Un año sin mi hija

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PACO RODRÍGUEZ

AHÍ OS QUEDÁIS FAMILIA, YO ME VOY... A ESTUDIAR Tienen 16 años y la oportunidad de pasar un año fuera de casa, un auténtico sueño a esas edades. Vuelven bilingües y con dos familias. Normal que quieran repetir.

18 abr 2016 . Actualizado a las 09:52 h.

Costó al principio, incluso llegó a pensar: «Sofía, ¿esto fue idea tuya? Con lo bien que estabas en casa». Esta sensación se esfumó enseguida. Sus padres se enteraron hace muy poco de las lágrimas que soltó la primera semana. Y eso que habla con ellos a diario. Se despierta con los «buenos días» de su padre en el WhatsApp, y nada más llegar del colegio pone al día a su madre de los estudios. Quizás porque el período de adaptación, que hay que pasar sí o sí cuando uno hace las maletas y se instala en otro país con otro idioma, costumbres e incluso otra familia, fue muy corto. Enseguida se integró en Athlone, un pueblecito a 130 kilómetros de Dublín, donde estudia 1.º de bachillerato. Está «muy bien», muy cómoda con la familia que le ha tocado, se preocupan mucho por ella y le hacen sentir como en casa. «Me llevo de maravilla con ellos, son muy compresivos, si necesito algo no tengo ningún problema en pedirlo. Además tengo una coordinadora irlandesa que la llamo y viene al momento y otro español», explica Sofía Vázquez, que a sus 16 años se ha convertido temporalmente en la hermana mayor de su familia irlandesa. Tiene cuatro hermanos, 3 niñas de 14, 13 y 10, y un niño de 8. Es curioso que con los que más ha congeniado es con los dos más pequeños, aunque con las otras dos habla mucho e incluso salen a dar una vuelta. Sí, porque el aire libre es lo que más echa de menos, además de a la familia y a los amigos, claro. Pero se muere por poder tomar algo en un bar... «Es que son mucho de estar en casa», lamenta.

Su madre, Teresa, que ha pasado unos días con su marido en Irlanda aprovechando el parón de la Semana Santa, también lo ha podido comprobar. «Sí, yo vi lo que ella me dice, pero son vidas distintas, a nosotros nos gusta mucho salir, pero ellos van de casa en casa». Se ha traído de vuelta en la maleta muy buenas impresiones. Era consciente de que lo de la familia es una quiniela, y afortunadamente ha acertado algún número. A ellos, a los padres, les toca la peor parte, quedarse aquí y llevarlo lo mejor posible. Y aunque la extrañan, como es normal, verla tan contenta es el mejor antídoto para la morriña.

Su nivel de inglés es el principio del cambio, aunque su estancia también está haciendo mella en lo personal. «Yo creo que maduré como persona, cuando estás aquí recurres al ?¡Ay, mamá!? y allí es distinto, intentas buscarte la vida, no les vas a estar todo el rato con cosas», explica Sofía, que no fue hasta que aterrizó cuando se dio cuenta de que su manejo de la lengua extranjera no era tan bueno como ella creía. «Yo llevaba un buen nivel, de 8 más o menos, pero hablaban muy rápido... Me tuve que ir apañando, fueron pocas semanas». Las matemáticas también se le atragantaron, pero si cuestan aquí, imagínense...

A dos horas de casa

El curso se hace largo, pero haber escogido Irlanda les permite no estar separadas más de dos meses y pico. «Nos hemos visto unas cuantas veces, y además es la seguridad de que pasa cualquier cosa y en dos horas estás ahí». La recta final se acerca, en breve hará las maletas para volver a su casa. No se crean que por mucho tiempo. Ya le está dando vueltas a dónde puede hacer un año de Erasmus. Duda entre Francia o Italia. Los idiomas los va a necesitar. Su futuro pasa por la Traducción. ¡Bye bye Sofía! ¡See you soon!

