Bótox y viagra

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

YES

28 nov 2015 . Actualizado a las 07:10 h.

Los ejecutivos de las dos principales multinacionales farmacéuticas habrán analizado balances antes de ordenar la fusión, pero Pfizer y Allergan estaban predestinadas a ser una. La primera fue la inventora de los orgasmos masculinos a la carta y la segunda la descubridora de la juventud eterna. Ni la primera afirmación ni la segunda son ciertas, pero a los consumidores les importa muy poco la verdad si por medio hay una buena campaña de publicidad que garantiza sexo y belleza, los dos grandes asuntos de este tiempo. Habrá quien piense que lo que ha definido este entresiglos es la tecnología, o el terrorismo, o la globalización, pero lo que de verdad ha determinado el final del siglo XX y el principio del XXI es el bótox y la viagra. 

La pastilla azul ha proporcionado horas de sexo extra a millones de varones diezmados por la edad, la enfermedad o la ansiedad. Supongo que en ese sentido ha sido un inductor acelerado de felicidad, aunque para muchos haya sido más bien un atajo hacia la decepción. En cuanto al bótox, pocos productos han hecho más por la nivelación social que las inyecciones de toxina botulínica, por cierto uno de los venenos más poderosos que existen, prohibido por la Convención de Ginebra por ser un arma química devastadora que provoca una parálisis muscular progresiva que conduce a la incapacidad respiratoria y a la muerte. En pequeñas dosis se usa para atusar las arrugas, que como sabemos son las líneas continuas del envejecimiento, y todos intuimos cuál es el final inevitable de la vejez. 

El bótox ha demostrado que la inseguridad no la disuelve el dinero y que la actriz mejor pagada de Hollywood comparte con la cajera del Lidl la misma presión por frenar el tiempo. Sería razonable que toda esa incertidumbre existencial que pretende enmascarar una inyección de bótox hubiese sido sembrada por Allergan, esculpiendo un modelo de mujer dependiente de la aprobación externa y destinada a peregrinar en busca de pócimas milagrosas que le garanticen una apariencia juvenil. El bótox o cosas parecidas se dispensan hoy en suntuosos salones de belleza y en sospechosos cuchitriles de barrio, pero paradójicamente tienden a producir el mismo resultado: deformaciones inquietantes y rostros desfigurados que más que admiración provocan pesadumbre y una compasión profunda por quien piensa que esos pómulos tumefactos se parecen en algo a la lozanía descarada de una mejilla adolescente.

Con la viagra ha podido suceder algo parecido. Para algunos señores la fidelidad se había convertido en una cuestión de mecánica. Se decían, agotada la maquinaria para qué cambiar al copiloto. Peor la movilidad inducida por el citrato de sildenafil lanzó a algunos maduros a las calles; casi todos regresaron solos, fanés, descangayados y con la incómoda sensación de haber hecho un poquito el ridículo. 

A las almas ingenuas nos hubiese gustado que hubiese sido un remedio para apaciguar el hambre en el mundo el que hubiese suscitado esta descomunal integración farmacéutica; algo así nos concedería un momento de paz con lo que podemos ser. Pero la anunciada esta semana es la fusión de la vanidad y en esto hay que reconocer que Pfizer y Allergan conocen muy bien el alma humana.