Llevo 48 años tomando el café aquí

Ana Abelenda / Tania Taboada / Cándida Andaluz

YES

PACO RODRÍGUEZ

Ellos son fieles desde hace años. Por el café, los churros, los pinchos, las vistas, la amabilidad de los camareros o la relación confianza-tiempo que se establece en el local.

15 ene 2017 . Actualizado a las 16:53 h.

Quien vive en A Coruña o ha parado lo mínimo por aquí sabrá que Manhattan no está en Nueva York. Que les pregunten a quienes le han dado media vida al sabor de este emblemático café. En el Manhattan se sirve «café café», asegura Emilia Santomé Siso, que lleva desayunando aquí el suyo, con leche, todos los días desde que se casó. Echa la cuenta: 48 años. Son los que ella recuerda a golpe de segundos, más de los que el apellido Taibo lleva vinculado a este fuerte del tiempo perdido donde estás viéndolas pasar, parado en tu café en el centro del tráfico de la vida. Al grano. ¿Cuál es la marca del café?, preguntamos a Antonio Taibo, al frente (y a la entrada) de un local que abre todos los días a las siete, «con entre 13 y 17 clientes, siempre los mismos, que como quien dice acaban de subir la reja». Él se guarda el secreto, pero desliza que el mismo café no sabe igual en otros sitios que en Manhattan. ¿Será la cafetera? «Lleva 18 años con nosotros y reúne todas las condiciones para hacer el café idóneo aquí; me impone pensar en el momento en que habrá que cambiarla», revela Antonio, que nos conduce a la mesa de Emilia. Ella empezó a venir al Manhattan «cuando estaba aún en el otro lado de la plaza», recuerda. ¿Cómo era aquel primer Manhattan? «¡Estupendo!... como este. Yo nací en San Andrés y he vivido siempre aquí. Venía porque me quedaba cerca, unas veces a tomar el café, otras el aperitivo y otras por las tardes». Por el café-café de la mañana, por el plato número 6 de la carta al mediodía («buen pescado») y por la «distinción en el trato». Los que nos criamos a bocatas en Copabacana veíamos Manhattan como la aspiración natural de un coruñés entrado en la edad adulta. «Me gusta el trato, la amabilidad y el cariño de los camareros. En otras cafeterías te dicen cosas como ‘Oye, chica’ [risas]; aquí siempre me han tratado con muchísima educación», señala Emilia, que ha legado el gusto por su café a su hija, María, y a sus nietos Rocío y Enrique, que prefieren chocolate con churros. «Aquí me siento como en casa. Es mi segunda casa». ¿Incidencias en más de 40 años? «Ni una. Y hay confianza. Si quiero salir un momento a hacer un recado, puedo dejar sin problema a mis nietos aquí», dice Emilia, quien recuerda a Alfonso, jefe de barra, y a otro camarero, Juan, y podría señalar con un discreto movimiento de cabeza a los clientes que, como ella, no fallan a su café. «El 70 % de los que están [lunes, 10.30] diría que hace 20 años que vienen a diario», apunta Antonio. Entra el exalcalde Negreira cuando Emilia me cuenta que el otro día paró aquí Fernando Romay. «¡Tan alto! Les firmó unos autógrafos a los niños, y quedaron encantados». Como con las chuches que Jesús, uno de los camareros, les suele dar. «Si estás esperando a alguien, te entretienes mirando», dice Emilia saboreando las vistas del café y su tranquilidad.

El barista del Manhattan, advierte a YES Antonio Taibo, no llega a desarrollar al máximo su capacidad porque da prioridad a hacer el café al gusto del cliente, que en el Manhattan es «siempre lo primero».

