El carrete

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE V TELEVISIÓN

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04 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No ha pasado un día desde que se hiciera público el bombazo en el que no se hablara de la última conquista de Isabel. Lo llamativo no es la capacidad que ella tiene para interesar, esa atracción inevitable que ejerce sobre los demás, sino su carácter transversal. Los famosos tienden a tener un target fuera del cual suelen ser despreciados o directamente soslayados. Belén Esteban, Carla Royo Villanova y Alexa Chung tienen parroquias que no son intercambiables. Mencionar a una en el contexto de la otra puede ser un error que conduzca al desprecio o al ridículo en el rígido mundo de los chismorreos. Pero Isabel Preysler interesa igual en los consejos de administración que en las peluquerías de barrio. Lo mismo te habla del carrete un banquero que la cajera del Gadis. Su última avanzadilla sentimental ha vuelto a traspasar las fronteras del cotilleo para empapar cualquier acontecimiento social, lo cual tiene un mérito infinito si admitimos que la protagonista es una mujer cuya ocupación todavía tratamos de averiguar cuál es.

De alguna manera, esta filipina de aspecto mutante resume en sus carnes la historia del siglo XX. Entre su Manila natal y el Perú en el que vio la primera luz su actual pareja, el mundo se ha concentrado en estos años. Isabel remite a la España colonial y al reencuentro americano que hoy recomienda nuestra forma de entender el presente. Por el medio, progresó gracias a los grandes asuntos de la modernidad, procreando con ellos y adaptándose como un camaleón a unos tiempos cambiantes que ella se llevó a la alcoba sin perder nunca el misterio asociado al dichoso y ya mencionado carrete.

Gracias a Julio Iglesias emparentó con uno de los grandes pelotazos económicos del siglo XX: la música popular, capaz de proporcionar fortunas indecentes a aquellos que tocaron las teclas adecuadas. Tras la música llegó la aristocracia, con ese marqués de Griñón concebido para degustar una copa de vino en un chéster, aunque el asombro colectivo brotó cuando la Preysler consiguió aparecer en los consejos de ministros. Los años, como siempre, normalizaron su relación con Miguel Boyer pero es fácil recordar la perplejidad colectiva que provocó una relación que abrió las puertas del ¡Hola! al felipismo, toda una premonición que hoy González ha sublimado pero que en 1986, cuando el PSOE empuñaba con brío la rosa y llevaba al tinte chaquetas de pana, noqueó a media España. El matrimonio entre Isabel Preysler y Miguel Boyer, la mansión de Puerta de Hierro, anticipó la España del pelotazo y la lubina que condujo a los socialistas al barranco.

La muerte del exministro parecía haber cerrado la biografía social de esta mujer cuando apareció Mario. Vargas Llosa le aporta a la Preysler un Nobel de literatura y una suposición de sabiduría que sofistica al personaje. En el territorio de las pasiones conviene no dar nada por supuesto, sobre todo cuando hablamos de un hombre que abandonó a su primera esposa, su tía, para casarse con su prima; del protagonista del puñetazo más literario del siglo XX, el que le propinó a García Márquez el 12 de febrero de 1976 al grito de «¡Cómo te atreves a abrazarme, después de lo que le hiciste a Patricia ?su mujer? en Barcelona!»; del amante fou que un día plantó a Patricia y a sus hijos para fugarse con una azafata a Estocolmo. Aún así, parece lógico conjeturar que el autor de La fiesta del chivo no compartiría sus rutinas con un adoquín. Por eso Isabel interesa en los consejos de administración y en las peluquerías del barrio, por eso 45 años después de su boda con Julio Iglesias se sigue hablando del dichoso carrete filipino.