La ciudad de los 91 premios Grammy

Begoña Rodríguez Sotelino
Begoña R. Sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

XOAN CARLOS GIL

Las estrellas que actuaron en Vigo desde que entró en el circuito internacional suman casi cien Nobel de la música

14 ene 2019 . Actualizado a las 10:44 h.

En 1967 ni los vigueses ni el resto de los gallegos (ni casi ningún español) tenía la posibilidad de escuchar en directo a sus cantantes favoritos. Ya hacía dos años que The Beatles habían pasado por España para tocar en Madrid y Barcelona, pero la mayoría estaba en otra onda. Los precursores de los festivales tal y como hoy los conocemos (Isla de Wight o Woodstock) aún se estaban cociendo. En las radios y en los guateques sonaban Juan y Junior, Los Brincos, Los Bravos, Palito Ortega, Los Canarios, Raphael, Massiel, Karina, Beach Boys, Adamo, Sandie Shaw, Procol Harum... Vigo se divertía formando parte de numerosas sociedades que organizaban sus propios eventos. Y se deleitaba con espectáculos cultos como los festivales que Amigos de la Ópera organizaba desde 1958 (con Alfredo Kraus, Josep Carreras o Montserrat Caballé en los programas) convirtiendo a la ciudad en orgullo de melómanos. Pero también había modernos, que entonces se llamaban yeyés. Y grupos locales que «rachaban con la pana», como Los Stags, ganadores de las 3.000 pesetas del primer premio en el Gran Festival Ye-Ye que se celebró el 19 de febrero de 1967 en el desaparecido Cine Rosalía Castro. Competían con Los Cirios, Los Chalecos, Los Santos, Los Rebeldes, Los Nocturnos, El Clan o Los Gamber’s de Moaña. Pero también estaban Los Diávolos, Los Temples, Los D-2, Los Crótalos y muchos más. La movida se gestaba en locales sociales en los colegios e institutos o salas de fiesta como Las Cabañas, La Palmera, el Fontoria o un poco más tarde, el Nova Olimpia, cuya bola de cristal empezó a girar en 1973. Fue allí donde la ciudad empezó a cocinar su vocación internacional, ya que tuvo en su escenario a estrellas mundiales como Tom Jones o hispanas como Machín, Nino Bravo o Cecilia.

El salto de los 70 a los 80 fue espectacular porque fue entonces cuando la cantera local hizo casi tanto ruido como Madrid con una movida que quisieron emparentar pero ardió pronto y mal. Bibiano Morón dejó la guitarra, la melena y la canción protesta para erigirse en el primer gran promotor de conciertos. Se graduó «cum laude» llevando a Madonna a Balaídos. Aunque sería injusto olvidarse del primer gran concierto de la era moderna que vivió Vigo en el Estadio de Balaídos: el Rock de una noche de verano de Miguel Ríos, en agosto de 1983, con una entonces desconocida Luz Casal de telonera.

Pero fue a partir de la ambición rubia cuando todo cambió. Entramos por la puerta grande en los circuitos internacionales de la música en directo y fue como un torrente. En 1992 llegó Dire Straits y B.B. King, Tracy Chapman, Celia Cruz, Paquito D’Rivera o Milton Nascimento en el Festival Afroamérica. En 1998 aterrizaron sus satánicas majestades The Rolling Stones. Y al año siguiente, REM y Metallica. Ya no hubo stop. Desde entonces han llovido estrellas, algunas más míticas que otras, como Patti Smith, Blondie, Leonard Cohen o Bob Dylan. Otras, también brillantes, como Caetano Veloso, Gilberto Gil, Oasis, Pet Shop Boys, Arctic Monkeys, Lenny Kravitz, Keane. Mika o Norah Jones. Otras más ya en plena decadencia, como The Beach Boys o Gloria Gaynor. Y asteroides latinos como Ricky Martín, Juanes o Enrique iglesias.

Sumando todos los premios Grammy que han recibido estos artistas a lo largo de sus carreras, nos salen 91 (y sin contar los latinos, que solo Alejandro Sanz, que también tocó en Vigo, tiene más de veinte). Puede que alguno quede atrás, pero sin olvidarse del único que brilla en la estantería de una casa de Nigrán: el que ganó en el 2005 David Russell como mejor instrumentista solista por Aire Latino.

También hubo grandes citas con otras músicas. El Festival Are More acercó desde el 2000 al 2010 a artistas como Ute Lemper, Teresa Berganza, Kiri Te Kanawa o Jennifer Larmore. Con la crisis llegaron las rebajas y los visitantes, ahora, son menos leyenda y más flor de un día y de andar por casa. Los presupuestos municipales para cultura recortan sin piedad en música y buen gusto. No importa. Nada es para siempre.