«Yo no quería volver, pero era así»

PACO RODRÍGUEZ

He de confesar que después de hablar con madre e hijo no sé cuál de ellos se ha quedado aquí. Los dos hablan con tanta emoción de la experiencia que sigo con la duda hasta que veo la habitación de Miguel. ¡Es un yanqui más! No le falta detalle americano. ¿Quién se lo diría cuándo su madre le propuso irse a estudiar un año fuera? «No lo sé, no me veo», contestó.

Pero tampoco se opuso a estudiar cuando su madre, Emma, le coló la mentirijilla de que hacía falta el First. «Tenía buen nivel, pero lo queríamos mandar seguro, no que llegara y se perdiera». Meses antes de emprender la aventura ya conocían a la familia. Dicen que como norma de cortesía deben ponerse en contacto por teléfono o por correo. Lo hicieron, tanto, que cuando llegó la fecha ambas familias eran íntimas. Emma confiesa que los tres primeros meses fueron complicados. No porque así se lo transmitiera Miguel, sino porque después de Navidad «era otra persona». «A partir de su cumpleaños, que es el 25 de diciembre, echaba cohetes, entraba, salía, te decía: ?Ya hablamos el domingo?. Yo sabía más por la familia que por él». Brenda, la madre americana, era la encargada de ponerla al día.

Y fue la que le hizo más llevadero su peor momento. «Yo lo pasé fatal durante el vuelo para allí. Mandas a tu hijo con 15 años y hasta que no sabes que se encuentra con la familia es angustioso. Pero en cuanto me mandó una foto con el cartel de ¡Bienvenido, Miguel!, dije: ?Ya está, que le vaya todo bien?». Y casi casi hasta que volvió. «Cuatro wasaps y poco más, pero es que Miguel es así, hay que aceptarlo. ¿Que me hubiera gustado wasapear más? Sí, pero si hasta su padre le decía que no se olvidara de llamarme el domingo».

«Es que no quería volver a España, pero sabía que tenía que hacerlo», dice Miguel, que ya está contando los días para terminar el curso y volver, pero esta vez invitado por la que él considera su segunda familia. Esto ahora, porque el primer día... ¡estuvo tres horas en la biblioteca antes de entrar en clase! «Hasta que vi en el horario Caza y Pesca, y dije: me meto aquí, que es lo más fácil». Pronto hizo amigos, sobre todo uno que le fue abriendo camino, pero sin duda su gran apoyo era la familia, aunque también le riñó cuando fue necesario (por la decoración navideña).

Y llegó ese temido momento de todos los que se van en 1.º de reenganchar con 2.º de bachillerato, porque el nivel allí es ligeramente inferior. «Es duro, pero tienes que poner de tu parte. Yo me pasé todo el verano en la academia, pero hay que gente que no lo necesita. Pero claro, no puedes estar sin saber derivar». Pues no.

«Lloré de la emoción con las notas»

CÉSAR TOIMIL

Enriquecedora es la palabra que usa Sara para calificar la experiencia que vivió con tan solo 13 añitos en Irlanda. La idea fue de su madre, Mari Luz, que la metió en este embolado, por eso esta última no tuvo más remedio que llevarlo bien. «Fue duro, muchas noches de llorar. A veces se te caía el mundo encima, pero sin duda ha merecido la pena. Era muy pequeña, que es cuando más la puedes engañar. Si llega a ser ahora, igual no va. No me arrepiento, maduró muchísimo, me necesita mucho menos», cuenta Mari Luz, que tuvo que escuchar como su hija le decía que se habían portado mal con ella en el colegio. «Yo solo le decía: hay que aguantar, le restaba importancia diciéndole que eso también pasa aquí. Yo no soy de las madres que la arman pero me daba una rabia. Aún así, no me puse nerviosa en ningún momento».

