La pasión de Mitterrand

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LA VIDA PRIVADA Y LA PÚBLICA del expresidente francés eran contrapuestas. De puertas afuera estaba casado con Danielle, pero en la intimidad su pasión tenía otro nombre: Anne. Con ella mantuvo una relación secreta de 30 años que dio como fruto una hija en común. Anne ha decidido ahora publicar las más de 1.200 cartas, «Lettres à Anne», que Mitterrand le envió durante su intensa relación.

29 oct 2016 . Actualizado a las 05:12 h.

«Mi felicidad está en pensar en ti y amarte. Siempre me has dado más. Has sido mi oportunidad en la vida. ¿Cómo podría no amarte más?». Estas son las últimas palabras escritas que François Mitterrand, a punto de morir, le envía a Anne Pingeot, su amante durante 30 años, y el auténtico amor de su vida, según se desprende de la correspondencia que ahora ha salido a luz en un libro, Lettres à Anne, que ella se ha encargado de publicar cuando se cumple el aniversario del nacimiento del expresidente francés. Un texto que ha resucitado la figura del político devolviéndole la humanidad de un ser apasionado y entregado con fervor espiritual a mantener una relación clandestina durante tres décadas, que dio como fruto una hija en común: Mazarine.

 François conoció a Anne Pingeot en el año 62, cuando ella tenía 19 años y él 46. Entonces él era un personaje público y tenía una familia idílica: estaba casado con Danielle y era padre de dos hijos. El encuentro entre Anne y François desencadenó irremediablemente un tórrido romance que las epístolas de Mitterrand, alabadas por la crítica por su elevado refinamiento estilístico, refuerzan la idea de un amor certero: «Siento hacia ti la ternura total que sin duda exige nuestra extraña condición: el incesto absoluto. Mi hija, mi amante, mi mujer, mi hermana, mi Anne, mi siempre y mi para siempre, mi fuente del fondo de los tiempos». Sin embargo, ese ideal romántico, ese fuego adolescente, ha sido cuestionado por sus biógrafos y por algunos periodistas que no dejan de ver en esa doble vida a un narcisista, y al mismo cínico que por motivos evidentes fue apodado La Esfinge. Detrás de la apariencia hay una intimidad desgajada en dos mitades desiguales: su amante, Anne, y su esposa, Danielle, que aceptaron cómplices una realidad desconocida para la mayoría, pero aceptada y consentida en el entorno familiar. De hecho, Danielle, su mujer, al poco de conocer la historia de Anne, le dio un ultimátum a Mitterrand -o ella o yo-, que se resolvió con la continuidad del matrimonio, y también la continuidad pese a todo de la relación con Anne, que dio a luz en secreto a Mazarine en el año 1974.

Anne Pingeot, amante de Mitterrand

La reserva de ese amor y su encierro casi con llave hizo que algunos periodistas franceses apelasen a Anne «la cautiva» o «la concubina», también por su fiel discreción. Conocedora de esa situación y por supuesto de la existencia de la hija, Danielle decidió vengarse pocos años después, en 1976, manteniendo una relación con su profesor de gimnasia de 22 años. Un amante que no solo Mitterrand acepta de buen grado, sino con el que comparte momentos en la intimidad del hogar de la Rue Bièvre. En ese momento en que la pareja está rota, Danielle decide plantearle el divorcio, pero el socialista francés tiene otros planes en mente: presentarse a las elecciones, por lo que no acepta ese desenlace público. Esto le permite años después, en 1981, ya como presidente de Francia, salir al balcón a saludar al pueblo junto a su mujer, como un matrimonio impecable. Este modelo de contrato, a lo House of Cards, es casi lo más próximo a lo que hoy se entiende por poliamor, según indica la psicóloga Nayara Malnero, que incide en que cuando todos están de acuerdo y no hay daño emocional por ningún lado es un estado perfectamente compatible. «La pregunta es: ¿por qué consideramos que no es posible una historia así? Lo que sucede es que tenemos instaurada una educación monogámica total», concluye Malnero.

