. A la segunda ya conseguí entrar en Ourense y fui la única que entré de esa segunda llamada de la lista de espera».

Hace dos años que se decidió a empezar en esto de las oposiciones y Andrea se ha presentado ya en tres comunidades diferentes: Galicia, Madrid y Asturias. «Yo quería intentarlo y no solo llegar aquí con los nervios. Además en Madrid se mueven más las listas», cuenta Andrea, que por si las moscas también lo intentó en Oviedo. ¿Que si se estudió todo el temario? Todavía no: «A día de hoy aún no me he estudiado los 72 temas. Bajo mi punto de vista es inabarcable, y además tampoco puedes preparar todas las prácticas. ¿Cuántas obras de arte hay en el mundo? ¿Cuántas cosas pueden caerte de geografía, por ejemplo? Pero mira, yo lo voy a intentar». Y tanto que lo intenta. El año pasado le cayó un tema que todavía no le había dado tiempo a estudiar y, aun así, llenó diez carillas. «Tienes que estar media hora en el examen y yo creo que eso nos salva a muchos de tirar la toalla», explica. Pero lo más difícil no son los tutes de estudio.

«SÉ QUE LO CONSEGUIRÉ»

«A nivel psicológico es difícil, frustrante. No sabes a ciencia cierta si va a haber examen o no, aunque yo pienso: ‘Voy a estudiar como si lo hubiese. ¿Que no? Pues me queda estudiado’», asegura Andrea, que sin embargo también aclara que a veces pilla todo de sopetón: «Cuando dijeron que este año igual volvía a haberlas dije: ‘Mimá, con todo lo que tenía preparado para mejorar este año’. Es abrumador, no quieres que te pase lo que a tanta gente que estudia años sin fecha. Y otras veces van y confirman oficialmente cuatro días antes del examen, como me pasó a mí el año pasado. Te coge de sorpresa y dices: ‘¡Uff!, pero es muy motivador al mismo tiempo saber que tienes una oportunidad».

Andrea va para adelante con todo, aunque sabe que esto tiene un límite. «Si ves que te afecta a la salud creo que ya no merece la pena. Tienes que preguntarte: ‘¿A mí esto me está compensando?’». Cualquiera diría que con este encierro no le queda tiempo para nada, pero tiene pareja desde hace años. «Me ayuda mucho y me ayuda en todo. Es verdad que lo veo poco, pero estoy acostumbrada», señala. En su casa tampoco le ponen diques al mar: «Cuando dije que me iba a presentar en las de Galicia, Madrid y Oviedo la respuesta fue: ‘¿Y por qué no te presentas en más sitios?’».

«Es mi futuro y quiero conseguirlo», dice Andrea sin un ápice de duda. Ella le pone al mal tiempo buena cara, y a los malos temas mucha voluntad: «Igual te toca algo que no te gusta ese día, pero entonces pienso que tiene que haber más días buenos que malos». Su horario no tiene fisuras y hay que darle, toque lo que toque. Le preguntamos si es consciente de que cabe la posibilidad de suspender. «No cabe el fracaso en mí. Será antes o después, pero voy a conseguirlo en algún momento», responde. Y la verdad es que nos convence. Merecido se lo tiene.

Julio Sánchez: «La mitad de las canas me salieron esos días»

XOAN A. SOLER

A Julio no le sonó la flauta, aunque opositara para Audición y Lenguaje y aprobara a la primera. La plaza, que le asegura la vida a sus 30 años, como él mismo reconoce, le costó lo suyo. Para empezar se llevó por delante sus hobbies. «Antes iba a hacer rutas en bici, y ahora qué va. Lo intenté después, pero no hubo forma. Me encantaba llegar a casa y escuchar música tirado en el sofá y tampoco es lo mismo ya. No me llena igual. Muchas veces me pregunto cómo era mi vida antes de la oposición».

