Miles de mimosas bajan del Verdugo a la ría de Vigo

Antón lois VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

cedida por Amigos da Terra

La invasión de acacias ha logrado incluso desplazar a los eucaliptos y obligará a erradicarlas

25 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Si levantamos la vista hacia el horizonte veremos por doquier el manto amarillo de las mimosas en plena floración (Acacia dealbata para los íntimos). El espectáculo es bonito y nos sirve de excusa para contar como se convierte en invasora una especie. Para empezar, depende de la susodicha y sus circunstancias ecológicas. Una sola acacia de gran porte puede producir como mínimo diez mil semillas, sin esforzarse, y si la sometemos a situaciones de estrés, bastantes más. No tienen por tanto problema decantidad, pero podemos añadir el factor de calidad.

La mayoría de las semillas tienen un ciclo anual; si en su temporada correspondiente no consiguen germinar perderán su oportunidad y se descompondrán, pero las semillas de las acacias siguen siendo viables, incluso treinta años después de llegar al suelo, es decir que una sola semilla tiene treinta primaveras posibles para arraigar. Para ello es conveniente limpiar antes el terreno, y en esto las acacias son especialistas, y lo hacen literalmente, con jabón.

Entre las sustancias alelopáticas (que vienen siendo sustancias bioquímicas naturales diseñadas para hacer la puñeta a la competencia) nuestras primas producen saponinas en sus hojas, lo que explica la leve capa de espuma que se forma a su alrededor y en los cursos de agua vecinos cuando llueve.

Hasta aquí las características de nuestras primas, pero ¿cómo consiguieron convertirse en invasoras en nuestras latitudes? La primera dificultad a superar es llegar hasta aquí, en su caso desde Australia y Tasmania. Para eso resultó fundamental la belleza de sus flores. ¿Cómo resistirse a tener semejante hermosura en parques y jardines? De esta forma, como árbol ornamental, llegaron nuestras amigas hace más de un siglo (sus primeras citas como especie naturalizada en Galicia son de 1945).

Una vez instaladas y dadas sus características, que se sumaron a la ausencia de depredadores o parásitos naturales que las pudieran limitar, no necesitaban mucha ayuda para extenderse, pero sin pretenderlo les echamos una mano, empezando por las repoblaciones forestales. Su madera es de gran dureza y requiere poco mantenimiento, y se utiliza para tarimas y mobiliarios urbanos, y de esta forma se plantó masivamente hasta que su carácter invasor la descartó del listado de especies comerciales.

Podríamos pensar que eso limitó su expansión, pero paralelamente le facilitamos otra inestimable ayuda con los incendios. Nuestras amigas son pirófitas (que les beneficia el fuego, vaya) por partida doble: por una parte su tejido germinal alcanza un metro de profundidad y les permite ser de las primeras en rebrotar (cuando el resto de la vegetación lo intente se encontrará el espacio ya ocupado) y el fuego ayuda también a la germinación de sus semillas. Una vez conquistado el terreno ya solo falta expandirse mediante la dispersión de dichas semillas, y de esta forma el perímetro de su territorio va aumentando gradualmente, pero nuestras amigas cuentan con unos aliados involuntarios que les facilitan ir creando cabezas de puente muy lejos de su ubicación: los ríos.

Centenares de miles de flores y semillas discurren esto días río abajo. El Verdugo es un buen ejemplo que puede resumir todo lo que contamos. En su tramo bajo el bosque de ribera original ya hacía mucho tiempo que había sucumbido a la eucaliptización, pero todavía conservaba una notable barrera de vegetación autóctona en su curso medio, aunque la presencia de acacias ladera arriba por las repoblaciones era una constante. La concatenación de incendios, ardiendo sobre lo quemado sucesivamente, dejaron sus riberas a merced de las acacias que incluso llegaron a desplazar a los eucaliptos (el impacto ecológico de los incendios de octubre en el entorno de la presa Laforet, ya saben, donde el empecinado trasvase, fue demoledor para el bosque de ribera autóctono).

Pasear por el borde del río estos días es caminar en muchos tramos sobre una alfombra de rebrotes de acacia. Y finalmente, durante toda esta semana, discurren río abajo las flores de las acacias hasta llegar a su desembocadura en la cabecera de la ría de Vigo. Desde allí las corrientes dominantes de la ría se las llevarán por Vilaboa, Moaña, Cangas y en el trayecto muchas de ellas encontrarán un lugar en el que germinar añadiendo nuevos núcleos a su expansión. Conviene ver esas enormes matas de flores amarillas desde otra perspectiva: al menos nos pueden mostrar la magnitud de la invasión a la qué nos estamos enfrentando. Seguramente algún día empezaremos en serio la labor de intentar erradicarlas. Como suele suceder lo intentaremos cuando sea imposible, si no lo es ya.