Mamás... ¡Nos dan la vida!

Sandra Faginas / Tania Taboada / Ana Abelenda

YES

SANDRA ALONSO

¡Qué haríamos sin ellas! En YES vamos por delante y no dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy. ¿Qué se celebra? La suerte de ser madres en todo su esplendor. Así que como homenaje ponemos encima de la mesa distintas historias de amor que demuestran el valor de cada una de ellas por muy difíciles que se pongan las cosas. ¡Feliz día a todas!

30 abr 2016 . Actualizado a las 18:34 h.

«Nuestros hijos viven felices con sus dos mamás»

Texto: Sandra Faginas

Si la felicidad cabe en una sonrisa es en la de estas dos mujeres, Mónica Cao y Silvia Estrada, que como sucede en las historias con final feliz han visto cumplido su sueño: ser una familia. Y no una familia cualquiera. Porque en la de ellas, solo hay que verlas, sobra amor. El que le han tenido que poner para poder llegar a superar todos los inconvenientes de un camino que no siempre es de rosas para tener hijos cuando ese amor se vive entre dos mujeres. Silvia (a la derecha de la imagen) tiene ahora 33 años y siempre tuvo claro que querría ser una madre joven, tal vez por eso su reloj biológico empezó a apurar su deseo a medida que se acercaba a los 30; a Mónica, su pareja desde hace diez años, las agujas de ese reloj no se le movían tan rápidamente, por eso Silvia, que se define «de pico y pala», empezó a cimentar lo que ella veía como un futuro feliz. Mónica también se puso manos a la obra y dieron el primer paso. «Nos casamos en el 2011 porque sinceramente teníamos miedo a que con el cambio político las cosas se nos complicasen», cuenta Mónica. Fue una ceremonia sencilla que su gente apoyó como se merecen con el fin de tener regulada una situación con vistas a la maternidad que deseaban. «Ese era nuestro fin y para ser las dos madres con los mismos derechos era esencial, si no solo una de las dos quedaría registrada como madre».

Un paso a dos

Pasados tres años, y tras darle vueltas a varias opciones, decidieron que entre las dos se equilibrarían en una combinación única para dar a luz: Silvia llevaría la gestación por su deseo natural de sentir el embarazo, y todo el proceso posterior de darles el pecho, y Mónica se sometería a un proceso hormonal para obtener los óvulos necesarios en la fecundación in vitro que ellas hicieron en una clínica privada. A la primera -¡hubo suerte!- Silvia se quedó embarazada de sus mellizos, Gael y Vera, que hoy tienen 17 meses y como dicen sus madres «son la guinda del mejor pastel». «No podemos ser más felices, son la alegría de toda la familia, sus abuelos están encantados y no hemos encontrado jamás ningún rechazo. Bueno, solo un inconveniente en el Registro Civil, donde no tenían los papeles actualizados para figurar como madre y madre y nos hicieron llevarles todo el papeleo de la clínica. Eso cuando al resto de parejas heterosexuales, que sepamos, no les hacen la prueba de ADN para inscribir a sus hijos». ¿Y algún rechazo? ¿Algún miedo a lo que puedan sentir los niños cuando crezcan?

«Por el momento son pequeños, pero jamás, jamás, ni en la guardería, ni en el parque ni en ningún sitio hemos sentido que los tratasen de forma diferente, todo lo contrario, y cuando estén en el colegio pasará como con todos: unos llevan gafas, otros son pelirrojos, otros adoptados, otros tienen padres separados, otros tendrán solo una madre, otros solo un padre... Al final la normalidad se construye de todas esas pequeñas diferencias, porque en la suma de lo distinto está lo normal», confiesan. Una curiosidad final, ¿Gael y Vera están enmadrados? «Ja, ja, -se ríe Silvia-, creo que sí ¡han estado más pegados a mí!

