Miki Nadal: «Hacer reír a una sola persona es solo caer simpático»

Ana Montes

YES

CEDIDA

Lleva 20 años subido a los escenarios y dice que si tuviera superpoderes se haría invisible. En casa se agarra al mando por miedo a perderse algo en la tele y aunque su mujer, deportista de élite, lo hace sudar mucho, él no quiere saber nada de ejercicio.

30 abr 2016 . Actualizado a las 09:56 h.

Sus palabras ganadoras son felicidad, gracias y reto, «que es un problema visto de forma positiva». Este zaragozano (1967), trabajador del andamio, como él se define, mira la vida de forma positiva, como aprendió en clave de humor dentro de su familia, donde el gracioso no era él, sino su hermano. Recorriendo España, ha constatado que no hay un humor gallego ni aragonés sino uno universal y que todos nos reímos de lo mismo. Aunque, dice, los españoles, «muy de humor negro», estamos esperando el momento adecuado para sacar del armario nuestro humor privado, más salvaje que el humor público. Él sigue con el suyo manteniendo altas las audiencias.

-¿Cuántas riñas has recibido por apoderarte del mando de la tele?

-Afortunadamente pocas, porque he vivido casi toda mi vida solo y, desde que estoy casado y tengo a mi hija, mandan ellas.

-¿Ejerce tu mujer más el poder que tú?

-Ella toma las decisiones. Si yo propongo algo, hay que consensuarlo. Pero si lo propone ella, son hechos consumados. Aunque normalmente suele acertar y yo estoy de acuerdo en todo.

-¿Tú qué manías tienes cuando ves la tele?

-Tengo la manía de tener el mando en la mano. No lo suelto, no sé por qué, será por si lo necesito, por si me pierdo algo en otra cadena? Tengo que tenerlo en la mano y con el dedo puesto en el 5, el botoncito de referencia para saber dónde están los números en la oscuridad.

-Dicen que el mando en los hombres es la prolongación de su virilidad? ¿En qué otras cosas os imponéis en casa?

-En muchas cosas. El hombre muestra su virilidad a la hora de subir la compra, subir cajas a los altillos de los armarios, cargar con la botella del butano o hacer cosas de fuerza. Y en esos casos la mujer solo tiene que decir: «Tú que eres fuerte, ¿puedes subirme esto, cariño?». Y con ese piropo el hombre ya se siente capaz de cualquier cosa [risas].

-Has pasado fugazmente por «Aquí mando yo». ¿Te gusta eso de sentirte invisible?

-No está nada mal. La invisibilidad es una de esas cosas que todos quieren probar. Si pudiera elegir tener superpoderes, es el que más me gustaría porque la invisibilidad te da la capacidad de ver a la gente tal y como es de verdad, sin el ojo de un zoom que hace que cambien sus hábitos y su forma de actuar.

-¿En qué momento has querido sentirte invisible?

-No, como método de escaqueo no me parece bueno. Yo lo usaría para otros fines más divertidos. Pero no he llegado nunca a hacer tanto el ridículo en mi vida como para querer ser invisible en un determinado momento.

-¿Eres de los que suelen hacer comentarios sobre todo lo que ves en la tele?

-Si estoy solo, comento por WhatsApp desde un debate a un partido de fútbol, y si estoy con amigos o con mi mujer, siempre comento. Pero no llego al nivel de hablar con la televisión, como hacía mi abuela, que cuando el presentador del telediario decía: «Hola, buenas tardes», ella respondía: «¿Qué tal? Muy buenas» (risas).

-¿Cómo acostumbras a ver la televisión?

-Siempre tumbado y en la cama antes de dormir. Hacer televisión es mi trabajo y verla es mi momento de descanso.

-¿De qué tipo de situaciones sueles reírte en pareja?

-Nos reímos mucho de las reacciones espontáneas y naturales de la gente, de lo que no está previsto, lo que no es ficción. Entre nosotros nos hacen mucha gracia los tropezones. Y cuando uno se tropieza, el otro empieza a dar palmas y le jalea: ¡olé, olé! Así es un tropezón con alegría.

-Siendo Carola una deportista de élite, puedes presumir de tener tu propia entrenadora personal, lo que se lleva...

