Atrapado por unas escaleras en un edificio de Vigo

alejandro martínez VIGO / LA VOZ

VIGO CIUDAD

ALEJANDRO MARTINEZ MOLINA

Un hombre que vive en un edificio sin ascensor no puede salir de su casa desde que hace dos años sufrió un ictus y quedó discapacitado

04 mar 2015 . Actualizado a las 13:06 h.

Rogelio Lorenzo Núñez lleva dos años sin salir de casa por culpa de un ictus que le dejó en silla de ruedas. Bien es verdad que ha ido varias veces al médico y que, cuando tiene cita, vienen a recogerlo en una ambulancia. Pero para él eso no es salir de casa. No le da tiempo a respirar el aire o a sentir el viento en su cara, ni mucho menos a volver a pasear por los sitios que frecuentaba cuando podía valerse por sí mismo.

El derrame cerebral le hizo perder la movilidad del lado derecho de su cuerpo. Quedó atrapado en su domicilio, un primer piso de un edificio centenario sin ascensor de la calle Cervantes sin accesos para minusválidos ni posibilidad de instalarlos «porque la vieja escalera de madera es muy estrecha y los escalones empinados», afirma.

Toda una vida trabajando para poder terminar de pagar el inmueble de bajo, dos plantas y ático en el que vive, para que acabe convirtiéndose en su propia cárcel a los pocos años de jubilarse. Una vez quiso salir a la calle para dar un paseo, pero la operación fue tan accidentada que no lo ha vuelto a intentar.

Su hijo cogió por un lado de la silla y su mujer por el otro. Al levantarlo en peso la silla se partió; él cayó encima de su mujer y los dos sobre su hijo, para acabar todos rodando escaleras abajo. Resultó herido y tuvo que ser trasladado en ambulancia para recibir asistencia médica.

Las horas pasan dentro de la habitación de Rogelio. Dormir, ver la televisión, estar en silencio y, sobre todo, recibir la compañía de su hijo que siempre le ayuda, es en lo que ocupa buena parte de su tiempo. Su vida no difiere de la de cientos de ciudadanos que, por encontrarse impedidos, se ven obligados a vivir recluidos en sus casas. El entorno urbano que les rodea continúa siendo muy agreste para ellos, a pesar de todas las obras de humanización.

Denuncia por un bajo

Rogelio podría disfrutar de una mejor calidad de vida si pudiera ocupar la planta baja del edificio de su propiedad. Esa estancia da a un patio interior con un jardín, adonde podría salir a tomar el aire y comunicarse directamente con la frutería que regenta su mujer. Pero esta vivienda está ocupada por un inquilino que no paga el alquiler desde hace años y que no tiene ni agua ni luz porque le han cortado el suministro. Su vecino mantiene el dominio del bajo desde antes de que su mujer y él compraran el edificio entero.

La denuncia está presentada y un juez de primera instancia decidirá en el futuro si el inquilino deberá ser desahuciado o no. Mientras tanto, no le queda más remedio que permanecer en su domicilio, de aguantarse cada día las ganas de salir a dar una vuelta por la ciudad, de volver a visitar los sitios que frecuentaba cuando era dependiente en la tienda Sonka de Urzaiz, o de regresar a su casa en Caldelas de Tui.

A sus 71 años de edad, Rogelio no pierde la esperanza de volver a andar algún día. Los médicos le dijeron que no lo volvería a hacer y, por ese motivo, le denegaron la posibilidad de realizar ejercicios de rehabilitación dentro de la sanidad pública, dejándole como única alternativa las clínicas privadas que tendría que pagarse de su bolsillo.

Sin embargo, él se esfuerza cada día con la ayuda de su familia en recuperar la movilidad en sus piernas. Dedica media hora cada día a ejercitarse. Pequeños pasos en el salón de la casa son celebrados como una auténtica proeza. Se levanta con ayuda y avanza muy lentamente apoyándose en los sillones. «Consiguió más mi hermano en casa que en toda la rehabilitación», afirma su hija Miriam.