«Por fin a los 47 oí la palabra mamá»

Texto: Sandra Faginas

José Manuel Casal

Qué fácil sale a veces que te llamen mamá y qué difícil resulta otras. A Charo no se le va a olvidar jamás el día que oyó de sus hijas ese nombre. Llevaba más de tres años esperándolo, porque los embarazos del corazón son mucho más largos que los biológicos, la espera se hace eterna y el parto suele ser, en cambio, tan corto que te tienes que pellizcar para ver que no es un sueño tener a tu hijo en brazos. Charo lo cuenta aún con la emoción del recuerdo vivo y con la certeza de que ha cumplido el mayor de sus deseos: ser madre. Siempre supo que lo sería, y siempre barajó como primera posibilidad la adopción desde que vio en televisión un reportaje sobre un orfanato de niñas chinas. «Esa semilla quedó plantada en mí, pero pasó mucho tiempo hasta que maduré la idea y mi situación laboral se estabilizó y me decidí», cuenta. En muchas ocasiones la vida decide por uno y el destino se marca por el terremoto de la casualidad: «Yo no sabía en qué país adoptar, llamé por teléfono a una entidad y la persona que me cogió el teléfono fue tan amable, me explicó todo tan bien que sin saber cómo me decidí por México cuando mi idea era Honduras».

La suerte no tiene explicación, así que su unión con México se fue fortaleciendo desde que se animó a tener dos niñas de golpe en ese país. «Lo hablé con mi familia, yo no tengo pareja, soy hija única, y aunque estoy encantada, siempre eché de menos una hermana. Eso no lo quería para mi hija». Charo piensa en femenino porque la idea de dos varones la asustaba un poco: «Me parecía que con dos niñas, al ser yo sola, lo iba a hacer mejor». A los 47 años, con media vida hecha, el cielo se le abrió en dos mitades: Alejandra, que entonces tenía 12 años, y Angélica, de 4. «Ese primer momento de verlas, uf..., todos los que tenemos hijos sabemos que es una experiencia que no se olvida, muy emocionante. Yo tengo toda esa luz grabada, era por la mañana, primero llegó mi hija la mayor... Luego la pequeña. Ese abrazo es indescriptible, pero puedo decir con orgullo que ya ese día salí de la casa hogar donde vivían oyendo la palabra mamá, porque yo las había deseado mucho, pero ellas también una madre, tienen mucha fortaleza interior y estaban convencidas de que lo que tenía que llegar iba a llegar».

Las sorpresas de la vida

Charo no puede más que estar agradecida de la familia que ha formado y la boca se le llena de adjetivos en grado superlativo para sus niñas: buenísimas, estudiosísimas, muy obedientes, muy responsables, cariñosísimas... Y solo hace una reflexión para quienes estén en su situación: «Los hijos no son para cubrir carencias ni para curar crisis y creo que lo mejor es no tener ideas preconcebidas; lo que nosotros proyectamos a veces no es lo mejor, a veces las sorpresas que te da la vida son mucho mejores -apunta-. Existen prejuicios sobre la adopción de niños mayores y de verdad que dan unas satisfacciones muy grandes. Un hijo mayor te va a reconocer como su madre exactamente igual, yo en eso jamás noté diferencias». Charo, Alejandra y Angélica son un ejemplo del amor merecidísimo.

«Soy la madre de mi madre, de mis hijas y de mis nietos»

Texto: Tania Taboada

El día a día continúa en la casa Reixa, en la parroquia lucense de Labio, pero de una forma diferente a hace años. Las circunstancias de la vida han hecho que las cosas hayan cambiado y que Manuela Reija, de 68 años, haya tomado las riendas de la vivienda.

Sin contar con ello se ha convertido en la madre de toda la familia: es madre de su madre, de sus tres hijas y de sus cuatro nietos. Tras fallecer su padre y su marido, se quedó al cargo de Josefa, su madre. Su progenitora tiene 90 años y hace un tiempo le diagnosticaron una demencia. Aunque aparentemente la mayor de la casa esté perfectamente, goce de muy buena salud, se tome su café y su vasito de vino, no puede quedarse sola. Por eso Manuela, con todo su cuidado y mimo, se encarga de levantarla todos los días, vestirla con los mejores trajes, peinarla de la mejor forma... «Somos dúas irmáns e eu fun a que casei e quedei na casa. Estiven dende sempre ao coidado da vivenda. Agora estou coa miña mamá, sempre ao seu lado e sinto moita dependencia dela. Non me quero imaxinar o día que me falte. Faime moita compañía e significa moito para min coidala. Non a deixo en mans de ninguén», explica Manuela. De lunes a viernes, durante el día lleva a su madre al centro de día para que desconecte y no se acostumbre a estar habitualmente en un único hogar. «É como se fose ao colexio. Está moi entretida, está en contacto con outras persoas, fai manualidades e vénlle moi ben», cuenta su hija, quien dice que la quieren mucho y que está muy orgullosa de llevarla al centro. En verano, esta familia se va unos quince días de veraneo al municipio lucense de Foz, donde una de las hijas de Manuela tiene un apartamento. También llevan a la abuela, a quien pasean por la playa y la acompañan a la sesión vermú de las fiestas patronales.

