Muerte y resurrección de una promesa

Manuel Blanco

MOS

MÓNICA IRAGO / MARTINA MISER

El tatuaje ha dejado de ser una moda para convertirse en un hábito de nuestro tiempo. Grabarse la piel es hoy tan frecuente como el borrado de diseños que se han quedado obsoletos o que no satisfacen al propietario. Ambas prácticas, eso sí, han de estar sujetas a exigentes protocolos. Esta es la historia de un viejo tatuaje neutralizado y devuelto a la vida

21 may 2017 . Actualizado a las 09:45 h.

Hay promesas que, como cantaba Iván Ferreiro, no valen nada. Otras, sin embargo, lo son todo. Quedan grabadas a fuego en esa parte del alma que explica quién eres, de dónde vienes, hacia dónde te diriges... Esta es la historia de una de esas promesas. De su muerte y resurrección, en realidad. Una alianza sellada hace un cuarto de siglo en la habitación de un viejo hospital con alguien que ya no está. Aquella promesa, seguramente estúpida a los ojos de muchos, fue un tatuaje. Sí, un pequeño dibujo en la espalda a cambio de que nuestro interlocutor cumpliese su parte. Lo hizo, y al que suscribe no le quedó otra que pasar el trance. El caso es que aquel pequeño demonio de Tasmania grabado en el omóplato izquierdo envejeció mal porque el tiempo es puñetero con algunas cosas. Pero no la promesa, tan viva hoy como entonces, por lo que durante años maduró la idea de recuperar su esplendor. Puede que el entusiasmo no asocie bien con el tiempo, pero hay recuerdos, lecciones de vida, que no merecen morir.

 La idea, por tanto, era cumplir con aquel compromiso. Y así nació hace un año este reportaje. La primera etapa de esta aventura nos lleva al estudio Más que Tinta Tattoo y Piercing, en Vilagarcía, que dirige Jacobo Ramos, quien ejercerá como guía en esta aventura. Es junio del 2016. Allí nos esperan Félix Salomón y Cruz Miranda, los responsables de Ten District. Ambos fundaron en el 2010 un negocio de estética con tratamientos innovadores que incluye el borrado de tatuajes, para lo que acaban de estrenar el láser Ink Hunter Master, uno de los más modernos del mercado. Hoy están en Mos, pero trabajan con 15 centros repartidos por toda Galicia.

Borrar un tattoo con láser es un proceso seguro. La energía del láser se focaliza en los puntos de la piel donde haya tinta y después de haber elegido una potencia y filtros adecuados, se proyecta en la piel. Los pigmentos absorben la energía y estallan rompiendo la cápsula donde se encuentra la tinta, mientras que los restos de pigmento que hayan vuelto a quedar libres en el cuerpo serán eliminados por el sistema linfático. Las dos sesiones a las que nos someteremos con Félix y Cruz, la primera en junio y la siguiente en octubre, duelen un tanto, pero son llevaderas. El carácter afable de Félix ayuda lo suyo.

En febrero aparecerá en escena AJ González, el tatuador, todo un artista. El escenario, el estudio vilagarciano. Las dos primeras sesiones han servido para difuminar el viejo diseño (para borrarlo del todo haría falta alguna más), con lo que ya es posible hacer un cover-up, un tatuaje por encima de otro. En esa primera sesión, traza en la piel su particular revisión de La montaña amarilla.

AJ es un virguero. Línea a línea, con la paciencia de un orfebre, liquida aquel vetusto demonio y da forma a su diseño. Elegir un tatuador es una decisión delicada, tanto como la necesidad de que se guarden las exigentes medidas sanitarias que regulan este oficio. El estudio es muy puntilloso en este extremo: vendas alrededor de la máquina, bolsas de prevención, material desinfectante... Todo está perfectamente controlado.

La segunda y última cita con AJ llegará a principios de este mes. La otra parte de su diseño esconde un mensaje. Un poema japonés escrito hace siglos: «Incluso las flores que florecen / tarde o temprano se marchitarán / ¿quién en nuestro mundo / no está cambiando? /Las montañas profundas de la vanidad / nosotros las cruzamos hoy. / Y no veremos sueños superficiales / ni seremos engañados». La resurrección efectiva de aquella vieja promesa.