«Yo no quiero que me quieran mucho, quiero que me quieran»

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«El mucho abarata el amor», dice la autora de una carta de amor que ha sido un flechazo para miles de lectores. La Uma Thurman de las letras se ha dejado el alma al escribir sobre su madre, la editora y «vieja dama indigna» Esther Tusquets.

31 ago 2022 . Actualizado a las 14:47 h.

Cuando se ríe, parece darle un mordisco a un Crunch. Y abrir una grieta en el tiempo por la que nos abduce la infancia. La suya está en Cadaqués, pero también va por dentro. Pasados los 40, con dos hijos que «son lo más maravilloso que hay», Héctor y Noé, Milena Busquets (Barcelona, 1972) siente como si tuviese 6 años:  «Algunas nunca dejamos de ser niñas. De viejas nos sorprenderemos al vernos la cara arrugada en el espejo». ¿Es algo generacional, alargar la infancia? «No, no, es cuestión de carácter. Hay quienes con 5 años son adultos. A mí me gusta lo que la vida tiene de juego». 

El humor nos quita peso. ¿Y la frivolidad, nos salva, como advierte Yasmina Reza? «¡Me encanta! Vivir con ligereza y alegría es dificilísimo», dice sobre la autora de Felices los felices, a la que tradujo, e invitando a pensar en el Mamá de Oates?. Pero frívolo no es lo mismo que superficial. Para prueba, Oscar Wilde». 

«Cuando no tenía curro», Milena, que hace yoga y ve series como Scandal y Girls («¡Lena Dunham es un genio!») compraba margaritas solo porque le gustaba verlas al escribir. Y puede salir corriendo a por unos calcetines de colores tras mantener una entrevista como autora de la novela que se comió la feria del libro de Fráncfort. Y no por su cara de Uma Thurman («Si un chico me dice que me parezco a la Thurman, pienso ¡está en el bote!», ríe).

Con una carta de amor a su madre, Esther Tusquets (1936-2012), la autora de También esto pasará ha sacado a la luz con un sarcasmo fresco como una  fruta mucha vida, amistad, amor, sexo y dolor en un libro que va de boca en boca como un beso que nos pilla por sorpresa y cura el dolor.

-Con esta novela, hasta te ha salido un club de fans en Facebook. 

-¿En serio? Me hace muchísima ilusión. No lo sabía, es que me di de baja de Facebook un poco para protegerme de alguna gente. En Facebook hay gente muy joven ¡y muy loca!

-¿Detractora de las redes sociales?

-Nooooooooo. ¡Me encantan! Me parece de tontos rechazarlas. Es como cerrarse una ventana. Permiten compartir y muchas veces sentirse menos solo. ¿Que ahora somos más exhibicionistas?, dicen. Ni en eso estoy de acuerdo...

-¿Es el deseo de mostrarse y comunicar una necesidad vital?

-Sí, y ha existido siempre. El deseo de contar historias, de compartir, de reafirmar quiénes somos. Antes se bajaba al bar; ahora, además, nos comunicamos por Facebook o Twitter.

-¿Por qué escribes?

-Porque quiero que me quieran.

-En También esto pasará, leemos:  «Siempre he pensado que los que dicen te quiero mucho en realidad te quieren poco. El mucho hace que el te quiero se convierta en algo apto para todos los públicos cuando, en realidad, casi nunca lo es».

-Bueno, es algo que en la novela está llevado al extremo... pero es cierto que ese mucho abarata el sentimiento más grandioso que hay, el amor. Yo no quiero que me quieran mucho. Yo quiero que me quieran.

-Por amor te desnudas en este libro, que ha cruzado fronteras.

-Aquí me he dejado el alma. Todo es auténtico. Hay cosas, algunas tontas y otras más graves, que son inventadas, pero en la novela están mi vida, mi madre, sus perros, mis exmaridos...

-¿Te identificas plenamente con Blanca, la protagonista?

-Blanca tiene cosas mías, pero no sé si habría sido capaz de escribir esta novela, porque escribir un libro es tomar distancia. Hay que verse desde fuera.

-¿Te dejaste llevar al escribir?

-No. El impulso y los fogonazos suelen funcionar más en poesía. Una novela es otra cosa. A mí me marcó estudiar en el Liceo Francés y en Londres, esa forma de hacer las cosas. Me senté a escribir un año después de la muerte de mi madre, antes no podía. Y empecé a escribir cuando tenía muy clara la estructura de la novela. 

