Madrid redescubre la gran obra del arquitecto Antonio Palacios

e. v. pita VIGO / LA VOZ

O PORRIÑO

El remozado Palacio de Cibeles, nueva sede municipal, atrae al público por sus exposiciones, sofás, coctelería y su mirador

01 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A solo cuatro años de que se cumpla el centenario de su inauguración, la obra más emblemática del arquitecto porriñés Antonio Palacios vuelve a llenarse de vida. El Palacio de las Comunicaciones, antigua sede de Correos y ahora del Ayuntamiento de Madrid, atrae de nuevo al gran público. La vieja estafeta acoge exposiciones de pintores de renombre, talleres de trabajo, sofás para descansar y navegar por Internet, una coctelería o un ascensor que lleva al mirador desde el que se divisa una panorámica de 360 grados de la capital. El inmueble es una atracción turística estrella de Madrid, en plena plaza de Cibeles, y los visitantes hacen cola para comprar en la taquilla los pases por dos euros para entrar en las exposiciones o subir al torreón a disfrutar de las vistas de la ciudad.

Palacios es conocido en Galicia por sus espectaculares obras como el ayuntamiento de O Porriño, el templo votivo de Nigrán o el teatro García Barbón (ahora A Fundación). Sin embargo, su obra de juventud, el Palacio de Comunicaciones, diseñado en 1904 e inaugurado por el rey Alfonso XIII en 1919, fue lo que lo lanzó a la fama. Actualmente, es la sede del Ayuntamiento de Madrid, tras hacer una permuta con el edificio de Puerta del Sol, pero la zona lúdica es conocida como Palacio Cibeles. En el 2011 empezó a cobrar forma y hoy ha acrecentado su fama, sobre todo por el mirador desde su torreón.

Es el lugar de ocio lo que ha hecho recuperar su esplendor a la obra de Palacios y su colega Joaquín Otamendi. Estos idearon un vestíbulo de Correos con un fácil acceso para el público que iba con prisa a enviar un telegrama o una carta o cobrar un giro. Casi cien después, el enorme espacio vacío del hall vuelve a sobrecoger al visitante.

Tras pasar un férreo control de seguridad, el recién llegado queda boquiabierto con la grandiosidad del recibidor. La restauración ha conservado los mostradores de época donde los usuarios escribían sus telegramas o direcciones. El fondo está redecorado como un salón de estar, con sofás colocados sobre palés y con colores a juego con lámparas de diseño. La gente se sienta y algunos estudiantes usan las mesas y butacas para realizar trabajos de clase con sus ordenadores portátiles en un entorno cómodo que recuerda a la atmósfera de los bares lounge.

La exposición estrella del Palacio Cibeles es una retrospectiva del pintor Kandinsky. En los pasillos de las plantas superiores hay más sofás y grandes mesas para poder trabajar como en un taller de workshop. Esta filosofía de habilitar espacios públicos para trabajar también se ha ensayado en el MediaLab Prado de Madrid, un edificio pensado para el ocio y para que los emprendedores se reúnan en una mesa a diseñar proyectos digitales.

Otro de los atractivos del Palacio Cibeles es la posibilidad de acceder a la azotea del torreón, situado entre el octavo y el décimo piso. El acceso está en la sexta planta y hay que continuar a pie por unas escaleras de metal o en ascensor hasta la cornisa. A través de unos panales es posible contemplar los tejados de la capital en una panorámica de 360 grados. Abajo, destaca la fuente de Cibeles y en el horizonte sobresale el cerro de los Ángeles (punto central de la península), el parque del Retiro, la silueta de los cuatro rascacielos de Chamartín, la torre Picasso de la Castellana y el edificio Plaza de España comprado por un empresario chino. En frente, la azotea del Círculo de Bellas Artes, que también atrae al público por sus vistas y que es otra de las obras más reconocidas del arquitecto Palacios. Uno diría que desde este mirador de Cibeles el pintor Antonio López tomó notas para su célebre cuadro sobre la Gran Vía desierta. Los visitantes disfrutan sacándose selfies con Madrid al fondo, por lo que la fama de esta azotea se acrecienta cada vez más entre los turistas.

El edificio guarda más sorpresas. Ahora cuenta en la sexta planta con un bar coctelería, que también dispone de una terraza, aunque los precios no son aptos para todos los bolsillos. Al bajar por una escalera en espiral, se puede admirar un ascensor de época y la decoración de los azulejos que, sin duda, debieron impresionar a la reina Victoria Eugenia. En el vestíbulo, hay una tienda de diseño. Al salir a la calle y cruzar el portalón de hierro forjado, uno presiente que Palacios estaría orgulloso de que su obra siga siendo útil en el siglo XXI.