«El día que mataron a Vanessa Lage lloró mucha gente en la comisaría»

e. v. pita VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

M.MORALEJO

La policía de 36 años recibió dos tiros en el cuello al intentar calmar a un atracador armado que salió con una cajera de rehén. Su muerte abrió un debate sobre los chalecos

14 ene 2019 . Actualizado a las 10:44 h.

El portavoz de la Unión Federal de Policía (UFP), Agustín Vigo, vio por última vez a Vanessa María Lage Carreira, de 36 años, tres días antes de morir acribillada por el atracador Enrique Lago. El Escayolista, como era conocido, salió a tiros de una sucursal de Abanca en la calle Doctor Carracido, en O Calvario, con el botín y una cajera como escudo humano el 28 de noviembre del 2014. Otro policía herido, Vicente Allo, sobrevivió al tiroteo. El asaltante fue abatido.

Agustín Vigo recuerda que Lage era afiliada al sindicato y había acudido a un curso. Le interesaban mucho los temas de riesgos de exclusión de extranjeros, todo lo de participación social. «El mazazo fue muy gordo. Ella intentó dialogar con el atracador, le dijo que se tranquilizase, pero no le dio opción. Se aceleró, era gente muy mareada, con antecedentes y un cáncer terminal, no tenía nada que perder. Se llevó a una chica con mucha vida por delante. El día que murió ella mucha gente lloró en comisaría», relata.

Fue un golpe para toda la ciudad. «Conmoción por la muerte de una policía en Vigo», así titulaba La Voz su primera página al día siguiente. El asesinato de Lage obligó a replantearse la seguridad y protección de los agentes de calle, en especial los de la Unidad de Prevención y Respuesta (UPR), grupo al que ella pertenecía. «Ella intervino a pecho descubierto. Entonces la Dirección General de Policía no se tomaba en serio lo de los chalecos, no había preocupación sino una dejadez», dice Agustín Vigo. Llevaban chalecos en el coche, pero quizás Lage hubiese muerto igual porque recibió los tiros en el cuello. Pero desde aquel suceso las cosas han cambiado: los patrulleros usan más la protección. Aún así, muchos agentes de la judicial no lo tienen y los antidisturbios lo comparten. La Voz se ha hecho eco en repetidas ocasiones de esa demanda. «Se muere una persona y ponen parches, no se honró la memoria de Vanessa Lage», dice el portavoz de la UFP.

Tres años después, la muerte de la policía todavía duele. Su equipo de la UPR sigue junto, incluso su novio Roberto. «Lo pasó muy mal, lo sobrellevó como pudo, pedimos ayuda al gabinete psicosocial pero esto no es como en las películas americanas, le dijeron que fuese al psicólogo de la mutua». Por su parte, Allo no volvió a la calle y solicitó nuevo destino en la policía científica.

Agustín Vigo visita una calle cercana al lugar del crimen que ahora lleva el nombre de Vanessa Lage en su honor y muestra una carta que escribieron varios compañeros en su recuerdo. Relata que la policía «entregó su vida cumpliendo con su deber, arriesgando». La misiva asegura que se perdió a una de las mejores profesionales que tuvo y tendrá el Cuerpo Nacional de Policía. Vanessa sabía que si disparaba su arma ponía en riesgo la vida del rehén usado como escudo humano y que, si no lo hacía, ponía su vida en manos de un atracador convicto sin nada que perder. «Hizo lo que solo un pequeño y selecto grupo de grandes personas hicieron en la historia: entregó su vida para salvar la de otra persona a la que no conocía», añaden.

Los compañeros dicen que ella podría haber disparado y acabado con el atracador, «pero muy probablemente también hubiese acabado con la vida de la rehén. En una fracción de segundo tuvo que tomar una decisión muy difícil, su vida, sus sueños, su futuro y el dolor que nos causó a todos con su pérdida o la vida de una perfecta desconocida». La decisión fue clara. «Vanessa honró el uniforme, su placa y a todos y cada uno de los policías nacionales que salen cada día a la calle creyendo que con sus acciones podrán conseguir que nuestra sociedad sea un poquito mejor cuando acaben su servicio».

Aquel fatídico día se perdió algo más importante que una abnegada policía. «Se perdió una joven de 36 años llena de sueños e ilusiones. Se perdió la amada hija de un extraordinario hombre llamado Juan. Se perdió la menor de cinco hermanos para los cuales la falta de Vanessa creó una herida que jamás se cicatrizará, una silla y un plato vacío en la mesa y «la extraña sensación que te hace creer que esto no puede estar sucediendo», señala la carta de sus compañeros.