Aquel profesor de Filosofía

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

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03 dic 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

Una de las mejores sensaciones que reserva la vida se experimenta el primer día de universidad. Solo a veces somos capaces de reconocer la importancia de un instante, el segundo en el que todo gira y se abre un camino nuevo. Lo normal es darnos cuenta tarde de ese momento en el que la existencia deja de ser lo que solía, pero el día en el que por vez primera entras en tu facultad sabes a ciencia cierta que algo diferente arranca.

En 1986 solo había tres facultades públicas de periodismo. La de la complutense era una aspiración casi mitológica para quienes aspiraban a ejercer un oficio sagrado cuando se acomete como debe ser. Aquel edificio de hormigón, un mastodonte que según la leyenda había sido una adaptación de un proyecto de una cárcel ¡de mujeres!; aquel campus rematado justo antes de la guerra civil, con facultades en las que antes que libros hubo batallas cuerpo a cuerpo entre golpistas y resistentes; aquel Madrid todavía en gris, sin inmigrantes... todo eran evidencias de una vida nueva para una persona que acababa su segunda década de vida pero todo estaba apuntalado en la convicción de que la universidad era una cosa muy importante.

En ese campus que en primavera se llenaba de bolas de polen, en ese entorno dedicado al conocimiento, cada facultad tenía un carácter. Puede que la de periodismo fuera más admirada por su bar que por sus aulas repletas de babyboomers pero el conjunto era un organismo cargado de referentes que iban apuntalando el presente.

Entre las facultades con más solera estaba la de Filosofía, esa que el actual rector pretendía clausurar y que finalmente seguirá en pie gracias al bochorno que ha provocado la ocurrencia. La Universidad Complutense tiene Facultad de Filosofía desde el año 1843, cuando el general Espartero le concedió el estatus que entonces tenían Teología, Derecho o Medicina, las titulaciones «mayores». Ortega, María Zambrano, Aranguren o Zubiri estuvieron en su nómina y desde sus aulas contribuyeron a alimentar el pensamiento crítico que toda sociedad necesita para progresar y ser mejor.

Hay quien considera la reacción al cierre programado (y frustrado) de Filosofía una revuelta nostálgica, una perrencha gremial y hasta una torpeza de quienes desconocen las claves del mundo moderno y las nuevas formas de enseñar. Pero si se levanta la mirada y se supera este complejo de nuevo rico que tanto daño nos sigue haciendo se entenderá que los lugares son a veces tan importantes como los intangibles que en ellos se generan. Oxford sería diferente sin el Nuffield College y el MIT sería otra cosa fuera de Boston.

La facultad de Filosofía de la complutense se ha salvado de momento, pero cuanto más resuena la importancia de una educación útil para formar trabajadores menos horas quedan en nuestras vidas y en las de nuestros adolescentes para la Filosofía, como si esta fuera una extravagancia burguesa que nos distrae de lo importante. Lo cierto es que a muchos un buen profesor de Filosofía nos cambió la vida. El mío se llamaba Arturo Leyte Coello. Por ahí sigue cambiándole la vida a la gente.