Hasta que la alianza nos separe

YES

MARCOS MÍGUEZ

No todos pasan por el aro. Sea por tendencia, porque el otro no la lleva, por trabajo, por gusto o porque sí, hay quienes se desajustan en lucir su matrimonio. Nosotras no las tenemos puestas, ¿y tú?

10 oct 2015 . Actualizado a las 16:35 h.

El día de la boda todos seguimos más o menos el mismo ritual, el sí quiero se sella además de con la alianza del corazón con esos dos anillos que durante no sabemos cuánto tiempo permanecen en el anular de la mano derecha. Y no lo sabemos porque cada vez son menos los que aguantan con él puesto en el dedo. Los motivos -que valen como excusas e incluso como señales- son tan diversos como cada pareja. Si algunos se lo exigen como prueba de amor, otros es verdad que se lo quitan nada más salir de la iglesia, y hay otros que ya se avisan previamente de que eso de pasar por el aro no va con ellos. Pero como a estas alturas todos sabemos que basta que uno diga no lo llevo para que el otro también se lo quite, no todos los matrimonios trazan la elección del uno sí y el otro no. Es el caso de Mar y Miguel. Él es aparejador y en este tipo de trabajos es habitual que no lo lleven encima por miedo a algún accidente, así que decidió quitárselo. Ella, durante los primeros años de casados -llevan 15 juntos- siguió poniéndoselo, pero como no es muy dada a lucir joyas ni mucha bisutería decidió hace unos doce que para qué seguir usándolo. «Yo era de las que cuando hacía las tareas de casa me lo quitaba, ya no dormía con él [con el anillo, se entiende] y un buen día sin más me lo quité para siempre. No recuerdo ni cómo ni por qué. Solo sé que está en el joyero y ninguno de los dos nos lo hemos vuelto a poner». Mar no ha pensado tampoco en fundir el oro y hacerse unos pendientes, como hacen algunas pasado un tiempo, pero con dos hijos en común asegura que no ve necesario justificar su unión con una alianza en el dedo. 

No les pasa lo mismo a Paola Ameigeiras y Javier Vázquez, que se casaron hace seis años. Ella es de Vilagarcía y él de A Coruña, donde viven con sus dos pequeñas, Maya y Ava. Posan para YES con las manos entrelazadas, formando una paloma, bien en lo alto. Javier lleva la alianza de oro blanco que le regaló Paola el día de la boda. Nunca se la quita. Siempre va con ella a todas partes. Siempre en la mano izquierda. «Me resulta más cómoda llevarla ahí», cuenta. 

Me quedaba grande y...

A su lado está Paola. Sin anillo porque lo perdió hace dos años y medio. «Me acuerdo perfectamente del día que me quedé sin él. Estaba con la niña, que era muy pequeñita, en el parque de la plaza de España, jugando en los columpios, corriendo. Cuando íbamos para casa, me toqué la mano y me di cuenta de que me faltaba. Volvimos rápido, busqué por todas partes, pero no la encontré», recuerda. «Me gustaba mucho. Me dio mucha pena perderla y aún sigue dándome pena cada vez que pienso en ella, pero fue culpa mía porque la alianza me quedaba grande y nunca la llevé a arreglar». Paola se acuerda que siempre se estaba tocando el anillo. «Como me quedaba flojo siempre le daba vueltas sobre el dedo, era una costumbre que tenía». De momento no hay sustituto de metal para su dedo anular, el que lleva directamente al corazón. Aunque Paola y Javier se plantearon buscar otra alternativa. «Siempre dijimos que nos íbamos a regalar otras alianzas por el aniversario, pero al final nunca lo llegamos a hacer», se ríe Paola, que aún no pierde la esperanza de recuperar el primero, el que le unió, simbólicamente, a Javier en el 2009: «Me haría muchísima ilusión que alguien lo encontrase y me lo diese, pero sé que es prácticamente imposible».

MARCOS MÍGUEZ

Puede que a Paola le venga de familia. «Mi padre, como mi marido, nunca se quita la alianza, pero mi madre tampoco la lleva». El caso de Loli, la madre de Paola, es diferente. Ella no lo perdió. Todavía conserva el original: una alianza de oro «muy clásica». Le encantan los anillos, pero con otros diseños, así que normalmente el de la boda se queda en casa. «Cuando celebramos las bodas de plata no hicimos nada especial, pero cuando lleguemos a los 50 años de casados nos haremos otras alianzas nuevas», asegura. Y esa sí, cuenta, será diferente y la llevará siempre en la mano. 

Una boda clásica

Sonia y Roberto se casaron el 10 de julio del 2010. Fue una boda clásica, excepto porque en las alianzas de oro amarillo decidieron poner el apodo por el que todos (incluidos ellos mismos) se conocen. Sonia es Pintiña y Roberto es Torres, los dos son los motes de sus familias y pensaron que era la mejor manera de grabarse de por vida. Pintiña aparece en el anillo de Torres y Torres en el de Pintiña. Ella es peluquera y él ganadero, viven en Baio, y desde antes de la boda en el santuario da Virxe da Barca en Muxía él le dejó claro que no se pondría la alianza. Solo consiguió ponérsela dos meses. ¿El motivo? Su trabajo. Y un suceso que lo marcó para siempre. Un amigo suyo que se dedica a la jardinería, al saltar una verja perdió el dedo porque se le quedó enganchada la alianza. Desde que conoció ese caso le entró pánico y, como trabaja también con máquinas, tuvo claro que el anillo se lo dejaría en casa. «Está estipulado ya que en determinadas profesiones no es recomendable llevarlo. En Suiza, por ejemplo, ningún ganadero puede llevar la alianza puesta», explica.

ANA GARCÍA

A Pintiña en la peluquería no le pasa. Aunque suele quitárselo en momentos puntuales, como al hacer una permanente para que el líquido no lo dañe, ella normalmente lo lleva puesto. «Y me molesta mucho cuando alguna clienta coge y se lo quita para la manicura. No sé, yo creo que no es una joya cualquiera como para andar quita y pon», señala. Quizás por eso Torres la tiene guardada a buen recaudo en su joyero en casa y solo en ocasiones especiales la luce: «A ver, alguna vez, si voy a alguna boda y me acuerdo pues la cojo y me la pongo, sí, sí». Lo dice como queriendo convencerse porque la realidad -según dice Pintiña- es otra. Un día un can pillou unha mosca. Pero no le importa. Ella la lleva con orgullo: «Las mujeres estamos más acostumbradas a esto y yo ya no la noto siquiera, es normal en mí, de hecho en la otra mano llevo una sortija que me regaló mi madre cuando cumplí los 18 años y no me la quito jamás».

Otros que no pasan juntos por el aro son Celia López y David Iglesias. Él ya cuando compraron las alianzas eligió una mucho más sencilla que la de ella, lo justo para hacer el paripé. «Nunca en su vida llevó un anillo porque le resultaba incómodo y no está acostumbrado, y además por su trabajo, que está relacionado con el escaparatismo, tampoco era muy recomendable», cuenta Celia. Y a ella no le molesta en absoluto que él vaya de soltero. «A mí me da igual, en realidad es una tontería, es algo simbólico», dice Celia, que reconoce que pertenecen a otra generación y que las cosas han cambiado mucho en los últimos años. Pero no para todos. Ella sigue llevando el anillo de pedida y el de la boda, y no se los quita para nada. Bueno sí. A veces los cambia de dedos para recordar que tiene algo que hacer.