Lo que pasaba en realidad, según explica Sara, era que a los otros alumnos del colegio de Wicklow donde estudiaba, una localidad a 45 minutos de Dublín, les molestaba que tanto a ella como a una amiga suya las pusieran de ejemplo los profesores o sacaran mejor nota que ellos en inglés. «A esa edad los niños son muy crueles», dice esta joven que quiere estudiar Traducción e Interpretación. Esto ocurrió los primeros días, luego la situación mejoró, se integraron en el grupo y pudieron ser ellas mismas. También reconoce que la edad no ayudó mucho. «Creo que 15-16 es lo mejor para irse, lo aprovechas mucho más. Ahora mismo tengo 16 y creo que lo viviría diferente. Son solo 2 o 3 años, pero cambias mucho en este tiempo». Llegaron las primeras notas y lloró de la emoción al aprobar todo en un idioma que no era el de ella. Fuera la presión (con una que suspendiera tenía que repetir el curso aquí), llegó el momento de disfrutar.

La hora de los ánimos

Vía Skype mantenía informada a su madre de todas sus entradas y salidas. «El momento clave eran las 9-10 de la noche, era el momento de darle ánimos. A mí me preocupaba mucho que aguantara, y en eso no hubo problema», explica Mari Luz, que ya está tramando volverla a mandar al extranjero, ya sea todo un curso o unas semanas durante el verano. «Por una parte diría que no, por no volver a estar lejos de la familia, pero por otro que sí, para poder conocer sitios nuevos. Supongo que acabaré diciendo que sí», explica Sara, que reconoce que no tendría ningún problema si tuviera que irse fuera a estudiar una carrera.

De vuelta en casa, no tuvo ningún problema de adaptación, solo se repetía a sí misma eso de «Hogar dulce hogar». Recomendaría a cualquiera vivir una experiencia. Y lo mismo ella repite, ¿quién sabe?

«Hablaremos una vez al mes con suerte»

Todavía no se ha ido, pero sabe que cuando lo haga no va a volver en un año. No hay problema. Hay Skype y WhatsApp, suficiente. Los nervios ya se han dejado ver, pero Ana está convencida de que se harán más fuertes a medida que se acerque agosto. Hasta hace un par de años ni se le había pasado por la cabeza irse un año a estudiar fuera, pero después de ver a su prima, de conocer de cerca cómo es la experiencia, se animó a irse a EE.UU. De momento no conoce el destino, aunque le encantaría que fuera costa, da lo mismo por qué lado. En la maleta meterá recuerdos pero también la seguridad de que no va a tener problema a nivel académico. «Soy de buenas notas, y ya me han dicho que el curso es más fácil allí». El problema vendrá a la vuelta, ese es uno de sus miedos. «A ver cómo lo afrontamos para recuperar el nivel, pero para eso hay academias». El que lanza este positivo mensaje es Juan, su padre. Aún así Ana se teme que su madre lo lleve peor que su padre, pero confía en que se vayan acostumbrando. «Lo más duro serán las fechas especiales, Navidad, que somos de pasarlas muy en familia, los cumpleaños... pero también tengo que aprovechar la oportunidad de vivirlas diferente al menos por una vez», explica Ana, a la que siempre le ha llamado la atención la cultura y el estilo de vida americano.

MARCOS MÍGUEZ

Juan, el padre de la criatura de 16 años, ya se está haciendo la idea de que los primeros meses no serán fáciles. «Será como cuando estuvo un mes en Irlanda, al principio todos los días, a partir del quinto ya era: ?¿Queréis algo?? y hablábamos una vez a la semana. Aquí será lo mismo. Nos cruzaremos unos cuantos wasaps, aunque también dependiendo adónde vaya, porque hay pueblos que no tienen wifi, al principio una vez a la semana y luego una al mes con suerte».

Son conscientes, porque así lo firman, que no pueden verse en persona durante el curso por el bien de la niña, y ahí el que sale beneficiado es Miguel, el hermano de 11 años, que está tan encantado como si se fuera él de viaje. Juan no está preocupado, sabe que solo con enfrentarse a la experiencia de pasar el control solos empiezan a madurar y a valerse por sí mismos. «Siempre hay una primera vez y esta es la mía, hace un par de años estuve en Irlanda, pero vuelo directo desde Santiago y con un grupo de 30 personas y monitor». Suerte, futura fisioterapeuta.