¿Por qué discuten más las parejas?

Paula S. Sanmartín

YES

Marta Carballo / Nacho L. Tella

Sí, hay un ránking. Y aunque puede haber infinidad de problemas graves, lo normal es que todos acabemos enfadados por las mismas cosas. Los celos, el exceso de trabajo, los hijos y la familia política nos enredan en un bucle que afortunadamente tiene solución: tomárselo con mucho humor y antes de que sea demasiado tarde seguir las pautas de un terapeuta

25 sep 2016 . Actualizado a las 11:58 h.

Yo no sé por qué a mí me tocan estas páginas, porque se podría pensar que todos los días ando a la gresca en casa. Cosa, por otra parte, habitual cuando se tienen más de dos hijos, se trabajan muchas horas y se vive con intensidad los problemas del día a día. Si no fuera porque me avalan más de 18 años de matrimonio y soy bien llevada con mi familia política entraría en el perfil «clásico» de las parejas que van a terapia. Que no son pocas. Claro que si tienen la fortuna de cruzarse con Eva Gil, de la clínica Psique, Psicología y Orientación familiar, el camino está más allanado, por lo menos para llegar a una solución. Ese es el objetivo de cualquier psicólogo que se afana en mediar en los problemas de este tipo, sean cuales sean. Los más habituales, según apunta la especialista, son cuatro: los celos, la carga de trabajo, los hijos y las respectivas familias. Pero no todos nos afectan por igual ni tienen la misma complejidad. De hecho, Eva asegura que el más difícil de solucionar, pese a ser el más común, son los celos. «En ese caso hay que trabajar sobre la personalidad, el carácter, modificar la forma de pensar, y eso requiere un esfuerzo añadido. Las personas celosas son obsesivas, no confían en sí mismas, y si lo son los dos en la pareja ya no digamos. Esa brecha se puede hacer enorme; da igual que haya motivos o no, porque antes o después esas personas acaban cumpliendo su profecía y el de al lado termina yéndose». Lo que se busca en la terapia es siempre una solución, pero eso no implica que sea la que uno quiere -advierte-, incluso muchas personas se van dando cuenta en el proceso de que a lo mejor lo que querían era dejar a la otra persona, pero no se atrevían a dar el paso. «Muchos vienen a quemar el último cartucho, porque al principio es normal el autoengaño y a medida que avanzamos surge la solución», indica Eva. Lo que no quiere decir ni mucho menos que todas las parejas al final rompan: «En otras ocasiones algo que se daba por perdido resurge, pero lo habitual es que muchas de las que llegan ya lo hagan quemadas». Si se ha pasado de los 20 años y hemos resistido, ¿vamos por el buen camino?, le pregunto. «A mi consulta suelen venir los que están en la franja de los 6 u 8 años de relación hasta los 15. Después tal vez es que ya no necesitan terapia», bromea.

La cosa cambia mucho

El humor, reírse de uno mismo y relativizar siempre son buenos aliados si se quiere llegar a un acuerdo. «La mayoría de los matrimonios se agotan cuando llegan los hijos. Con uno lo van llevando, pero con dos ¡y ya no te digo tres o más! la cosa cambia mucho. La tensión va en aumento, algunos llegan a casa del trabajo muy cargados, no hablan, se enquistan y eso hace mella. Y otros, pues discuten por lo mínimo porque ven que su pareja deja de apoyarlos al estar también saturada». Eva pone entonces los pasos para organizarse mejor y que la comunicación fluya, aunque avisa que la peor etapa para el matrimonio llega con los hijos preadolescentes y adolescentes: «Ahí hay que estar muy de acuerdo». Si el problema viene por la suegra o el cuñado la solución debe estar consensuada y marcada por el implicado directamente en la relación. «Esa persona como hijo o hermano va a tener que decidir y establecer un vínculo distinto con su familia, porque no llevarse con la suegra no es causa de divorcio. Si la pareja se lleva bien y hay buena comunicación lo importante es diferenciar las relaciones. Echarse en cara y malmeter no es la solución, y no es obligatorio sentarse con una suegra o un cuñado a la mesa. Otra cosa es como hija o hermana lo que quieras hacer». Lo mejor, como dice la psicóloga, es tomárselo con humor. El amor ya ven dónde queda.