De las salinas a los caralletes

Antón Lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO

anton lois

El antiguo enclave salinero alberga un frágil ecosistema que forma parte de la Red Natura

07 ago 2017 . Actualizado a las 23:53 h.

Nuestra ruta comienza en Paredes (Vilaboa), donde la disputa por la capacidad milagrosa del San Benitiño partiendo desde el club de piragüismo. Allí iniciamos la senda litoral con una primera parada en Punta Ulló desde donde nos llamarán la atención un par de promontorios en medio de la ensenada. Se trata de las Alvedosas, que son islas un par de veces al día pues la bajamar las une vía peatonal al continente y señalan la cuenca de desembocadura del río verdugo. Valdría la pena proteger esas pequeñas islas que contienen una interesante muestra de flora litoral por lo que, consecuentemente, les rogaríamos no pisarlas. El sendero nos lleva a un mirador desde el que contemplaremos una inmensa ensenada delimitada por un dique de más de trescientos metros. Son las salinas de Ulló, donde se retenía el agua del mar cerrando las compuertas para que la evaporación cristalizase la sal. Fueron concesionadas a los jesuitas de Pontevedra que las explotaron desde el siglo XVII, hasta que con el siglo XIX llegó la tormenta perfecta para las salinas.

La combinación del asentamiento de la industria conservera redujo drásticamente la demanda de la sal como conservante que junto a la competencia de las salinas mediterráneas supusieron el fin de la actividad salinera en Vilaboa. Fue entonces cuando el dique se reutilizó como depósito de agua para un molino de marea que tras unas décadas de uso también desapareció. Nuestra ruta, ahora circunvalando las salinas, parte justamente del lugar donde estaba asentado aquel molino. Al fondo de la ensenada veremos a nuestra espalda una inmensa xunqueira en la desembocadura de los riachuelos Villil y Tuimil. Recordemos que estos lugares, considerados tradicionalmente como insalubres y nidos de alimañas, bien al contrario son auténticas depuradoras naturales y su conservación es un objetivo prioritario a nivel internacional. Seguiremos circunvalando la ensenada y veremos por allí una pareja de cisnes, residentes fijos en la zona. Recomendamos que no se tomen muchas confianzas con ellos, su elegante belleza es proporcional a su fuerza y malas pulgas. Curiosamente no son precisamente los cisnes (liberados en su día con fin ornamental) lo importante de la avifauna del lugar.

Toda la zona es uno de los más importantes enclaves de la Rías Baixas para nuestras amigas marinas y limícolas contándose por millares las que acuden aquí especialmente en la época de cría y sobre todo para pasar el invierno.

El camino nos lleva al extremo opuesto del dique y las indicaciones nos llevarán hacia el interior del bosque (con marea alta es inaccesible continuar por el borde del mar) Vale la pena desviarse unos metros para acercarnos a las ruinas de la Granxa das Salinas. Allí estaban las viviendas y huertas de los encargados de procesar la sal. En este punto de nuestra ruta necesitamos pedir prudencia y respeto. La estructura de los edificios está muy dañada (de ahí la prudencia) y debemos ser respetuosos para no dañarla más.

Contemplar cómo la vegetación va reconquistando su espacio invita a una reflexión: en rigor la naturaleza no necesita que le echemos una mano, es suficiente con que se la saquemos de encima. Nuestra ruta continúa a través de un paisaje en mosaico en el que se combinan tierras de cultivo con bosquetes de ribera, zonas de pasto y repoblaciones forestales.

La senda nos llevará de nuevo al borde del mar y el final de nuestra ruta en la pedra dos caralletes. La imaginación podría llevarnos lejos pero el carallete es una variedad de navaja, antaño muy abundante justamente en esa zona en cuya piedra central del espigón se amarraban las embarcaciones.

Años de contaminación y sobre todo alteración del litoral fueron cambiando este frágil ecosistema de forma que hoy resulta casi más fácil ver por allí un lince que un carallete. Conviene recordar que todo lo que hemos visto es una pequeña parte de un espacio natural protegido que forma parte de la Red Natura europea y abarca la totalidad de la ensenada de San Simón.

Una planta que conquistó el mar

La seba (Zostera marina) es un prodigio de adaptación. Aunque parezca un alga se trata de una planta terrestre que conquistó el mar formando praderas submarinas y constituye un refugio y alimento fundamental para la fauna marina lo que incluye muchas especies comerciales. Las encontraremos en la orilla (no son basura y se deberían dejar allí) y con marea baja podemos verlas tapizando la ensenada.