Antes no lo sabemos pero durante, a juzgar por sus palabras, muy intensa. Su récord de biblioteca es de 7.30 horas a dos de la madrugada, con parada cada dos horas para beber y tomar el aire. Así, normal que sentencie: «No contemplaba no sacar la plaza». Lo hizo, y a la primera. ¿Suerte? «Influye como en todo en esta vida, para que los nervios no te jueguen una mala pasada, para que te dé tiempo... pero por mucha suerte que tengas, si no lo llevas preparado, nada». Completamente convencido se presentó en el examen. Cuando lo tuvo delante, pensó: «Viable». Un dardo envenenado. «Cuando un examen es fácil y está al alcance de todo el mundo es contraproducente, porque lo difícil es destacar».

TRES BATERÍAS AL DÍA

Pasó las dos primeras pruebas sin problema, y mientras otros se hubieran puesto a llorar o dar botes de alegría, él se mantuvo en su sitio. «Tan tranquilo, lo veía como un trámite más para conseguir la plaza». La parte oral delante del tribunal era la prueba de fuego. Había repetido unas 250 veces los casos prácticos que le iban a preguntar delante del espejo. «Tenía una posición enfermiza». Y llegó el día. «Al salir me vinieron todos los nervios de golpe. Sabía que tenía que conseguir nota para la plaza porque yo no había sido interino, no tenía puntos ni nada, y sabía que me podían adelantar por ese lado». Las cartas estaban echadas. Tocaba esperar.

Se hizo largo. Fue una semana pero por su cabeza, literalmente, pasaron años. «Tengo la cabeza llena de canas, pero la mitad me salieron esa semana». Estaba impaciente, prueba de ello, las tres baterías que gastaba al día de móvil refrescando la página de la Xunta. Y en una actualización de estas, apareció el aprobado. «Estaba comiendo con mis padres, y se me cortó la digestión». Esa misma tarde salió a celebrarlo, aunque poco aguantó. Toda la tensión de ese día hizo que antes de las diez ya estuviera en cama.

Este profe que trabaja con niños de Infantil y Primaria con problemas de lenguaje y comunicación no contemplaba otra opción que ganar. De no haberla sacado se hubiera cogido una «depresión interesante». Aunque lo hubiera intentado de nuevo.

Hasta enero estudiaba una media de 10 horas al día, y a partir de ahí comenzó a apretar hasta las 16. Normal que las oposiciones se acabaran convirtiendo casi en una obsesión. Dormía apenas 8 horas, «y a veces llegaba a soñar con ellas». El aviso que le envió su cuerpo y el mensaje de su profesor: «A este ritmo no llegas a junio», le ayudaron a sacar el pie del acelerador en el mes de febrero y a permitirse el «lujo» de descansar una tarde a la semana. «Mientras se oposita, uno sabe que no tiene vida. Dejas todo de lado, pareja, familia, amigos.... Yo apenas los vi en un año, salvo en ocasiones especiales, fin de año, algún cumpleaños, y poco más. Y a mi novia porque estudiaba conmigo en la biblioteca, que si no... Pero era lo que la veía». Precisamente su pareja aprobó la misma oposición un año después que él.

Desde la tranquilidad que da el estar sentado en un aula del CEIP Raíña Fabiola de Santiago, donde en principio se quedará uno o dos años, confiesa que sí, efectivamente tienes la vida asegurada, aunque no sale gratis. «Ganas una plaza pero sacrificas mucho». Y tanto.

Natalia Santamaría: «Sabía que mi vida era el casino o el juzgado»

benito ordoñez

Lo de Natalia tiene tela. Estudió Derecho e intentó una judicatura para la que convocaron el examen dos veces cuando aún no llevaba ni un año estudiando. Y claro, se quedó fuera. Ahí decidió apostar por los cuerpos inferiores, y se quedó sin plaza por 25 décimas. Desde entonces, pasaron años sin una sola convocatoria. «Tengo 37 y empecé a los 30 a estudiar», dice esta nueva auxiliar del Juzgado número 34 de Violencia sobre la Mujer en los juzgados Manuel Tovar de Madrid. Ese comienzo no fue fácil. «Estudié en Pamplona e intenté lo de la judicatura. Me tiré unos ocho meses llevando la vida que se supone que iba a tener que llevar en los siguientes 7 u 8 años, pero con 23 que tenía no quise engañarme a mí misma ni a mi familia y lo dejé». Se fue a Ibiza para tomarse un año sabático y estuvo allí hasta los 30, trabajando primero de camarera y después de crupier. «Dejarlo fue muy difícil, porque en unos meses de verano ganaba para dos o tres inviernos, pero volví a Vigo para sacarme esta oposición porque hasta mis jefes del casino me decían: «‘¿Pero qué haces tú aquí teniendo Derecho?’», recuerda. «Yo sabía que mi vida estaba entre las cartas y el juzgado».

