El Willy Wonka de Salvaterra

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

SALVATERRA DE MIÑO

m. moralejo

El gestor de Chocomiño, que fabrica 20.000 tabletas de turrón de chocolate al año, es un cinéfilo confeso

28 nov 2016 . Actualizado a las 10:53 h.

Joaquín Eiras es un tipo singular que afronta con dedicación y convencimiento todo reto profesional que se le ponga por delante. A él lo que le gustaba de verdad era el cine. Devoraba películas con el mismo deleite con el que hoy en día un amante del chocolate da cuenta de una tableta de turrón de chocolate Antoxo. Galicia no es Xixona, pero si te acercas a la parroquia de Arantei, en Salvaterra de Miño, puedes pensar que sí, porque en la fábrica que allí se asienta, Chocomiño, hacen turrón. Y aunque cuando te enteras de que la única variedad que sale de sus máquinas es la que envuelve avellanas o almendras con chocolate, te imaginas a ese señor de Arantei como lo más parecido a Willy Wonka que has visto en la vida real.

Como cinéfilo confeso que es, Eiras sabrá que algo tiene que ver su historia con la de Charlie y la Fábrica de Chocolate, aunque en la suya no haya Oompa Loompas trabajando a cambio de granos de cacao, sino operarios de un aspecto mucho más normal y nómina a fin de mes. La vida de Joaquín es un poco de película, porque empezó trabajando como vendedor de libros en El Corte Inglés. Cuando acabó el contrato ya estaba harto y salió a celebrarlo como si no hubiera un mañana. Tanto es así que el alba le pilló de farra el día en que los propietarios de los multicines Norte y Centro decidieron ofrecerle el puesto de encargado de la gestión de ambos. Tras emplazarlos para otro momento más lúcido, dijo que sí. Entre las muchas anécdotas que vivió, elige contar una, la que protagonizó cuando tras cientos de proyecciones de To be or not to be, de Lubistch, se rompió el celuloide por enésima vez 5 minutos antes del The End. «No había manera de pegarlo, todos mis compañeros huyeron y a mí solo se me ocurrió entrar en la sala y contarle a los espectadores el final. Hubo aplausos, abucheos y de todo», admite. Pero esa es otra historia. La que hoy nos concierne, dada la cercanía de las señaladas fechas, es la de la factoría chocolatera de la que salen cada campaña 20.000 tabletas de turrón de chocolate «no sucedáneo», apunta, con almendras o de arroz inflado que distribuyen de octubre a febrero. «Después lo retiramos de las tiendas. No nos interesa que lo vendan cuando ya no está en su momento óptimo», explica.

Pero el primer capítulo de su historia empieza con café. Su hermano Gumersindo lo vendía y le convenció para montar un tostadero que fundaron en 1985 con el nombre de Cafés Do Noso. Unos años después empezaron a trabajar con chocolates El Maragato, de Vigo. «Lo llevaba un señor muy mayor que era como de la familia. Sus descendientes no querían seguir y al morirse lo compramos nosotros», recuerda. Entre medias cerró Chocolates Antón en Allariz, que adquirieron. Y cuando estaban desmontando la fábrica para trasladarla a Salvaterra, cierra Chocolates La Perfección. «Más que venderla, se la regalaron a Ruiz Mateos en una transacción desastrosa, pero sí compramos fue parte de la maquinaria que estaba en el mercado», cuenta. Con todo ello, quitando una cosas y añadiendo otras, nació Chocomiño. La firma heredó hasta a Luis Lobariñas, el maestro chocolatero de La Perfección, que estuvo con ellos hasta su jubilación siendo sustituido por Felipe Ferreira. Heredaron también fórmulas de 1890 para hacerlo a la taza que siguen respetando y las de los cacaos de merienda, que tuvieron modificaron porque eran poco refinados, muy arenosos al paladar.

«Queríamos una empresa productiva y rentable, haciendo lo contrario de lo que hacían las fábricas del sector, que era construirse búnkeres enormes. Nosotros tiramos una máquina que nueva costaba 300.000 euros y montamos un túnel de 6.000. Los veteranos se reían de nosotros, pero yo tenía muy claro lo que me interesaba, que era diversificar y poder hacer mil napolitanas o cien tabletas con envoltorio personalizado con tu nombre para tu cumpleaños. No quiero producir millones de tabletas», advierte. El empresario indica que eso ya lo hacen las multinacionales. «Seguirme a mí es muy difícil. Yo soy la guerrilla. En guerra, el tanque te aplasta y estás muerto, pero si luchas de otra manera, como quien da una patada en la canilla y escapa, sobrevives», argumenta.

«Aquí, el cacao que compramos en países ecuatoriales (como el café), se tuesta, se descascarilla, se refina, se muele, se concha, se desbrava y de ahí sale. Podemos hacerlo todo, pero si no compensa, evitamos el proceso entero», reconoce. Una de las curiosidades de Chocomiño es que no producen nada con ese nombre, ni en café ni en chocolate. Tienen marcas como Antoxo, Antóny o Noso Cao, entre otras. «Y eso que Chocomiño funciona. Es comercial. Ahí metimos la pata», reconoce Eiras.

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Pichones con patatas nuevas y tirabeques en olla de barro, como los hacía mi madre.

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Nada que sea comestible debería despreciarse.