-No, los personal trainers ya no me cogen a mí. Ese momento ya lo he pasado. Igual que los abuelos ya no están para programar y usar Internet, yo ya no estoy para tener un cuerpo 10, pero nunca es tarde.

-Y yo que te iba a preguntar si te hacía sudar?

-Sí, sudar me hace sudar en todos los sentidos y además con gusto.

-¿A quién te gustaría hacer reír?

-Al mayor número de personas posible y todos los días. Hacer reír a una sola persona es solo caer simpático. Pero hacer reír a un auditorio de 5.000 personas me encanta. Ya lo hacemos en la televisión. Nos ven más de un millón y medio, y aunque no veo sus reacciones supongo que se ríen, porque me siguen contratando.

-Hay gente que llegado el caso se recicla. ¿Te ves teniendo otra profesión?

-Yo empecé estudiando Derecho y lo dejé porque no era mi pasión. Después de casi 20 años, me podría dedicar a otra cosa pero siempre relacionada con el entretenimiento, el espectáculo o el humor. Hay mil cosas que podría hacer en esto.

-¿De dónde sacaste el cómico que llevas dentro?

-Mi padre era muy divertido y mi hermano era el gracioso de la familia. Así que me viene un poquito de genética y otro poquito de la necesidad. Cuando me metí en el espectáculo necesitaba ganar dinero para mantenerme. Había que hacer el gracioso y ser humorista, y pensé que hacer el cómico y hacer reír a los demás no estaba mal para ganarse la vida.

-Pues tener buen humor es un valor añadido. Ahora hay hasta clases de risoterapia para aprender a reír.

-Hay clases de todo, como las de abrazoterapia. Flipo. La risoterapia está muy bien si la risa es real, pero si es superficial y solo hay que hacer «ja, ja, ja»? Acordar con alguien que toca reírse es como decir que vamos a imaginar que corremos?

-¿Tiene estrés un humorista o las endorfinas compensan todo?

-No, el humorista tiene mucho estrés porque el humorista es un trabajador más y depende de unos resultados, un balance, unos beneficios y depende de si la gente te ve, si les gustas, si el trabajo es para ti o es para otro. Depende de muchas cosas. Y además, los problemas del día a día son iguales a los que puede tener un panadero.

-¿Qué es lo que aún no se ha hecho en el humor?

- Muchas cosas. A veces porque es políticamente incorrecto o porque no es la época. Pero el humor va intentando escarbar y cada vez ser más irreverente. Y eso a veces roza lo que sería un pecado o un delito en otras épocas. Todo evoluciona y lo que hace 15 años era una barbaridad y digno de juicio sumarísimo ahora no deja de ser una tontería a la que nadie hace caso ya.

-¿Cuántos tipos de humor hay?

-El privado y el público. El privado es muy salvaje y se ríe de todo. Es el que más arriesga y el que más experimenta. Y el público es mucho más suave y no se llegan a decir las barbaridades que dicen en petit comité. Y es que hasta cuando hay una catástrofe a los dos minutos sale un chascarrillo sobre eso. Hay mucha gente a la que le hace mucha gracia eso, pero no se puede confesar. Además, los españoles somos muy de humor negro.

-¿Te gustan los programas de humor donde se oye de fondo la caja de risa?

-Ya he trabajado con este tipo de formatos. Puede molestarme cómo es la risa, no que haya una porque muchas series americanas de éxito las han tenido. De hecho, esas risas son de los años 50 y están en un banco de sonidos desde entonces.

-¿Y sería necesario hacer una risa más moderna?

-Sería la misma risa. La risa es como los gritos de terror que hasta en la Edad Media eran parecidos a los de ahora. Hay cosas que no se pueden modernizar.

- En «Zapeando» te metes en la piel de muchísimos personajes. Camaleón, vampiro, mentalista? ¿cómo te defines?

-Yo me siento como el trabajador del andamio que hace lo que le piden. Nunca me he considerado imitador, pero, si me piden imitar, lo hago. Tampoco me he considerado nunca un actor de método. Hago lo que me piden lo mejor posible.

-El mundo de la tele es muy duro. El que resiste ¿gana?

-Sí, es uno de mis lemas y una de las maneras de pensar que más me han ayudado a seguir en este mundo tantos años.