Ahí empezó una carrera de fondo que jamás se hubiese imaginado que fuese tan larga. «Casi acaba conmigo. Fueron los peores años de mi vida y si hubiese sabido que iba a durar tanto, no lo hubiese hecho. Aguanté porque soy muy orgullosa y me prometí a mí misma que no iba a pisar la isla sin ser funcionaria», dice. Y es que cuando intentó por primera vez la oposición que se acaba de sacar suspendió por un 0,25. «Al enterarme del suspenso me fui al Marisquiño para salir y evadirme, porque no salía nunca, y ahí conocí a mi novio. A los dos meses aprobé la oposición de auxilio judicial. Yo, que nunca me había planteado nada, me veo ahora en Madrid con novio, chalé y perros», dice entre risas. «Hubo años sin convocatoria, pero si llego a aprobar antes no le hubiese conocido y estaría muriéndome de asco en Canarias ?donde se quedó a las puertas la otra vez? y no estaría en Madrid. Hasta la mala suerte puede convertirse en buena. Ahora vive esperando su toma de posesión: «Desayuno todos los días con el BOE para ver si lo publican porque aprobé en octubre y llevo desde entonces viviendo del aire. Hasta que me dejen entrar en el juzgado y me den la placa ?llevará una como la Policía? y tome posesión jurando mi cargo no me lo creo. Bueno, y cuando me digan cuánto voy a cobrar, ¡que ni siquiera lo sé! Aún estoy en una nube». No es para menos.

José Miguel Soto: «Me presento a todo, incluso a enterrador»

M.MORALEJO

Hace apenas horas que salió de un examen (Auxiliar Administrativo) y ya está mirando el temario del siguiente (Subalterno). José Miguel Soto tiene callo en esto de opositar. Lleva seis años de examen en examen y de puesto en puesto. Se ha presentado al Sergas, a la Administración Local, al Estado... incluso a enterrador. «Fue muy gracioso. En el primer examen saqué un nueve y pico; el segundo, que era poner huesos en una caja de restos, también lo pasé, y el tercero que era tapar un nicho, no les debí de gustar porque no aprobé. Estaba un poco nervioso, si lo haces muchas veces igual no, pero era la primera vez». A sus 46 años no pierde la esperanza. «Hay mogollón de gente de mi edad». En realidad ?dice?, cada vez hay más gente en todas partes. «Por eso cada vez el nivel es más alto. Ahora está muy difícil».

Como los temarios son parecidos, salvo los contenidos específicos de cada puesto, José Miguel va probando todas las oportunidades que se le presentan y así aumenta sus posibilidades. «Me da igual, sea de lo que sea, tengo que conseguir algo en cualquier lado». Llegó a compaginar trabajo y estudio, «no te queda otra», pero ahora mismo, como está en el paro, está volcado al cien por cien. «Creo que el miércoles me dan la nota, pero no estoy muy convencido, así que por si acaso ya estoy mirando el temario para subalterno en el Concello de Pontevedra. Es más corto. Hay muchos temas troncales y esto te permite abarcar más». Habla desde la experiencia. Se ha presentado a unos diez exámenes, y está hecho a todo. También al suspenso. «Es muy jodido porque llevo mucho tiempo intentándolo, pero cuando te suspenden hay que aceptarlo. Veo lo que hice mal en el examen, te joroba, pero hay que seguir, seguir... Ahora mismo, con la gente que hay, suspender es lo más fácil».

Dejarlo no es una opción. «Ahora no. Los exámenes me valen para corregirme. En el último estaba un poco disperso, tengo que centrarme más». El aprobado llegará, y más que un trabajo estable, que también, «está el poder decir lo he conseguido». Su único miedo es que no haya oferta, como pasó estos últimos años, pero si la hay... «la plaza caerá antes o después». Seguro.