Danielle Mitterrand, la esposa

LA TENSIÓN DE LO IMPOSIBLE

¿Pero se puede mantener 30 años una historia de pasión? ¿Una amante a la que se es fiel no es un auténtico amor, su verdadera mujer? La psicóloga Eva Gil discierne en su análisis: «La clave del éxito del amor entre Mitterrand y Anne es la diferencia de edad y si quieres esa clandestinidad, ese imposible que en muchas relaciones aporta la adrenalina, la tensión a ese amor. Pero en mi opinión si estuvo con ella 30 años es porque estaba realmente enamorado, no es una amante esporádica. Y, además, si ella está callada todo ese tiempo es porque en realidad él le proporciona lo que quiere en cada momento. Él, claro, rejuvenece y ella está protegida con él, se entregan realmente el corazón, y él se lo va demostrando. Pero nadie pone en duda que a lo largo de 30 años esa historia ha tenido que pasar muchos altibajos». Y tantos. Pese a la discreción infinita de Anne, hay algunos testimonios desoladores, como recoge el periodista Philip Short en François Mitterrand. Retrato de un ambiguo, cuando Anne confiesa que sueña con vivir con él en una casa en Burdeos: «¡Qué tonta fui! Sus cartas eran apasionadas, yo le creí. Hice dibujos para arreglar el lugar. Pensé que iba a ser nuestra casa, como me escribió. ¡Qué tonta fui!».

El desamparo de la amante es uno de los temas que afloran también en Bouche cousue y Bon petit soldat, las dos novelas autobiográficas de Mazarine Pingeot, la hija de ambos. Mazarine fue la única exigencia absoluta de Anne -«el único regalo que me dio», dice ella- y así lo manifestó cuando en 1973 le planteó a Mitterrand que o tenían un hijo o se acababa todo. Durante el embarazo de Anne, sin embargo, él mantuvo un romance con una periodista. «[Mi madre y yo] vivíamos aisladas del mundo, en un siniestro apartamento oficial, un lugar protegido, neutro, un refugio que era también una prisión, con la presencia permanente de gendarmes», declaró Mazarine, hoy profesora de Filosofía y escritora de renombre. «Cuando él [Mitterrand] estaba en el exterior, dejaba de ser mi padre, era un personaje, existía una división total. Cuando volvía a casa había que redefinir las posiciones, la madre se convertía en la mujer del padre y la fusión madre-hija desaparecía».

Lo que está claro es que para Anne Pingeot Mitterrand fue el único hombre de su vida, y que él controló hasta el último instante su imagen pública, dado que solo un año antes de morir, ya enfermo, autorizó a Paris Match la publicación de unas fotos junto a su hija Mazarine, adelantándose a un funeral que iba a dejar una imagen histórica: de un lado Danielle con sus dos hijos; del otro Anne abrazada a Mazarine. ¿Cómo puede una esposa asimilar eso? «Bueno -explica Eva Gil- en este caso yo creo que primero se pasó por la fase de traición: «o ella o yo»; después de venganza: «me busco un amante», y después de «aceptación»; pero en ese matrimonio se ha negociado. Existen muchas parejas con años de convivencia que saben que su vida afectiva-sexual se ha roto, lo aceptan y conviven con ello como compañeros; hay una vida construida, hijos, nietos y ya no digamos si hay un estatus social que se quiere mantener a toda costa. Pero esto tiene que estar asimilado y aceptado; porque si continúa el cariño y uno tiene una amante hay sufrimiento».

Esa rivalidad entre las dos mujeres, Danielle y Anne, ¿se puede traducir en una «ganadora»? Solo existe una viuda oficial. «Es una interpretación -señala Gil-: a una le dio su corazón y a otra la posición. No obstante, en mi opinión, el más listo de los tres fue él que lo tuvo todo. Supo ganárselas a las dos, porque analizando la historia íntima, la cuestión fundamental es ¿por qué no se quedó definitivamente con Anne? Lo hubiese tenido muy fácil». Tal vez el amor definitivo, el ideal, haya quedado solo por escrito.