«Soy un volcán interior»

YES

MARCOS MÍGUEZ

A sus 45, el autor de «La isla de Alice» ha echado el freno de mano: «Estoy en barbecho». El miedo es para Daniel Sánchez Arévalo un compañero de viaje; el humor, la forma de respirar. ¿Un deseo? «Quiero tener hijos, pero dudo que suceda con el amor de mi vida. Yo ya no creo en eso», revela en una cita con YES este hombre (solo en apariencia) tranquilo.

13 feb 2016 . Actualizado a las 05:05 h.

Tiene la voz baja y las manos casi siempre en los bolsillos. O así se muestra en la primera cita. No es la primera vez de Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) en A Coruña, adonde llega para guiar al público de Libros en Directo en el viaje por La isla de Alice, su novela finalista del Planeta. Comemos con él. Es de pescado, caña para beber. Habla poco, desmiga palabras en el mantel. Fan de Star Wars, creció devorando cine y libros de Stephen King. It es una de sus novelas preferidas. A los 10 años sintió que se moría por primera vez. Fue por separarse de su madre. Daniel parece tranquilo. «No. Qué va». ¿La procesión va por dentro? «Soy un constante tira y afloja. Transmito paz, o eso dicen, pero soy un volcán interior». 

-¿En qué te pareces a Alice, la protagonista de tu isla?

-Yo también soy un mar de contradicciones. Tengo la necesidad de ser un buen chico. Un buen hijo. Un buen amigo...

-¿Te pesa lo que opinen de ti?

-Desde pequeño he necesitado sentirme querido. He tenido siempre la necesidad de complacer a los demás. 

-Te defines como un ladrón de historias que hace suyo lo que ve.

-¡Yo soy un gran ejemplo de la picaresca española! Somos un país de ladrones, pero por lo menos yo lo reconozco. Pero creo que robo cosas solo para hacer el bien. 

-¿Por qué escribes?

-Es mi manera de sobrevivir. Y de vivir. Para mí siempre ha sido la mejor de las terapias, encontrar en la ficción mi propia isla. Así me aíslo de la realidad o, gracias a eso, puedo enfrentarme a ella en condiciones.

-¿Qué te da la realidad?

-Mucho. Siempre digo que todo lo que escuche o vea puede acabar en lo que escribo. Me nutro de lo que veo. Soy muy poroso, muy mimético con lo que me rodea. Más que la acción, me interesa la reacción de los personajes a los hechos, a sus circunstancias.

-¿Cómo te sientes hoy?

-En barbecho... He echado el freno de mano. Pienso que me gustaría mucho tener hijos... pero no sé si es necesario.

-¿Te ves o no como padre?

-Quiero ser padre, pero en lo que ya no creo es en que pueda tener hijos con el amor de mi vida. Yo antes tenía prisa, quería tener hijos antes de los 40. Ya estoy en 45.

-Tus actores -Antonio de la Torre, Raúl Arévalo y Quim Gutiérrez- son tu familia, la que has elegido.

-Los siento como hermanos. Pero tener una relación tan íntima con quienes trabajas es algo delicado. Yo soy como el hermano mayor.

-¡Pero no eres el mayor!

-No, el mayor es Antonio de la Torre, pero en un rodaje... [risas] ¡mando yo!

-Eres fiel a tus actores, pero no repites actriz...

-Revisa mi filmografía, no siempre trabajo con los mismos. Y volvería a trabajar con cada actriz.

-Pero no lo haces. Podrías definirte en un par de palabras. O tres, o cuatro...

-Soy hipocondríaco, neurótico, obsesivo y daltónico, y todo desde los 10 años. Y eso que tuve una infancia feliz.

-La infancia es un reino de cuento vista de lejos. ¿Fue tan feliz como lo es su recuerdo?

-En hechos mi infancia fue feliz, pero soy muy sensible. Hay cosas que sin ser traumáticas en sí te afectan, te quedan clavadas de por vida. 

-¿Qué te pasó a los 10 años?

-Estaba en el cine con mi padre y de pronto sentí que me ahogaba.  «Papá, que me muero, que me muero...». Primero pensamos que era un corte de digestión. Después supe que me había dado un ataque de ansiedad. Era la primera vez que estaba sin mamá. Se había ido con mi hermano una semana a Londres. No es algo terrible, pero yo lo sentí así.

-¿Cómo es la relación con tus padres?, ¿igual con los dos?

