Los usuarios de Dignidad se fueron para no ver echar el cerrojo

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Marcos Canosa

En el albergue apenas queda media docena de personas que trabajan en proyectos de la organización religiosa

01 jul 2017 . Actualizado a las 14:21 h.

No fue necesario que el responsable del albergue de Dignidad, Suso Aguayo, le diera ayer con la puerta en las narices a los usuarios. Tampoco pensaba hacerlo. La mayoría de las personas que solían pernoctar en el centro se fueron buscando la vida días atrás, tras anunciarles el cierre de las dependencias. No querían ver echar el cerrojo en un espacio que la mayoría tenía por su hogar. Ayer, en la última jornada solo quedaba algún despistado y media docena de personas que participan en los proyectos desarrollados por la organización religiosa. Estos seguirán residiendo en las instalaciones como si fuese su casa. El albergue ha tenido que cerrar por no poder afrontar la inversión exigida por las administraciones para cumplir la normativa.

José Fernández es uno de los que permanecerán. Es diseñador de moldes de plástico, pero en el albergue desempeña el trabajo de cocinero. Antes de cerrar la nave estaba en el taller. «Estoy aquí porque era el sitio más necesitado por los pocos recursos que tiene y trabajo como voluntario. Llevo cuatro o cinco meses y he cogido la maleta tres o cuatro veces, pero luego me arrepiento y me quedo. Cocino de todo», comenta. «Es bueno, no nos mata a hambre», responde un compañero.

Francisco José Bernárdez también se quedará. «Llevo año y medio, desde que salí de la cárcel, en la que estuve veinte años. Trabajo aquí, soy el encargado del rastro, de las ventas, de arreglarlo. Es una putada muy grande que se tengan que marchar. Muchos ya nos conocíamos, era como si fuésemos una familia. Ya se marchó casi toda la gente, quedan dos o tres. Cada uno se buscará la vida como pueda», explica. Esta es la primera vez que reside en un albergue, para él es su casa. Cuando se le pregunta a él y al resto de sus compañeros si Suso Aguayo les riñe en alguna ocasión, contestan al unísono: «Echa unas broncas que no veas, al primero que pilla. Son muchos problemas los que tiene y nadie le está ayudando. El estrés es muy grande», apuntan.

Francisco Javier Fernández tiene 57 años. Dice que ha trabajado casi cuarenta, pero que no le pagan nada. Sobre el albergue de Dignidad, destaca que lo bueno que tiene es «que de aquí no te echaban, a no ser que hicieras algo muy grave». No es como el albergue municipal, que solo puedes estar diez días y te vas a la calle, añade.

Joaquín, de Cabo Verde, seguirá en el centro gracias a su trabajo como tapicero. «Me da pena que tengan que cerrar. Yo seguiré aquí, pero necesito un contrato para poder renovar los papeles», indica.

Enrique, conocido por Kiko y vigués de Castrelos, era reacio a los albergues, «pero vi una foto y un reportaje en La Voz de Galicia, vine aquí y me quedé. Ya llevo un año y algo. Estoy bien, yo en la calle no me encontraba a gusto. Aquí te encuentras realizado, haces algo para ti y para la gente», comenta. Su trabajo consiste en acompañar a otras personas a servicios sociales, aunque también limpia la finca y lo que haga falta. «Y sin cobrar un duro», matiza. Junto a ellos está Carlos, un voluntario que acaba de llegar de Valencia, natural de Ecuador. «Me encargaré de lo que me digan», dice.