Premio Nobel para Piedrahíta

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27 mar 2017 . Actualizado a las 13:54 h.

Aclaro, lo denominan el premio Nobel de la magia, pero no lo entrega la academia sueca. Pero es un galardón muy prestigioso con el que solo fue distinguido a lo largo de la historia un español, Juan Tamariz. El próximo 2 de abril un gallego, Luis Piedrahíta, recibirá en Hollywood el premio Performing Fellowship que concede la Academia de Artes Mágicas. Como si de la gala de los Óscar se tratase la ceremonia tendrá lugar en un recinto histórico de Los Ángeles, el teatro Orpheum. A Luis lo conocí hace muchos años, cuando era un chaval apasionado de la magia que un buen día me contó que se iba a Madrid. Para él, su familia, sus amigos y admiradores, este reconocimiento en la meca del cine es especial. «Con el paso de los años esta gala se ha convertido en el evento mágico más destacado del mundo. La academia fue fundada en 1962 con el objetivo de promocionar y desarrollar el ilusionismo», destacan desde su productora. David Copperfield, David Blaine o Day Vernon ya saben lo que es ganarlo. La categoría Performing Fellowship, la de Luis, es la que sirve para significar a los artistas cuyo trabajo alcanza la excelencia. Un gallego, ya universal, que dentro de poco estará de gira por su tierra con el nuevo espectáculo Las amígdalas de mis amígdalas son mis amígdalas. El 11 y 12 de mayo en Santiago, el 13 en Pontevedra, el 14 en Vilagarcía de Arousa, el 19 y 20 en A Coruña, 21 en Lugo, 26 y 27 en Vigo y 28 en Ourense. Muy pocos pueden enfrentarse a un calendario así sabiendo que las entradas se van a agotar. Y es que solo hay un gallego con un «premio Nobel» de magia.

EN EL DERBI

Saludé en la tribuna de Riazor a Xosé Antonio Touriñán y Marcos Pereiro vestidos con sus camisetas del Dépor. Y a una señora con una bufanda del Celta de la peña celtista de Catoira. «Soy la tía de Sergio (portero del equipo vigués), también vino mi hermana, la madre», comenta esta mujer que asistió al partido sin ningún problema. Es lo que debería suceder siempre, tanto en Riazor como en Balaídos. Porque la inmensa mayoría de la gente es normal, puede gritar más o menos, exteriorizar los sentimientos de manera más o menos intensa, pero todo se queda ahí. El problema es la agresividad de unos pocos que pierden los estribos. Son de esos que se transforman cuando se ponen al volante de un coche o ante un partido de fútbol. Da lo mismo que sea en un estadio de Primera que en un encuentro de infantiles (ahí está lo sucedido en Mallorca). El mismo día del derbi de Riazor también fui con mi hijo de 9 años a un partido y vi como un padre, fuera de sí a las 11 de la mañana del Día del Padre, iba nervioso, de un lado a otro de la grada como si le fuese la vida en el intrascendente partido de su hijo. «Hay que jugar al fútbol», gritaba a los niños que, como el Quijote, confundía con gigantes. Siento vergüenza ajena en esas situaciones. A ver si Luis Piedrahíta consigue, ahora que va a ser premio Nobel, hacer un truco de magia y devolver la cordura a esa minoría que estropea los derbis y también los partidos y las ilusiones de los pequeños.

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