A la cola

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

25 feb 2017 . Actualizado a las 05:30 h.

Hay una historia cultural en algo tan humano como hacer cola. Rasgos diferenciales que permitirían ubicar geográficamente a un grupo de seres humanos dispuestos unos detrás de los otros. Un reciente estudio del University College de Londres ha aplicado el método científico a la manera en la que los ingleses hacen cola para descubrir reglas comunes en los habitantes de un país que tienen tendencia a acceder a los sitios en formación. El trabajo sitúa en seis minutos el tiempo medio de espera en las colas y en seis el número máximo de personas que cada inglés soporta que le antecedan antes de empezar a bufar. Hay conclusiones relacionadas con el espacio recomendable entre persona y persona y hasta algunas indicaciones que alguien ajeno debe respetar si no quiere ser maldecido por un inglés de pro que puede que te invite a que te adelantes varios puestos en la fila, pero que se llevará el peor concepto de ti si le haces caso. Con ese afán por singularizar todo lo que hacen, desde conducir hasta poner moqueta en el cuarto de baño, se han apropiado de algo tan humano (y a la vez tan de hormiga) como hacer cola, una tendencia innata con matices nacionales pero en realidad común a todos los humanos.

No es la primera vez que la ciencia observa las filas, un indicativo potente de nuestra disposición al comportamiento gremial, que traducido al román paladino sería adónde va Vicente, adonde va la gente. Un experimento de hace unos años situaba a una persona en medio de una concurrida plaza detrás de una valla que sugería que desde allí iba a acceder a algún sitio, aunque en realidad nada aguardaba al paciente. Nadie se interesó por aquella persona hasta que detrás de ella se pusieron otras dos. Inmediatamente se fueron incorporando individuos hasta formar una fila enorme. Nadie sabía a qué esperaban o adónde iban pero la sola existencia de la cola era argumento de convicción suficiente para sumarse a ella, no fuese a ser que se perdieran algo interesante. El experimento no se quedaba ahí. Todas aquellas personas no solo hacían cola sin saber por qué, sino que en cuanto el primero se ponía a correr y a hacer absurdos ejercicios sus seguidores no dudaban en imitarlo. El resultado, una coreografía inquietante que indicaba cuan dispuestos estamos a hacer lo que nos indique un líder, por estúpido que sea.

Con poco que nos observemos descubriremos que parece haber un mandato genético que nos impele a la formación de a uno. Por ejemplo, ¿por qué hacemos cola antes de subirnos a un avión cuando los asientos están asignados y nuestro sitio, garantizado? ¿Por qué en un grupo de filas la que desdeñamos siempre avanza más rápido? ¿Por qué en la cola del supermercado algunos creen que incrustándote el carrito en la zona posterior de tus piernas avanzarán más rápido?

UN RASGO EXCLUSIVO DE LA HUMANIDAD

Volvamos a Inglaterra. En el año 2001 la revista New Scientist inyectó moral a un país alicaído por la crisis de las vacas locas y otras calamidades al observar que hacer cola era un rasgo exclusivo de la humanidad, un indicio de evolución que los ingleses dominaban, un ejemplo perfecto de «conducta cooperativa de grupo». No encontraremos a unos tigres haciendo cola; ni siquiera a los perros domesticados. Los antropólogos Joseph Heinrich y Robert Boyd apuntaban entonces: «Hacer cola es una conducta altamente sofisticada porque requiere la cooperación entre extraños que probablemente nunca se van a encontrar de nuevo». Hay incluso historiadores de la cola que relacionan la competencia que un país tiene en este asunto con su pasado. Así, los ingleses habrían aprendido en los repartos masivos de comida racionada durante la guerra mundial. Tanto tiempo llevan observándose que saben, por ejemplo, que los hombres son más propensos a saltarse la cola que las mujeres o que la gente mayor es más protestona que la joven ante las esperas. Por saber hasta saben que un británico dedicará cuatro años y medio de su vida a hacer cola.

Frivolidades y anécdotas al margen, existe toda una ciencia en torno al mundo de la cola al servicio de empresas y compañías que pueden mejorar resultados con una gestión eficiente de las filas. La teoría de colas sería el estudio matemático de las líneas de espera en un sistema y es fundamental en, por ejemplo, supermercados y grandes parques de atracciones. Después están los que han hecho de las colas una forma de vida. Porque por mucho que los ingleses se apropien de ellas, en todos los lugares del mundo se produce un desajuste entre oferta y demanda que apelotona a la gente y les sugiere posicionarse unos tras otros. En la torre Eiffel hace ya años que se está más tiempo a la cola que en su terraza. Y para ver de cerca a la Mona Lisa (a codazos con otros congéneres) hay que consumir una hora previa de espera y ansiedad. A no ser que le pague usted a un hacedor de colas que la guarde en su lugar.