Relato hiperrealista de una liberación

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

Marcos Míguez Puhinger, con su perra Pepa en su regazo y al lado el hijo de esta, Lomu, rodeados por algunos de sus dibujos.
Marcos Míguez Puhinger, con su perra Pepa en su regazo y al lado el hijo de esta, Lomu, rodeados por algunos de sus dibujos. xoán carlos gil< / span>

El artista especializado en dibujo con boligrafo Bic Marcos Míguez Puhinger decidió hace dos años dejar Citroën para dedicarse a la pintura. Ahora trabaja en casa y sus perros le acompañan a todas partes

19 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A Marcos Míguez Puhinger se le daba bien el dibujo desde niño. «Siempre pinté, pero nunca le había dado mayor importancia», cuenta. Para él era una afición más que no se planteaba como un modo de vida. Sin embargo, sus aptitudes con los lápices le llevaron a estudiar delineación en el Instituto Politécnico de Pontevedra, pero no llegó a ejercer como tal. Hace doce años tuvo la oportunidad de entrar a trabajar en la factoría de Citroën, y allí estuvo hasta hace dos, amarrado a la cadena, hasta que no pudo más con la tensión de esperar año tras año a que le hicieran fijo.

Una hernia discal se alió con el destino. Las horas postrado contribuyeron a la reflexión y el resultado fue la decisión de abandonar la fábrica. «Los tipos de contrato cambiaban en enero y fueron demasiados diciembres sufriendo por lograr un reconocimiento que no llegaba. Eso agota», asegura. «Terminé físicamente estropeado y anímicamente bastante mal», reconoce. Pero aquella decisión no fue su condena, sino su salvación.

Todos los elogios que llevaba oyendo décadas sirvieron para tomar impulso y creérselo de una vez. «Cuando estudiaba había hecho alguna exposición, pero no volví a hacerlo hasta que el año pasado entré en una exhibición de Kike Ortega en el Centro Social Afundación. Hablando con él se interesó por mi obra», cuenta. Generosamente, Ortega, hijo de Carmen Domínguez, artista apadrinada por Tapies, le invitó a participar con él en una muestra el verano pasado en Sanxenxo. Marcos ya llevaba un tiempo dedicado al dibujo. «Hace dos años creé en Facebook una página en la que iba colgando mis trabajos y cada vez el número de encargos se ha ido incrementado». Y aunque está contento, asegura que todavía está «en estado embrionario. Me queda mucho por aprender».

El redondelano afincado en Vigo nunca ha ido a una clase de pintura. «Aprendí primero con los libros de la editorial Parramón y después viendo vídeos en Internet», cuenta. Usa diversas técnicas y materiales (lapiz policromado, carboncillo, plumilla, pastel...), pero se ha hecho muy conocido gracias a su destreza con el bolígrafo, su estilo desenfadado, moderno y nada ñoño, y su habilidad para captar la realidad hasta tener que acercarse a un palmo de la obra para comprobar que no es una foto. «Busco la fidelidad máxima y un poco más», advierte. Sin embargo, lamenta que el hiperrealismo no se valore tanto como el abstracto. «Parece que cuanto mejor dibujas, peor artista eres». Marcos seguía a maestros del género como Juan Francisco Casas, pero como espectador. «Hace 8 o 9 años hice mi primera obra con Bic». Por cierto, con Bic Cristal, que para el resto de los humanos, escribe normal. «Dibujar con boli tiene un plus, te da una calidad casi fotográfica en la trama. Si te equivocas, vuelta a empezar. Y un cuadro es una semana entera de trabajo», confiesa. En esa tarea, mientras su mujer trabaja fuera, le acompaña la perra de 5 años Lola, mucho más lovely que otras, y su hijo Lomu. Al último de 7 cachorros en nacer lo revivió su dueño tras hacerle el boca a boca y fue así bautizado por tener la misma presencia robusta que el exjugador de rugbi Jonah Lomu. Son inseparables. Con ellos sale a hacer recados y son la envidia de los canes del barrio. «Siempre vamos juntos, solo hago gasto en establecimientos donde les admiten», subraya.