La batalla de Ponte Sampaio

La Voz

VIGO CIUDAD

CEDIDA

Esta semana está de aniversario el combate que supuso la derrota del mariscal Ney a manos de paisanos gallegos

06 jun 2017 . Actualizado a las 09:32 h.

Esta semana cumple años la batalla de Ponte Sampaio, una victoria que supuso la expulsión definitiva de Galicia de los ejércitos de Napoleón. Entre el 7 y el 9 de junio de 1809, los paisanos gallegos, ya definitivamente organizados tras la Reconquista de Vigo, y contando con el apoyo de fuerzas británicas, doblegaron al mariscal Ney y a su ejército a orillas del río Verdugo.

La elección de Ponte Sampaio se hizo porque parecía inexpugnable. Cuatro de los arcos del puente fueron cortados. Y el vadeo del río Verdugo solo era posible con marea baja y en condiciones penosas. Río arriba apenas había opciones para cruzar, salvo en Pontecaldelas, donde se destacó un grupo de fusileros, apoyados por artillería.

El capitán escocés McKinley envía a la zona varios buques de los que estaban fondeados frente a Vigo. A Ponte Sampaio van la lancha cañonera Cadmus, el bergantín portugués El Curioso y el español El Tigre. También acuden otras lanchas cañoneras, bajo mando del capitán Juan de Carranza. Estas unidades, haciendo uso de sus cañones, serán cruciales en el desarrollo de la batalla.

El mariscal Ney llega a Pontevedra con ocho mil soldados y 1.200 jinetes el 6 de junio. Aunque su idea inicial es quemar la ciudad, la tradición cuenta que, contemplando los verdes prados y la iglesia de Santa María sobre el río Lérez, el militar queda abrumado y desiste de sus intenciones, exclamando: «!Ah, Pontevedra, tu belleza me desarma!» Tanto debió gustarle que decidió acampar allí, para seguir al día siguiente a Ponte Sampaio.

Pasadas las nueve de la mañana del día 7 de junio, aparecen los franceses en la zona de batalla. Ney comienza por enviar a algunos oficiales, auxiliados por cuarenta soldados, para que inspeccionen el puente. Todos son barridos por el fuego de fusilería y de granaderos, desde la parte gallega. Rotas las hostilidades, a partir de las once de la mañana la batalla es total, con intenso fuego de cañón a ambas riberas del río, que ocasiona numerosas bajas en los dos bandos. Los exploradores franceses buscan sin éxito pasos por los que atravesar, río arriba, mientras Ney comienza también a bombardear río arriba, donde el Verdugo se estrecha, sin lograr tampoco así ninguna ventaja.

El historiador y coronel de artillería José Navas Ramírez-Cuadrado explica por qué no funcionó el ataque de Ney: «En realidad, la posición estaba tan bien organizada que resultaba casi inexpugnable de no ser por un ataque de revés siguiendo la dirección Ourense-Vigo, que era por donde Ney esperaba inútilmente que apareciera en su ayuda Soult». Pero el mariscal Soult descansaba en Lugo, incumpliendo su pacto con Ney de formar una tenaza que se cerrase en esta zona.

Retirada

La jornada del día 7 termina con numerosas bajas en ambos bandos, pero sin que las posiciones se muevan un ápice. Cuando amanece el 8 de junio, Ney manda numerosas unidades a un bosquecillo situado sobre la desembocadura del Verdugo, intentando barrer a las lanchas cañoneras que, desde esta zona, bombardean a sus tropas. A un tiempo, mientras su artillería vuelve a castigar las posiciones gallegas, intenta vadear el río por el estrecho paso que se ha formado con marea baja. Pero sus esfuerzos resultan inútiles.

Viendo Ney que era imposible cruzar, por no poder vencer a las lanchas cañoneras que estaban en la desembocadura del Verdugo, decidió enviar una columna sobre Pontecaldelas, donde sabía que el puente estaba intacto y que, de romper la defensa de los gallegos, podría hacer una maniobra envolvente y aplastarlos al atacarles por su retaguardia. Sin embargo, el puente de río arriba estaba bien defendido, trabado con piedras y palos para evitar el paso del enemigo, y defendido por artillería, que hizo desistir a los franceses. El general Loison regresa vencido.

Así que, viendo imposible cruzar por Caldelas ni por Ponte Sampaio, y tras sufrir numerosas bajas, Ney decide que es preferible una retirada, habida cuenta de que no llega en su auxilio el mariscal Soult. Cuando amanece el día 9 de junio, los gallegos perciben un extraño silencio al otro lado del río. Cautelosamente, envían exploradores, que certifican que ya no hay franceses a la vista, salvo los que acogen numerosas tumbas cavadas a toda prisa el día anterior. Con gran algarabía se recibe la noticia de que han logrado poner en fuga nada menos que al mismísimo Duque de Elchingen. En los improvisados hospitales vigueses, entran 700 heridos en la batalla, que en su mayoría van a alojarse al convento de San Francisco.

El historiador Adolphe Thiers, en su Historia del Imperio, se sorprendía de la victoria gallega ante todo un mariscal de Francia y su poderoso ejército: «Parece mentira que un cuerpo de ejército tan numeroso y aguerrido como el que mandaba Ney, a pesar de la habilidad y energía de tan famoso General, no pudiera hacer frente a los indisciplinados gallegos».

la bujía Por Eduardo Rolland