-Pero has dicho alguna vez que te guían más los instintos que la razón.

-En la vida sí, totalmente. Me fío de lo que siento hacia una persona solo con verla en el supermercado. Y capto enseguida a la gente auténtica. ¿No te pasa que a veces no soportas a alguien a quien no conoces... o al revés? Somos piel. Somos animales, no podemos olvidar la parte física, instintiva. Necesitamos el contacto. En la vida hay que dejarse llevar. Y ser fiel a una misma, para que la niña que fuiste a los 7 años no tenga ganas de vomitar al verte. Pero es difícil ser auténtica, y sale caro.

-¿Qué fue de esa niña que fuiste?

-Yo ya tengo mi edad [ríe] pero aún siento como cuando tenía 6 años. La infancia no es un paraíso perdido. Yo no diría nunca que es necesario que te expulsen de él. La infancia es un refugio siempre, una forma de rebeldía.

-Algo así decía Ana María Matute.

-¡Amo a la Matute!, la recuerdo siendo yo muy pequeña. Como un hada... pero un hada cruel. Con sus whiskis y su sentido del humor, muy negro. Recuerdo cuando se fue a vivir con su hijo, y su mujer, una cubana inmensa que hacía unos mojitos estupendos. Y cómo iban adoptando perros...

-Entre perros nos perdemos contigo en la luz de la infancia y las sombras de después. Y flotamos en el amor brutal que te unía a tu madre. ¿Cómo es ese sentimiento, voluble, no siempre apacible?

-El amor es lo que da sentido a la vida. Está lleno de matices. La de una madre y una hija es una relación compleja. Amas a tu madre, pero a veces la odias, no te identificas con lo que piensa o harías las cosas diferente. Al perder a mi madre me di cuenta de que había perdido a un gran amor, a mi gran amor. Fue una revelación que tuve hacia la mitad del libro.

-Yo marcaría la página 77. Un amor vital es también el que te une a tus hijos.

-Son mi prioridad absoluta. El pequeño tiene 7 y el mayor 15...  Son lo más maravilloso que hay. Lo mejor. Pero ya empiezo a pensar que pronto se irán...

-Creciste en libertad, con peros, dentro de las exigencias de un estatus, no con el aire fresco de los sesenta. ¿Qué se perdió después?

-Los sesenta fueron un regalo para las generaciones de la posguerra. Entonces era más fácil ser libre. El poder les fue dado de pronto a los jóvenes, les pusieron el mundo en la mano. Y se lo creyeron... A nuestros padres, que tienen mucho mérito, les costó quitarse la corona de la juventud. Los setenta trajeron una libertad más engañosa. Con deberes y expectativas.

-Los nacidos en los setenta comimos Nocilla, o tarta Sacha, como dices en la novela, y añoramos a las madres que corrían tras sus hijos plátano en mano. ¿Vivimos ahora una involución de la especie?, ¿no hemos retrocedido en algo?

-... Pero hemos ganado en otras cosas. ¡Aunque los parques pueden ser insufribles [risas]! Y está el nivel de exigencia al que sometemos a veces a nuestros hijos, venga actividades extraescolares. Recuerdo las tardes interminables en que me aburría de niña... La imaginación las necesita.

-Una amenaza, los padres helicóptero, o el no vivir tu vida, sino la de tus hijos.

-Hay que dejar que los niños vivan y sean como son. Hemos pasado de culpar a nuestros padres a absorber a nuestros hijos.

-También esto pasará, un consuelo. Pero hay cosas que no se pasan, ¿no?

-Eso está bien... El dolor es el peso de lo que hemos vivido. Y te hace fuerte. 

-No sé... ¿Sufrir nos hace fuertes?

-No sé... pero yo no quiero ser fuerte, tengo otras prioridades: la valentía, el respeto.

-Antes de leerte, veía a Esther Tusquets como una severa mujer de letras. Ahora, rodeada de perros y guiñando un ojo. 

-¡Sí? Para mí es definitiva la imagen de mi madre dirigiéndose a su barca.

-Si cierras los ojos, ¿cómo la ves?

-Un día fui a recoger a mi hijo al colegio y la vi sentada al otro lado de la calle, en un banco. Estaba enferma y tenía muchas ganas de vernos. Nos hizo un gesto de saludo con la mano. Es una tontería, pero cada vez que lo recuerdo me emociono. A veces un gesto dice más que las palabras.