A caballo entre los pedales y la pizarra

Míriam Vázquez Fraga VIGO / LA VOZ

A GUARDA

El corredor guardés del Club Ciclista Rías Baixas es licenciado en Geografía e Historia y ejerce de profesor; su rutina se combina entrenamientos y competición con clases particulares a niños

10 ago 2015 . Actualizado a las 12:21 h.

Para Aser Estévez no hay un día igual a otro. Sin embargo, todos se componen de dos ingredientes esenciales siempre presentes: el ciclismo y la docencia. A ambos los considera su trabajo y le gusta que su protagonismo se mantenga equilibrado dentro de su vida. «Pedaleo y pizarra, pizarra y pedaleo. Unos días toca empezar por una de las dos cosas y otros, por la otra. Es duro en ocasiones, pero se lleva bien», comenta el corredor guardés del Rías Baixas, de 27 años.

Su idilio con el ciclismo comenzó a los 11, cuando era infantil de primer año. «Había probado varios deportes: primero, la natación; luego, el balonmano... Pero no ninguno me convencía. Si me llegara a pasar lo mismo con la bici, seguro que hubiera seguido probando», supone. Pero resultó que el que ha sido el deporte de su vida le hechizó desde el primer instante «y hasta hoy».

A lo largo de los años lo ha ido compaginando con sus estudios, hasta terminar la carrera de Geografía e Historia. Hace tres años abrió una academia en A Guarda, donde imparte clases. «La gente me conoce más como ciclista y cuando se enteran me mandan a algún familiar o vecino. Me dicen: «No sabía que dabas clases, como la mayoría de los ciclistas viven de eso...». Pero nada más lejos de la realidad. «Es triste decirlo, pero este deporte no da para comer y quienes tenemos unos estudios no podemos permitirnos el lujo de estar parados», reflexiona.

Lamenta que cada vez haya menos pruebas y premios menores para quienes se imponen en ellas, que son unos pocos. Pero eso no ha sido suficiente para hacer que se plantee dejarlo. Cuando ha pensando en esa ha sido por causas ajenas a su vida laboral. «La dos veces que me rompí la clavícula sí que barajé esa idea. Sufres una caída grave y piensas que quizá la siguiente sea peor, que te quedes en silla de ruedas, que pierdas una pierna... Lo que temo del ciclismo es lo que no depende de mí, que me lleven por delante».

De su disciplina deportiva le gusta todo, incluso reconociendo la exigencia y el sacrificio que implica. «Es un modo de vida que te permite conocer mucha gente y muchos lugares. Eso es a lo que más valor le doy», señala. En el lado negativo, que «son quince años de pedales, y entrenando tres o cuatro horas diarias, si te pones a sumar, es muchísimo tiempo de mi vida dedicado a esto». Alguna vez se ha preguntaso hasta qué punto merece la pena, pero siempre se ha respondido de idéntica manera: «Dices: ''¿Estaré perdiendo el tiempo o no lo estaré perdiendo?''. Si no me mereciera la pena, sí lo habría dejado».

No es raro que su entorno le anime a tomarse un respiro. De momento hace oídos sordos. «Me dicen que por qué no me centro más en una cosa o en la otra», explica. Por ahora no piensa priorizar. «Prefiero llevar ambas cosas parejas. Si me centro en el ciclismo y me lesiono, no hago nada. Y si de repente me viene una mala racha con los alumnos, lo mismo, porque si suspenden, aunque tú hayas hecho bien tu trabajo, se los llevan».

Aparte de la cuestión práctica de estar en disposición de centrarse en una de las actividades si un día le falla la otra, también se guía por lo mucho que disfruta con sus dos vocaciones, que incluso le ayudan a desconectar una de la otra. «Hay días que tienes la cabeza como un bombo después de pasar horas con los niños y la bici te relaja. También al revés, a lo mejor vienes de una paliza de kilómetros pedaleando y las clases te sirven para cambiar de actividad».

Sus dos facetas se combinan también en el bajo donde da clase, que antes era su propio lugar de estudio y que es el sitio donde guarda numerosos trofeos. «A veces les llama la atención y me preguntan que tal copa de cuándo es o comentan que qué chula otra», relata. Alguna que otra modificación en los horarios también hace que estén al tanto. «Saben que si no puedo dar alguna no es para irme a pasarlo bien, sino para competir». En esos casos trata de adelantar las lecciones o bien de dejarles tarea a los alumnos, cuyos niveles y edades van desde la Primaria al Bachillerato.

De un tiempo a esta parte, el término «vacaciones» ha desaparecido del diccionario de Aser. «Mis días libres en el trabajo son para ir a competir. Me dicen que voy a reventar, pero yo lo veo como algo positivo: hago dos cosas que me gustan y tengo la opción de ganar algo de dinero», indica. En algún momento, eso sí, admite que «habrá que parar y bajar un poco el ritmo».

Hasta ahora lo ha incrementarlo cada vez más. «Al haber estudiado Geografía e Historia, al principio impartía esas clases y también de lenguas. Luego me empezaron a pedir más y al final acabas dando un poco de todo». Disfruta especialmente tratando de hacerles entender las cosas. «Tienden a chapar y sí que hay cosas que se necesita memorizarlas, pero en general lo principal es razonar centrarse en el porqué de las cosas».

Si tuviera que elegir entre la carrera más exigente y la clase más revoltosa, no lo tiene claro. «Las dos son complicadas, no sé cuál sería peor», plantea. Sin irse a los momentos más delicados, ve otros puntos comunes entre sus dos actividades: «La competición te exige el máximo, estar a tope. La clase también es como una carrera dura en la que te enfrentas a obstáculos».

A sus 27 años, aún le quedan muchos retos por delante como deportista y profesor. «La idea es hacer una oposición y conseguir plaza en un instituto», admite el ciclista guardés. Pero a día de hoy esa opción se antoja muy complicada. «Mientras espero a poder tener esa oportunidad, no me iba a quedar de brazos cruzados esperando», comenta. Ni tampoco de piernas.