Nueve años danzando con las penlas

manu otero VIGO / LA VOZ

REDONDELA

MANU OTERO

A sus 39 años, Sonia Ferreira es la veterana del baile más seguido de Redondela

15 jun 2017 . Actualizado a las 13:07 h.

La danza de las burras y las penlas es uno de los principales atractivos turísticos de Redondela. Miles son las personas que visitan cada año la villa para disfrutar del tradicional baile del corpus. Pero muy pocas son las que pueden participar en él. Una de estas privilegiadas es Sonia Ferreira. Ella porta con orgullo desde el 2008 su traje de burra. El testigo del baile lo cedió el año pasado para lucir una vestimenta todavía más especial. La que confeccionó la investigadora local Margot Araújo, que Ferreira va a lucir esta mañana en la procesión de antiguas burras y penlas que acompañan a las nuevas danzantes. «Es un orgullo, ya cuando veía el baile y no vivía aquí me emocionaba al verlo. Es algo que no se puede explicar con palabras. Hay que verlo para entender lo bonito que es y lo que transmite. Y ya vivirlo desde dentro es un honor», relata emocionada Ferreira.

Su irrupción en la danza fue tan inesperada como soñada. «Una de las que bailaba antes me dijo: ‘necesitamos una burra, ¿por qué no vienes y lo pruebas?’», relata Sonia su invitación para formar parte de esta danza ancestral. En ella dos mujeres adultas, que reciben el nombre de burras, soportan sobre sus hombros a dos niñas, las penlas; y las cuatro interpretan una coreografía con un doble significado. Uno fantástico y otro religioso. «Las niñas le hacen una reverencia al Santísimo y a la Virgen», revela la danzante que a sus 39 años es la más veterana de las participantes. Sin embargo, es la versión legendaria la que deja boquiabiertos a los forasteros que observan la danza por primera vez. «Los chicos son los marineros y las niñas representan la salvación de las doncellas que escaparon de la Coca», un dragón que se llevaba a las doncellas, lo que motivó la agrupación de los marineros para matar al dragón y liberar a las jóvenes.

No sin antes pensárselo muy bien, Ferreira aceptó la invitación para convertirse una vez al año en burra. «Es una responsabilidad, yo voy y pruebo pero a ver si soy capaz», respondió a la propuesta. Y vaya si lo fue. Durante ocho años interpretó uno de los papeles protagonistas de la danza. Hasta que el año pasado sintió que llegaba el momento de dar un paso a un lado. «Había gente que quería participar en esto y no va a estar siempre en la retaguardia, también hay que darles paso», admite con naturalidad. Su lugar lo ocupará otra vecina de Redondela, Tania. «Ella quería ser burra, yo la llamé, vino a ensayar y ahí está», relata con naturalidad cómo se fraguó el relevo de toalla que tuvo lugar en el corpus del año pasado.

Durante esos nueve años, Ferreira se entregó en cuerpo y alma a preparar estos festejos. «Empezamos a ensayar tres meses antes de la fiesta», confiesa la veterana. La primera tarea es la selección de penlas. «Las niñas no tienen ni idea y necesitan un ensayo y tampoco vale cualquiera», matiza. Hay algunas que no tienen miedo a ponerse de pie sobre los hombros de una desconocida, «pero luego, como son pequeñitas, no son capaces de ir al ritmo de la música», razona Ferreira, que sitúa entre los 4 y 5 años la edad ideal para convertirse en penla. Aunque la exigencia física obliga, en muchos casos, a retrasar su debut un par de años. Una vez elegidas, «ensayamos unas cuatro horas a la semana, dividido en dos días porque las niñas son pequeñas y no queremos que se cansen ni se aburran», puntualiza.

También para las burras es un arduo trabajo. «Es duro, además son varios bailes, alguno bastante largo», admite esta redondelana de adopción que vio como muchas compañeras acababan con problemas de cervicales. «Pero merece la pena», asegura con entusiasmo a escasas horas de salir en el primer desfile del año.

Al igual que en la última edición, Sonia Ferreira será la única representante de las burras antiguas. Antes del primer baile, ella ayuda a todas las participantes a vestirse. También ella tiene que enfundarse el traje tradicional. El de la falda roja de seda y la mantilla de azabache. El blanco, el que llevan las que bailan, tiene un origen menos noble. «Las burras eran las panaderas de Porriño, que tenían que pagar un impuesto por vender y tenían que bailar, por eso es en tonos crema y de lino», desvela la más veterana.