Juan Diego Botto: «Me senté en el diván hace años para conocerme mejor»

Ana Montes

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Benito Ordóñez

Habla bajito y suave sobre el desarraigo, el exilio, la injusticia? Pero contundente denuncia lo que tantas veces ha llevado a escena en algunas de sus más de 50 películas. Ahora, a los 40 años, dice que está en su mejor momento. 

04 jul 2015 . Actualizado a las 05:10 h.

A Juan Diego Botto (Argentina, 1975), el director Joaquín Oristrell le pidió como a los demás  protagonistas de Hablar que escribiera su propio papel y le salió de carrerilla. Se metió  en la piel de un empresario explotador del barrio multiétnico madrileño de Lavapiés, donde en la vida real gestiona la sala Mirador, altavoz entre bambalinas de la denuncia social. Digiriendo aún el éxito y la larga gira de Un trozo invisible de este mundo, monólogos sobre migración y exilio que le hizo recoger un premio Max de Teatro en 2014, el hijo de la profesora de actores Cristina Rota espera envejecer sobre el escenario sin dejar de denunciar lo feo de la vida. 

En ?Hablar? haces de empresario caradura que se aprovecha de los inmigrantes. 

Me interesaba el tema y cómo el lenguaje se puede pervertir para justificar lo injustificable. El tipo que está tratando de convencer a una mujer de que no le va a pagar y que eso es bueno para el país, porque si todos cobran por el trabajo que hacen no se puede sacar España adelante es más habitual de lo que pensamos. Desde lo pequeño a lo grande, el lenguaje se usa para justificar barbaridades: como que pagar por la sanidad es bueno para nosotros igual que el despido sea más barato.

En la película trabajas con tus hermanas, María y Nur. ¿Soléis pedir consejo a mamá?

Sí, cuando tenemos una duda con un personaje o con un guion o cuando estamos trabados acudimos en busca de ayuda. Cada uno tiene su terreno, su carrera y su vida pero nos ayudamos mucho, también en esta película, la primera en la que los tres actuamos juntos.

Con tantos años en la profesión ¿detectáis entre vosotros cuando uno finge?

No, la vida es completamente distinta y no te paras a pensar en eso. Es más fácil detectar a un mentiroso ajeno con el que no tienes ningún vínculo afectivo que a alguien cercano porque el afecto te imposibilita ver otras cosas. Pero sí nos pillamos las pequeñas mentirijillas.

Actor desde los cinco años, ¿cuál fue la mejor mentira que contaste?

Una vez que me inventé que estaba enfermo. Fue horrible: la primera y la última. Mi madre me llevó al médico y hubo que esperar un montón. Me puse muy nervioso pensando en qué iba decirle al doctor cuando me preguntara qué me pasaba y si me pillaría la mentira.

Si tuvieras que pararte en la calle y denunciar algo a gritos ¿qué sería?

Uf, la lista sería muy larga y tendría que ver con la injusticia. Si pudiera sintetizarla: que no hubiera gente que tuviera que restarle comida a sus hijos porque no puede alimentarles, gente que no tenga dónde vivir en un país donde la riqueza ha aumentado tanto en los últimos años pero la pobreza mucho más. La  pobreza no tiene razón de ser, debería acabarse. Pero lejos de eso, la tendencia es ampliar estas injusticias.

Como padre, ¿te preocupa?

Tengo una hija que va a heredar el mundo en que vivimos. Que estudia en un colegio público, con las restricciones típicas, y me preocupa que va a pillar un mundo peor del que yo cogí. Nos toca asumir que este ciclo se acaba, que hay gente que viene detrás y que nuestros hijos se enfrentan a un mundo muy difícil, una profunda desigualdad que no debería existir. Ocurre igual con el planeta. Es finito y estamos abusando de él.

¿Has contado ya  todo de ti a través de tus personajes?

Todavía me falta muchísimo. Como actor estoy en lo mejor de mi carrera. Nunca había disfrutado tanto como ahora, nunca había tenido tantas herramientas, nunca había conocido tanto mi profesión. Por otro lado, lo bueno es que nunca se te pasa la edad. Tus posibilidades van cambiando con tu propio desarrollo personal. Ahora puedo hacer personajes que no tenía posibilidad de hacer con 20 años. Pero no me imagino una jubilación. Seré actor hasta que pueda porque cada vez se disfruta más lo que más se conoce.

¿Algún personaje te ha llevado al diván de un psicólogo?

Hice terapia hace muchos años por la voluntad de hacerla, para conocerme en profundidad, pero no por haberme quedado «traumado» por un personaje. Al revés, los personajes siempre me han ayudado a sacar aspectos de mí que quizás desconocía.

¿Tenemos temas tabú los españoles?

Las cuestiones afectivas no las solemos tratar. Cuando reconocemos: «Estoy mal», la respuesta suele ser: «No pasa nada, chaval», acompañada de un buen golpe en la espalda. Eso dificulta que podamos expresar ciertas emociones y sentimientos que están mal vistos porque la fragilidad tiene poca cabida. Sin embargo, es consustancial del ser humano  expresarlo para tratar de ponerlo en orden. 

¿Y en Argentina?

Allí la palabra es casi una religión. Tomar un café y hablar tres horas seguidas, y poner sobre las mesa las emociones, los sentimientos es seña de identidad de la cultura porteña. En España, a quien se expresa bien, usando palabras complejas, se le critica. Lo que en otras culturas se valora, como citar a autores, aquí deja mal a quien los cita. Aquí lo que tiene valor es el hombre sencillo, llano, que no ha leído mucho.

De Lavapiés, el barrio de la película, entre sus grafitis, banderas republicanas y supermercados étnicos, ¿con qué te quedas?

Con todo porque Lavapiés es la mezcla de todo. Pero falta que nos cuiden y un mínimo de inversión. El  barrio es lo que es gracias a los pequeños proyectos de mucha gente, mejor que muchos proyectos mastodónticos. Pero nos ponen trabas para emprender en vez de acercar la cultura a la gente.

Como buen argentino, ¿en la intimidad llamas gorda a tu chica?

No, pero a mi hija la llamo flaca.

Cuando vas a Argentina ¿finges no tener acento español para que no te llamen gallego?

Cuando estoy con argentinos, poco a poco se me va yendo el acento español y me argentinizo enseguida.