¿Cómo se vive sin hermanos?

La Voz NOELIA SILVOSA, ANA ABELENDA, TANIA TABOADA, PATRICIA GARCÍA

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PACO RODRÍGUEZ

LA FAMILIA ÚNICA CRECE Si a principios de los 80 a los hijos «solos» nos miraban raro, los que crecimos únicos hoy somos los reyes en el mapa demográfico. Si en una pareja no hay hermanos, tampoco habrá cuñados ni tíos, ni primos, ni sobrinos. Alguna ventaja habrá, ¿no?

25 feb 2017 . Actualizado a las 15:50 h.

PACO RODRÍGUEZ

Conchita, Carmen y María son abuela, madre y nieta. Tres generaciones de una misma familia con un denominador común: las tres son hijas únicas y se han quedado con la espinita de haber vivido su infancia con hermanos. La abuela es la primera en decirlo en alto. De hecho quiso revertir la situación con su propia familia, pero no fue posible. «Cuando nació Carmen, me dijeron que no tendría más y cogí tal disgusto que quisimos adoptar uno. Pero cuando nos fuimos a Barcelona para decírselo a mi suegra, su reacción fue: «¡Eso no lo hagas nunca porque después vienen los problemas!». Eran otros tiempos y había quien pensaba así. Además mandaban los padres, así que nos echamos para atrás y ahí quedó todo», relata Conchita, que agradece haber tenido primos. «No sé ni cuántos tengo. Eran como mis hermanos, reñíamos y nos pegábamos como si lo fuésemos», dice entre risas.

Su hija Carmen lo tiene clarísimo: «A mí me hubiese encantado tener uno, pero quedé sola», asegura. Sin embargo, repitió el patrón y tuvo otra hija única, María. «Yo tenía la ilusión de tener muchos, pero la vida laboral te ata muchísimo. Lo dices, pero pasa el tiempo y al final nada. Y eso que María pedía en todas las cartas de Reyes un hermano o hermana amarillo, negro o de cualquier color», recuerda entre risas. «Es que yo quería un hermano para jugar, pero al final lo que me regalabais era un Nenuco. De hermano, nada», dice su hija, que con el paso del tiempo fue digiriéndolo desde varios puntos de vista.

«AL FINAL LO ASUMÍ»

«En la adolescencia cambié de opinión y dije: «¡Qué bien ser hija única! Ahí empecé a asumir que no iba a tener hermanos, pero también me di cuenta de que todo lo que hacían era para mí: los sacrificios económicos, la carrera fuera... Y vi que en realidad también tenía mucha suerte», afirma. Pero más allá de la infancia, el universo único tiene aún más peso en la edad adulta. «Yo veo a un hermano sobre todo como un apoyo. Cuando tienes a tus padres mayores te ves completamente solo para tomar decisiones, eres el responsable», señala su madre. Pero ser hijo único desencadena también otros panoramas.

«Ahora lo que me da pena es pensar que nunca voy a ser tía. Yo como mucho seré madrina», dice María, que se ve rompiendo la tendencia familiar: «Quiero tener varios hijos. No diez, pero dos o tres sí, para ver cómo es la relación entre hermanos de primera mano... Y también me gustaría que mi pareja tuviese hermanos para poder tener cuñados». Aun así, a la benjamina le sale el ramalazo. «No me vería con demasiados hijos porque aunque no me siento mimada sí que necesito tener el baño para mí sola, por así decirlo, y que no invadan mi espacio. Es algo que nunca he vivido. Aunque más de uno, si puedo, pienso tener», reconoce. Su madre y su abuela están deseándolo.

MARCOS

«Ser hijo único te hace fuerte»

Dos Danis y una Verónica hacen una familia única, una suma de tres a los que nunca ha hecho sombra la figura de un hermano. «Quizá en un momento puntual de mi vida quise tener uno, pero no me lo planteé como una necesidad», dice Verónica mirando a su hijo de 3 años: «Pero sí me gustaría, en cambio, que Dani tuviese un hermano, aunque no creo que pueda ser por circunstancias de salud».

Esta fisioterapeuta de 34 años que trabaja en el Cepap de Bergondo ayudando a rehabilitarse a personas con discapacidad se crio con una prima que despejó la soledad. Tampoco cambiaría por nada su «feliz» infancia Daniel padre, que a sus 35 trabaja en el servicio municipal de emergencias de Sada. A estos únicos la vida les hizo pareja hace 12 años en un karaoke. Qué no hará la música. Cantaron juntos el Sin documentos de los Rodríguez y hoy hacen honor a su condición con el pequeño Dani, que es único por más que lleve el nombre de papá.

