El matarife y barbero de Arbo no superó el asesinato de su hijo

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

ARBO

maría jesús fuente

Sergio Rodríguez falleció justo cuando se cumplía un año del doble crimen que consternó al municipio

06 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Fue el matarife más popular del municipio pontevedrés de Arbo en sus tiempos y hasta hace poco aún hacía sus pinitos por San Martiño. Pero si algo caracterizaba a Sergio Rodríguez Martínez era su destreza para sacarle partido al tiempo. Aprovechaba las matanzas de cerdos a domicilio para hacer gala de su otra profesión, la de barbero, y convencía a alguien de la casa para colocarle la toalla y cortarle el pelo en presencia de la canal del cerdo.

«Hay que aprovechar la coyuntura y la gasolina», solía decir el matarife, tan profesional que hasta firmaba su obra en el hígado del cochino.

Anteayer falleció con 70 años, justo un año después del doble asesinato de su hijo y su novia y un día después de la concentración organizada por los concellos de Arbo y Crecente, con los que tenían relación las víctimas.

Muy querido en el entorno, Sergio nunca llegó a superar la muerte de su hijo (que llevaba su mismo nombre), según apuntan los vecinos de Arbo. Relatan que desde entonces su salud cayó en picado; de hecho, el domingo ya no pudo acudir al acto de aniversario al estar ingresado en un hospital de Vigo.

Ni él ni nadie se explicaron lo sucedido. Su hijo Sergio y su reciente novia, Beatriz, de 36 y 30 años, aparecieron acribillados en el interior de un vehículo en A Telleira, un monte de la zona muy próximo al cuartel de la Guardia Civil y a las instalaciones deportivas municipales.

Un año después, el principal sospechoso del crimen es la expareja de ella, Arturo D. S., natural del municipio ourensano de Padrenda, muy próximo a Arbo y padre de una niña de 8 años. En la actualidad permanece en prisión provisional a la espera de juicio en la Audiencia de Pontevedra.

Ayer, los vecinos de Arbo acudieron en masa a despedir al apreciado matarife y criticaban cómo puede estar la tragedia sin resolverse un año después y el daño que la espera está haciendo a los suyos. Reconocían que la familia no se ha sobrepuesto de la desaparición del pequeño de los dos hijos, una persona a la que todos calificaban de alegre, sociable y muy humana, al igual que sus padres.

De Sergio, el matarife, recordaban el esmero que ponía en el sacrificio del animal y la buena conversación que tenía. Esto extendió su prestigio por las comarcas de O Condado y Paradanta, donde a mediados de los años noventa, cuando estaba en pleno apogeo, se llegaban a matar unos diez mil cerdos a domicilio por temporada.