ALBERTO LÓPEZ

 Miguel Barral: «Mi jornada siempre empieza en el España»

A quella cafetería que se encontraba en su ruta al trabajo acabó convirtiéndose en parada diaria. Hasta tal punto es fiel que lleva más de treinta y cinco años tomando café en este sitio que en días supera los trece mil. ¡A esto si se le llama fidelidad, el resto son tonterías! Miguel Barral, de 58 años, trabaja en una gestoría en la Rúa da Raíña, en pleno centro de Lugo. Entra a trabajar a las ocho de la mañana pero no sin antes tomarse su café de veinte minutos en el España. A las siete y media de la mañana, cuando el establecimiento abre sus puertas, Miguel es de los primeros en poner a funcionar la cafetera. Entra y automáticamente acude a su sitio habitual: en la barra, en la segunda silla empezando por donde se encuentra la caja registradora. Un café con leche grande, una tostada de pan tumaca, revisar todos los periódicos y un buen repaso a la actualidad con los demás habituales.

«VI PASAR GENERACIONES»

«Vivo en Montero Ríos, paso por Nicomedes Pastor Díaz y ya paro en el España a tomar mi primer y único café de la mañana», relata Miguel, quien conoce a todo el personal del establecimiento. Los únicos días que falta a su cita son el 25 de diciembre y el 1 de enero, porque el local cierra sus puertas. Acude de lunes a domingo, aunque los fines de semana va más tarde porque no debe ceñirse a horarios laborales. «Vi pasar por aquí a muchas generaciones de camareros. Sé los nombres de todos y también fui cómplice de cómo gente que empezó a trabajar aquí montó sus propios negocios», indica Miguel, quien explica su buena relación con todos y los debates que hacen sobre fútbol y temas de actualidad. «El local es muy acogedor. El servicio de los camareros muy bueno y el sitio tranquilo. El personal es muy agradable y los propietarios un encanto», asegura. Una coincidencia en su trayecto que acabó convirtiéndose en el café que necesitan los días para funcionar. 

Santi M. Amil

«Veño ao Cabanillas máis de dúas veces ao día»

Cuál es el secreto para querer tomar un café en el Café Cabanillas de Ourense? Pues hay varios. De eso saben mucho Armando Martínez Villar, Luis Guillermo Álvarez Vázquez y José Castor González Sánchez. Todos los días, desde su apertura hace más de 17 años, se acercan a este establecimiento, incluso varias veces en una misma jornada. «Ao principio viña porque tiña que buscar a unha sobriña no colexio de en fronte, agora ela xa é mestra. Despois montei un negocio aquí ao lado. Gústame polo café que teñen e polos pinchos. E pola compañía», dice Armando Martínez. Añade que, incluso, se forman grupos entre todas las personas que a diario toman un café, algunos de ellos, sus antiguos profesores. Luis Guillermo Álvarez es otro asiduo del Cabanillas. «Eu xa viña antes de que o tivesen os actuais propietarios. Vivo cerca de aquí. Viña cando ía ao colexio do lado. Lía o periódico e tomaba un café. Co paso do tempo xa te fas amigo dos propietarios e o trato é marabilloso». Luis Guillermo añade que otra de las cualidades de una cafetería para elegirla es que te sientas cómodo. «Con tantos anos vindo coñeces á xente que está aquí habitualmente e acabas facendo amizade con algúns. Eu hai ocasións en que veño mais de dúas veces ao día», afirma. Al grupo se une José Castor González Sánchez: «Veño porque son amigo dos propietarios, Moisés e Jose, e levo aquí toda a vida. Sempre me trataron moi ben». Antes vivía cerca del Cabanillas y, aunque ahora la casa la tiene más lejos, sigue acudiendo a la cafetería a diario. «Xa é visita obrigada. Ás veces hai que vir para ver o fútbol, tomar un pincho... O mais importante é sentirte cómodo. Se non é así , non volves», subraya. No acude siempre a la misma hora ni está un tiempo determinado. Todo depende del día. «Entre nós, os que vimos sempre, iníciase unha relación de amizade. Ás veces invita un, e outras outro. E se hai partido, a cousa é máis delicada», se ríe. Mientras hablan, Jose, el propietario y camarero, les mira sonriente. Mañana volverán.