«La abuela perfecta»

Manuela tiene a su vez tres hijas, Rocío, María José y Eva. «Intentei educalas da mellor maneira. Sempre me interesei polas compañías coas que se relacionaban. Quixen o mellor sempre para as tres». Aunque ahora cada una trabaja en una ciudad distinta de Galicia, están en contacto continuo con su madre y se ven el fin de semana. «Cando a un fillo lle pasa algo chamamos a mamá para que nos aconselle. Ela sempre nos dá a súa opinión e nos tranquiliza», dice Rocío, hija de Manuela y a la que define como la mejor madre del mundo. «Nuestra mamá es un ejemplo a seguir. Ahora la vida de madre ha cambiado porque antes todos vivíamos en una misma casa y los unos cuidaban de los otros. Ahora no. La vida es más estresante y conciliar vida laboral y familiar es muy difícil», considera Rocío.

Esta alma máter de la casa tiene a su vez cuatro nietos, que la adoran y la definen como «la abuela perfecta».

«Madre e hija son la pareja perfecta»

Texto: Ana Abelenda

«Una madre y una hija son el matrimonio perfecto», dice Malu con la sonrisa que hace su retrato. Esta mujer de 40, «buena, simpática y guapa» -son palabras de su hija-, directora en la Fundación Iberoamericana de las Industrias Culturales y Creativas, es la madre de Andrea. Viéndolas pasar, salta a la vista que funciona: «Hablamos de todo. Si ella me pregunta si puede hacer algo -cuenta Malu-, yo le digo: ¿Qué harías tú en mi lugar? Hombre, a veces discutimos, pero si hay una discrepancia muy grande se impone el criterio de la madre, que no es una amiga».

Andrea, ¿no es una amiga mamá? «Sí, mamá es mi amiga. Pero me riñe si me porto mal», dice la chica de 12 años que pone la calma en esta relación vital. Andrea, el motor de su madre, de un hogar con estas normas: respeto mutuo, exprimir la felicidad del día a día y si hay un problema «resolverlo antes de irse a dormir». Ellas duermen juntas. «¿Y cómo hacemos por las noches? -pregunta cómplice Malu- ¿Nos ponemos...? «¡Pegamento!», dice la niña de sus ojos.

PACO RODRÍGUEZ

Son distintas, pero se parecen en lo que se quieren. Comparten muchas cosas, el gusto por las manualidades y la cocina, y los domingos de lluvia les encanta mirarse en el espejo de Las chicas Gilmore, una serie que refleja su experiencia familiar: una madre (un punto alocada) y una hija (sensata) construyendo la vida. «Son muy parecidas a nosotras -dice Andrea-, son una madre y una hija que viven solas y tienen un perrito igual que el nuestro». Él es Martín, pastor catalán, «el machote de la casa». ¿En serio?, pregunto. «Nooo, ja ja ja, es muy miedoso. ¡El machote soy yo!», ríe Malu.

«Gracias por tirar de mí»

Así es este hogar desde que Andrea tenía 7 años. «Me quedé sola, pero la tenía a ella. Mi hija es mi vida. Todo. Me quedé sin pareja, perdí el trabajo, sufrí un aborto. No quería levantarme. Ella tiró de mí. Mi hija es especial. Quiero darle las gracias». Andrea sonríe, diría que se le cae la baba por mamá. «También tiene la suerte de tener un buen padre -subraya Malu- . Él es una buena persona. Y me gusta congeniar dos familias, la nuestra con la de su padre, que hace poco le ha dado una hermana. Es lo mejor. Me digo que mi hija no solo no ha perdido a un padre sino que ha ganado otra familia». Cuánto da la filosofía de la generosidad.

«Quizá soy un poco blanda como madre, pero implacable en el orden», desliza Malu. En este «matrimonio» perfecto el trabajo se reparte al 50%. ¿Andrea, y tú, le exiges o no mucho a mamá? «No». «Tiempo. Eso sí», dice su madre. «Porque quiero estar con ella», se explica Andrea.

Mamá, eres el regalo. No hay otro mejor.