Dani no tiene hermanos ni tíos ni primos. Es hijo único. Nieto único. Bisnieto único ¡por dos partes! ¿Crecer solo tendrá su lado positivo, aparte de no disputarse atención y juguetes? «¿Ser el único?» lanza Verónica al aire para probar la caída de la cuestión. «Ser el heredero universal», suelta Dani padre con humor. «No va a tener problemas ni broncas con sus hermanos. Hay hermanos que son uña y carne pero otros que no tienen relación», advierte él. Verónica refuerza la idea diciendo que tener hermanos «no te da garantía de la compañía o la afinidad». Será porque ni los hermanos son los amigos que uno elige ni la vida es siempre como pinta al echarse a soñar. «Pero hay amigos que son como hermanos. Yo los tengo», asegura Dani padre. «Hay gente con la que tienes una gran relación, pero el apego que tienes con un hermano..., aunque discutas, es diferente», tantea Verónica. ¿Y el pequeño Dani, quiere o no un hermano o una hermana? Asiente. «Un hermano... me gustan los chicos, ¡pero lo que más los camiones!». Le digo que si llega lo que pide, tendrá que compartir el camión, el preferido. «Y a los papás también», sigue Verónica. «Pero Dani comparte. Comparte mucho», defiende su padre, que le regala su tiempo evitando «un exceso de protección. Tratamos de cuidarnos y no pasarnos en eso».

Verónica repara en una evolución demográfica preocupante: cada vez menos niños ¿y más solos? Si la realidad va justa de alternativas, habrá que hacer fuerza en las ventajas. «Cuando eres pequeño, ser hijo único te puede ayudar a ser fuerte. Casi todo el tiempo de tus padres es para ti, no tienes que compartirlo. Y además no te comparan con nadie». Todos los hijos son únicos, pero solo en algunos es condición oficial.

MANUEL FERNÁNDEZ

«Os amigos son os irmáns que non temos»

E sa cita que dice que «los amigos son la familia que uno escoge» le va al pelo a María José Rodil y Andrés Vilabrille. Este matrimonio lucense, de 34 y 35 años, optó por dar continuidad a su condición y seguir con la saga de hijos únicos. Aunque disfrutan de sus padres, algún abuelo, bisabuelo y varios primos segundos, no tienen hermanos ni cuñados, pero quién está solo si tiene amigos. De ellos echan mano para los buenos y los malos momentos. Que para esta pareja la amistad es el plato fuerte del banquete de la vida se vio claro el día de su boda: siendo muy pocos en la familia, fueron 160 los invitados a compartir su gran día.

Ella es de Os Oscos y él de A Fonsagrada, y es curioso porque siempre insistieron en que no se quedarían con un solo descendiente. ¡Para eso ya estaban ellos! Pero las circunstancias de la vida tomaron el camino opuesto. Al final tuvieron a Irene, que tiene hoy 8 años, y se plantaron. «Sempre dicíamos que un fillo só nin de broma porque nós eramos sós; e ao final mira... quedamos cunha nena soa ¡e tan contentos!», indica María José Rodil. El motivo de esta decisión se debe sobre todo a la situación laboral de la pareja, cuentan. Él trabaja en la construcción en ciudades fuera de Galicia y ella regenta dos guarderías en la capital lucense. «Irene nunca pediu un irmán porque sempre estivo rodeada de nenos. Eu levábaa comigo para a gardaría e estaba cos demais cativos. Agora xa vai ao colexio, pero ao saír vén para a gardaría. Sempre está con nenos», señala María José, quien define a su niña como muy sociable. «É unha nena que comparte todo, pese a ser filla única».

MOMENTOS DE VACÍO

María José reconoce que hay momentos en los que la niña echa en falta un hermano, pero varias situaciones le demostraron que no es necesario. «Hai unhas semanas ingresaron á miña nai e tiven momentos de baleiro. Botaba en falta unha persoa cercana para quedar con miña nai mentres eu descansaba un anaco na casa. En cambio, baixaba á cafetería do hospital e vía como unha familia de varios irmáns discutían. Estaban debatendo quen levaba a súa nai para a casa para tela ao coidado. Aí é cando pensei que talvez ser filla única era moito mellor», afirma María José. Ella sí echa en falta más familia en las fechas para compartir, como la Navidad. «Moitas veces cando falan das comilonas e vexo as mesas repletas nas casas, boto en falta unha familia grande. Pero despois póñome a pensar e tampouco é para tanto. Temos unha pandilla de amigos inmensa e facemos moitas cousas xuntos».

