Aquí no hay playa

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

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23 jul 2016 . Actualizado a las 05:10 h.

El 27 de septiembre del año 1887 nacía en París Alexandre Jean Patou. Hijo del dueño de una curtiduría, con los años se convertiría en uno de los grandes referentes del diseño en un país que marcaba las pautas del estilo mundial. La historia ha sido más generosa con su contemporánea Coco Chanel, pero lo cierto es que Patou entendió antes que nadie que la nueva sociedad que alumbró el período de entreguerras necesitaba otros referentes estéticos. Uno de sus grandes aciertos fue vestir a una mujer que empezaba a liberarse y que reclamaba independencia y actividad. Diseñó para ella chaquetas de punto, sin mangas, adaptó el ropero masculino, las liberó de corsés y sayas hasta el tobillo, les presentó las primeras faldas por la rodilla y las vistió con los primeros trajes de baño elásticos. La clase alta europea empezaba a ocupar las playas como lugar de esparcimiento e intercambio social.

Patou pasa por ser también el primer diseñador de ropa deportiva. Su inspiradora fue la estrella del tenis Suzanne Lenglen, en quien el creador personificó a la nueva mujer. En 1921, la deportista apareció en el torneo de Wimbledon con una falda blanca plisada por la rodilla que volaba cuando la tenista se movía; un suéter blanco de punto y una banda naranja en la cabeza. Visto con los ojos del presente, una apuesta convencional; en aquel momento, un atrevimiento que enseguida interesó a las señoras que convirtieron en un referente la primera boutique de ropa deportiva del mundo bautizada con el nombre de «Le Coin des sports». «La silueta deportiva es el chic absoluto», afirmaba Patou, un dandy que proclamaba que «un caballero no debe tener menos de ochenta trajes». En el año 1927, el genio lanzó la primera crema solar del mundo. Le llamó aceite de Caldea. El ungüento, de aroma embriagador, inauguró la cosmética solar que hoy mueve miles de millones en el mundo.

Observando la imagen que acompaña esta página, resulta asombroso el talento y la capacidad visionaria que mostró Jean Patou en un mundo tan diferente al nuestro. Entonces eran pequeñas pandillas de ricos los que optaban por aquellos primeros escarceos solares; hoy, cuando el sol aprieta miles de personas deciden ubicarse a milímetros de otros congéneres sobre la arena de una playa como Samil.

Ese impulso gregario no deja de ser desconcertante en un país como Galicia con 1.500 kilómetros de costa y algunas de las mejores playas del mundo. Por qué una ourensana siente el estímulo de cargar a la familia en el utilitario y chantar la sombrilla en un hormiguero de seres humanos cuando a escasos minutos podría escoger un destino más liberado es un misterio que los antropólogos deberían desentrañar. Esa predisposición a la multitud que presentan tantos congéneres vestidos con telas minúsculas y zapateados al sol, vuelta y vuelta. Un observador imparcial, allende las estrellas, concluiría con facilidad que somos definitivamente una especie difícil de entender.