«Le rompí la cabeza a mi padre para que me comprase la Vespa»

VIGO CIUDAD

Es la frase que cualquier propietario de una vespa clásica ha escuchado alguna vez: «O meu avó tiña unha igual». Pablo Osorio decidió un día recuperar las historias que se escondían detrÁs de este escúter en Galicia. Así apareció Gloria

08 feb 2016 . Actualizado a las 01:27 h.

Hace diez años, Pablo Osorio decidió comprarse una Vespa clásica para moverse con mayor comodidad por las calles de Vigo. Se hizo con un modelo VBB importado de Vietnam (el equivalente a la Vespa 150 S española) y a partir de entonces se convirtió en un apasionado de estas motos. Y, como le sucede a todos los propietarios de este tipo de escúteres cuando sacan su reliquia del garaje, comenzó a escuchar una frase que prácticamente se convirtió  en una rutina: «O meu avó tiña una igual». Lógico, porque desde los finales de los cincuenta se vendieron en Galicia miles de Vespas. «En la zona de Vigo hubo una época en la que el concesionario oficial, el tercero que hubo en España, las despachaba como si fueran barras de pan», bromea Osorio. De su afición 'tardía pero ciclónica' por este modelo clásico surgió el documental estrenado el pasado fin de semana que recupera los rostros y las historias que cabalgaron a lomos de esas Vespas que todavía hoy, restauradas con mimo por sus actuales dueños, podemos ver por las calles gallegas. Primero fue una web, en la que comenzaron a mostrarse las imágenes y las anécdotas de aquellos moteros pioneros, desde los cincuenta y hasta los ochenta. Luego llegó el documental, dirigido por Rafa Álvarez, producido por Faino Estudios, financiado por el sistema de crowfunding y presentado por el popular periodista televisivo Gonzo.   

Fruto de este trabajo aparece, entre  otras igual de curiosas, la historia de Gloria Cominges, una viguesa que actualmente vive en Madrid y a quien, en sus vacaciones en Mallorca, nadie le quería alquilar una Vespa por el hecho de ser mujer. Tal y como apunta Osorio, «las vespas eran para los turistas. Las chicas debían ir en el asiento de atrás, ladeadas. Eran los cánones de la época». De hecho, en una comida en la isla a la que asistía el tío de Gloria, alguien comentó que había una chica, gallega para más señas, que recorría la isla en Vespa «como una loca». El hombre, avergonzado, reconoció que aquella aventurera era su sobrina. Lo que no sabían en Mallorca es que Gloria llevaba rodados infinidad de kilómetros en su Vigo natal. 

En el documental Gloria recuerda que en los años 50 iba desde Vigo a Marín para visitar a su hermana. Incluso disfrutó en moto de su viaje de bodas en Francia. En Niza alquiló una Vespa con la que junto a su marido, el almirante Carreño, recorrieron toda la Costa Azul. Llegaron incluso a coronar el Vesubio.

Gloria Cominges cuando tenía 23 años.
Gloria Cominges cuando tenía 23 años.

La suya se la regaló su padre después de darle la tabarra durante meses. «No te puedes imaginar cuanto le rompí la cabeza», asegura rompiendo en carcajadas. Con 15 años había viajado a Roma junto a sus hermanas y primas. Allí se enamoró de la estética de la vespas. Al final, ganó su testarudez. Le compraron la moto en Kaifer, el concesionario oficial de Vigo. El día que se la entregaron, Gloria recuerda que recibió «un curso acelerado de conducción». Sin pensárselo dos veces, la pizpireta viguesa se montó en ella. Su primera ruta la llevó  hasta el domicilio familiar. Por aquel entonces no hacía falta carné. También recuerda que padre pidió un favor a Casalini, un mecánico de Kaifer: «Póngale algo a esta moto para que no corra tanto». Tiempo después, Gloria comentó a en Kaifer que era capaz de subir la Gran Vía (cogiendo carrera desde el puerto) sin bajar de marcha. Siempre y cuando, no se le cruzase por el camino ningún tranvía. El día de la prueba en cuestión, allí estaba Casalini para certificar tal osadía. Cuando Gloria estaba a punto de conseguirlo, un travía la  hizo trastabillar y fracasó en su intento. Al acercarse al empleado con la intención de pedirle una segunda oportunidad, este dio la prueba por superada al entender que, si no fuera por el tranvía, hubiese logrado el reto. Gloria cuenta, entre risas, que en la Vespa llevaba a veces a dos de sus hermanas «y a la niñera» Gran Vía abajo. También a la cocinera y su cesto con la compra hasta la plaza de abastos. O a su tía con ochenta y pico años hasta el Teatro García Barbón. Cuando ve una Vespa por la calle, aún echa una mirada de nostalgia. Con una sonrisa pícara asegura que todavía la podría conducir, pero que sus hijos ponen el grito en el cielo solo de pensarlo. No queda claro quién ganará esta batalla.