El día a día de esta familia es muy rutinario. De lunes a viernes residen en Lugo y el fin de semana viajan a la montaña, a casa de los padres de ambos. «Meus pais teñen unha casa rural e axudámoslles a xestionala», explica María José. Ella y su marido se casaron en el 2007, coincidiendo con el décimo aniversario de su noviazgo. Como los dos son hijos únicos y ninguno sabe lo que es crecer viviendo miles de anécdotas y pequeños rifirrafes con un hermano, tenían muy claro que no se quedarían con un solo hijo. Sin embargo, la vida decide a su gusto y dibujó para su hija un camino único, como el que les dio a ellos. 

MARCOS MÍGUEZ

«No tenemos que aguantar al 'cuñao' pesado»

Quién mejor que un hijo único para entender a otro hijo único. Una conjunción del azar fue la que hizo que Vanessa Estévez y Javier López, dos hijos únicos de los 80, acabasen juntos. Ella de A Coruña y él de Lugo, siguen con la tradición de los hijos únicos en la familia: desde hace seis meses son padres del pequeño Mateo. «Llevamos juntos tres años y medio, pero ya nos conocíamos porque estudiamos juntos en la facultad de Empresas», recuerda ella. Vanessa no tiene hermanos, pero sí le sorprendió el caso de Javier: «Me llamó la atención que, además de hijo único, ¡también fuese nieto único y sobrino único!». «A mí obviamente no me sorprendió», bromea Javier. Creció llamándole primos a sus primos segundos y siendo la estrella de las Navidades. «No tenía que compartir los juguetes, era todo para mí», apunta.

Dicen que los hijos únicos somos egoístas, caprichosos e independientes. ¿Y eso se nota en la pareja? «No, la verdad es que la convivencia es muy buena y no tenemos ningún conflicto», asegura Vanessa. Aquí no hay sitio para la pataleta de hijo único. «Notamos que somos muy poquita familia, están los padres y los suegros y nada más. Al final, vemos amigos que se juntan un montón en casa, por ejemplo, en Navidad, y ¡nuestras mesas siempre son mucho más pequeñas! Aunque en beneficio de los hijos únicos tendré que decir que en las comidas familiares no tenemos que aguantar al típico ‘cuñao’ pesado», sonríe Vanessa. Menos gente significa menos motivos de discusión.

«Es muy raro que haya una pelea en nuestras familias, nos llevamos muy bien con nuestros padres y nuestros suegros». ¿Que los hijos únicos somos maniáticos? «Para nada, en casa ni Javi ni yo tenemos ninguna manía». Aunque Javier sí conserva esos momentos de soledad que solo los que crecemos sin hermanos llegamos a comprender. «Es verdad, a veces se queda como en su mundo, pensando en sus cosas», comenta Vanessa. En el caso de ella, es en las redes sociales donde se manifiesta su vena de hija única. «Soy más reservada y me gusta mantener la privacidad». Aseguran que casi todos sus amigos tienen hermanos, pero tampoco sintieron esa necesidad de tener uno. Aunque, tal y como apuntan, es posible que Mateo sí experimente la vida al lado de uno.

Ser hijo único significa tener toda la atención para ti, para lo bueno y para lo malo. «Sí que notas que tus padres están más pendientes de ti, aunque ya te hayas casado, tengas tu casa, tu vida... Ellos siguen preocupándose como si aún fueses pequeño y vivieses con ellos», comenta Vanessa. Aunque las cosas están cambiando con el pequeño Mateo. «Como es nieto único, ahora están más pendientes de él que de nosotros». El bebé de la familia «se queda corto» para atender todo el amor que tienen para él. «Los abuelos están encantados, siempre se están preocupando por él; ahora es el niño de la casa». ¿Y cómo hacen cuando todos quieren estar con el pequeño? «Nos organizamos bastante bien; como uno de los abuelos vive en Lugo lo ven cuando vamos hasta allí», dicen. ¿Y Mateo qué opina de ser hijo único y de que sus padres no tengan hermanos? «De momento, parece que está encantado», comentan los dos mientras lo sujetan en brazos. Mateo sonríe. Sabe que es el rey de la casa. Está feliz.