¿Listos o inteligentes?

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EL SABER TIENE SUS MATICES Da la impresión de que un listo lo es más por su astucia que por su saber y de que la inteligencia no suele distinguirse por su sentido práctico. ¿Es listo quien no demuestra empatía o sentido de la realidad?, ¿es inteligente quien busca solo su propio beneficio? Los expertos nos guían respecto a las diferencias

18 jun 2016 . Actualizado a las 18:12 h.

«Puedes ser muy inteligente y no ser agudo en la relación social». Al sabio se le conoce por sus preguntas, nos dice ese saber popular que desvela su clave en la humildad. Así que, puestos a cafetear al aire libre de las grandes dudas cotidianas, preguntamos: ¿somos listos o inteligentes? No contemplemos más opciones, ¡que tres son multitud! Caigamos en la seducción del yo y en la palabra aunque sea para discutir y desdecir a Groucho Marx en uno de sus célebres principios: «Mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar definitivamente las dudas». ¿Sería un listo capaz de otorgar?, ¿puede un inteligente decir en dos palabras lo que es, lo que siente, lo que quiere y lo que ve donde para otros hay solo oscuridad?

 Hemos oído hablar de la paradoja de «los genios tontos», del aburrimiento en las aulas de mentes privilegiadas como la de Stephen Hawking. Ahí tienen a Darwin, considerado un vago soñador por su propio padre, y a John Gurdon, que alcanzó el Nobel de Medicina con un paupérrimo expediente académico en la Eton School. Según sus biógrafos, el biólogo aún conserva enmarcada la nota de un profesor: «Creo que Gurdon tiene la idea de convertirse en científico. Esto es bastante ridículo. Si no puede entender datos biológicos simples, no tendría ninguna oportunidad de hacer el trabajo de un especialista». Qué ojo tenemos cuando vamos de listos.

El Diccionario de la Academia y los expertos confirman las primeras impresiones: inteligencia y listeza pueden parecerse, pero son diferentes. El listo, o la lista, son ‘diligentes, prontos, expeditos’. Su sagacidad tiene registro académico y exhiben incluso, entre sus acepciones varias, la presunción de un saber y la habilidad para sacar beneficio de cualquier situación. «Por listo tenemos a alguien audaz, pillo, capaz de resolver un problema dentro de un ámbito muy determinado. La inteligencia, más que astucia, presupone un saber, una amplitud, una capacidad singular. Solemos decir que es inteligente la persona que sabe muchas cosas -afirma José Manuel Suárez Sandomingo, presidente de la Asociación de Pedagogos de Galicia, Apega-. La inteligencia es un concepto teórico; la listeza es algo práctico, más vulgar».

Oímos la voz de una segunda opinión: «Al listo se le ve a veces un sentido despectivo, tiene ese matiz de ser pillo, astuto, o de hacer las cosas buscando, sobre todo, obtener su beneficio -dice la psicopedagoga Ana Pravia-. Pero si eres listo, cierta inteligencia se te presupone». La de alcanzar un fin, por pequeño o mezquino que sea.

Los expertos nos detienen en la pregunta: ¿qué es la inteligencia? «Yo diría que la capacidad para andar por el mundo de manera eficiente», plantea Pravia. ¿Pero no es eso más listeza?

He visto a grandes promesas de la arquitectura venirse abajo por no saber elegir entre un cruasán y un caracol. «Cierto que, en general, tiende a valorarse más la inteligencia práctica. Pero hay varias clases de inteligencia. Y muchos aspectos que no puedes medir con exactitud -explica la especialista-. Se nos escapan».

Una gran diversidad

Nos asomamos a las inteligencias múltiples de Howard Gardner para observar la variedad del saber: inteligencia lingüística, lógico-matemática, visual, musical, intrapersonal, interpersonal (ojo al prefijo), naturalista e incluso existencial. Medir la inteligencia no es tan fácil como sumar dos más dos, que siempre son cuatro, advierten los expertos. (De fondo oímos a Radiohead y suena, de Orwell, eso de: algunas veces sí son cuatro, pero otras veces son cinco. Y otras, tres. ¡Y en ocasiones son cuatro, cinco y tres a la vez! «Lo subjetivo es difícil de medir -aclara Pravia-. Depende de las circunstancias, del entorno. ¿Cómo medimos la empatía (una clase de inteligencia hoy esencial)? Podemos valorarla, no medirla». Yo puedo distinguirme por mi capacidad de entender al otro, de ponerme en su piel, pero, en función del día que tenga, mi respuesta puede ser mejor o peor. Con la empatía y las emociones entramos en las arenas movedizas del territorio sentimental, y ahí los test apenas tienen qué decir.

¿Cómo reducir a un cociente la inteligencia emocional? ¿Puede medirse el talento? ¿Cómo ensombrecer la inteligencia de John Nash, Una mente maravillosa, con sus torpes maneras? Quizá recuerdan la frase de su biopic: «No sé qué tengo qué decir para que tengamos relaciones. Pero podemos suponer que ya dije todo eso. Básicamente la idea es intercambiar fluidos, ¿no?, ¿podemos ir directos al sexo?». El social no es saber menor... ¿O no hablamos del «saber estar»?

«El otro día yo hablaba con una persona inteligentísima; alguien que no hablaba más que de sí mismo, ‘yo yo yo’ -comenta Suárez Sandomingo-, lo que demuestra poca agudeza para corresponder en una relación social». Pura intuición, ese saber instantáneo.