-He tenido siempre una relación muy íntima con ellos, con los dos. Y lo que son me ha marcado. Yo soy licenciado en Empresariales, ya ves, quería ir por otro lado... pero fui incapaz.

-¿Necesitamos mentiras para sobrevivir?

-Sí. O por lo menos... bajarle el volumen a la verdad. Mi novela habla del engaño necesario para seguir en pie, para estar vivo. Todos recurrimos al autoengaño como manera de avanzar, pero hay que tener cuidado porque las mentiras te pueden llevar a un sitio extraño, donde no te reconoces tú. 

-¿La sinceridad está sobrevalorada?

-Es una frase hecha, pero sí, hay que dosificar. No creo que ser sincero porque sí sea positivo siempre.

-A la vez que nos mentimos, parece que tenemos un instinto suicida por descubrir la verdad.

-Absolutamente. Ahí entra el fascinante mundo de la contradicción. Alice piensa que necesita saber la verdad sobre su marido, pero a la vez le da miedo saberla. Hay un momento en que no sabe si todo lo que está haciendo es para acercarse o alejarse de la verdad. Hay verdades que pueden hacernos mucho daño. Pero hay un impulso irrefrenable a mirar. Lo describía muy bien Amenábar en Tesis, con un accidente en el metro; por el altavoz decían: ¡No miren, no miren! Pero miramos, no podemos evitarlo. Es superior a nuestras fuerzas.

-¿Hay cosas de las que no podemos escapar?

-Hay cosas de las que no podemos escapar porque son más poderosas que nosotros, hay que aceptarlo. Los miedos debes llevarlos contigo, tienes que hacerte amigo de ellos, es algo que me dijo Julio Medem cuando yo estaba empezando.

-Tú huyes del verano por coherencia dramática, has dicho, y eso que naciste en pleno junio...

-Sí [risas] Siempre me he dedicado a esquivar la vida, pero me ha ido bien así, esquivándola. El descanso para mí es escribir, crear. Siempre.

-¿Y eso es descansar?

-Mi cabeza está siempre tramando algo, pensando, dando vueltas. Es cansado, pero no puedo evitarlo, porque a la vez me alivia. Si no estoy pariendo algo, me siento vacío.

-Sánchez Arévalo no para nunca.

-Bueno, a la vez me gusta la vida tranquila, estar en mi casa. Vivo en mi barrio de toda la vida, desde que nací; me da sensación de tierra.

-¿Somos como nos ven?

-Es algo que se complica con las redes sociales, que no siempre dan una imagen real de lo que eres. Yo cada vez tiendo más a recluirme, a crearme mi burbuja, porque es ahí donde puedo estar a gusto. Lo demás... no sé, no me gusta. Quizá soy un poco misántropo [risas].

-Te has puesto en la piel de una mujer. ¿Cómo ha sido?

-Muy natural. Tengo un lado femenino muy asimilado. Los hombres ya no tenemos que estar adoptando poses, no porque seas rudo o seco eres más hombre. Eso ha cambiado mucho. Ser sensible ya no se relaciona con ser afeminado. 

-¿Es necesario vivir las cosas para contarlas?

-No. Hay muchas maneras de vivir las cosas, imaginarlas es una de ellas. Los viajes más fascinantes son los que se hacen al interior de uno mismo, tanto en la ficción como en la vida real.

-De esos no se sale ileso, ¿o sí?

-Sueles salir mejor... ¡si sobrevives!

-¿Un gran amor no se supera jamás?

-Es una frase de mi padre en La gran familia española. Ese padre está muy inspirado en el mío. Un gran amor no se supera, pero yo lo enfoco en positivo. Un gran amor te deja un poso de por vida. Eso no implica que no puedas volver a enamorarte. En una pareja también es importante respetar el pasado. Uno no puede borrar el disco duro. No pueden pedirte eso.

-¿Existen las familias felices?

-¿Felices de cabo a rabo? ¡No! La felicidad se compone de momentos puntuales, no es un estado de ánimo continuo. Y en ese proceso de buscar la felicidad es donde ocurren cosas interesantes...

-¿Por qué necesitamos el humor?

-¡Porque nos deja respirar! A mí el humor me sale solo, es como coger aire en la oscuridad.

-Dices en Twitter que eres un libro abierto. Más bien, un libro que abre poco a poco...

-Y que se cierra muchas veces.