Coreografía de un rescate en las vías

Ángel Paniagua Pérez
Ángel Paniagua VIGO / LA VOZ

VIGO

Andrea Baladrón
Andrea Baladrón XOAN CARLOS GIL

El personal sanitario que se movilizó para el accidente del tren de O Porriño cuenta cómo trabajaron para asistir a las víctimas en los andenes. «No fue heroísmo, sino ética profesional»

18 sep 2016 . Actualizado a las 10:04 h.

El hombre del casco rojo camina apurado de un lado a otro, con evidente ajetreo. Usa guantes azules y viste un chaleco, también rojo. Salta a la vista que no es de su talla. Hay varias decenas de personas entre los raíles observando con estupor el amasijo de hierros, que parece una ballena varada con el estómago abierto sobre la playa de vías. Viajaban en ese tren. «¡Por favor, la gente que pueda caminar, que me siga», los despierta con aplomo el hombre del casco rojo. Es 9 de septiembre en O Porriño.

Esa frase, aparentemente improvisada, encierra toda la filosofía de la asistencia sanitaria en una catástrofe. Todo está calculado. Es una delicada coreografía grupal, hecha a base de rutinas y pasos que se suceden sin que nadie los perciba. Finos, claros, precisos. Existe un orden invisible en ese caos.

Beatriz Campos
Beatriz Campos M.MORALEJO

Ese orden comienza cuando la primera ambulancia llega a la estación de O Porriño y se encuentra, a 150 metros, un tren recostado sobre las vías escupiendo heridos. Antonio Casal se pone el casco rojo que lo va a identificar como el mando sanitario durante todo el rescate -el resto son naranjas o grises-. El primer médico que llega es siempre el que toma el control y la casualidad quiere que cuando a las 9.29 llega una escueta alerta al 061 en Mos -«Un tren ha descarrilado en O Porriño»-, el equipo de guardia lo compongan el jefe de la base y el enfermero experto en catástrofes, Mario López.

El médico marca las prioridades: establece un hospital de campaña en la cafetería, porque tiene una entrada y una salida, delimita una zona segura para los enfermos en los andenes, habilita un lugar para que las ambulancias y helicópteros trabajen... Mientras, el enfermero hace el triaje de las víctimas, es decir, una primera valoración de sus síntomas para decidir a cuál hay que atender antes. Es un triaje urgente para identificar si hay vidas en riesgo. A cada paciente se le asigna un color: el negro a los fallecidos, el rojo a los que están en riesgo vital (circulación y respiración alteradas), el verde a los que caminan y el amarillo al resto. Por eso, en la frase de Antonio Casal no hay nada de casual: «Los que puedan caminar...». En ese momento de desconcierto, sencillamente está marcando prioridades. La coreografía está en marcha.

Antonio Casal
Antonio Casal M.MORALEJO

Antes de ver a todos los enfermos uno por uno, Mario López se ha hecho una composición de lugar urgente. Cuatro minutos después de llegar llama a la central del 061: «Algo más de 40 verdes, seis amarillos, uno rojo y tres fallecidos», estima. Se movilizan dos helicópteros, tres ambulancias y se avisa a tres hospitales.

Casal recorre las vías. «Asigné el caso rojo a la gente del PAC y nos pusimos a trabajar por prioridades», recuerda. La gente del PAC son los dos equipos con cuatro médicos y tres enfermeros que acaban de llegar desde el centro de salud de O Porriño. Entre ellos hay dos médicas de familia que hacen su cuarto año de residencia. Una es Andrea Baladrón, porriñesa. «Cuando nos llamaron, pensé en Angrois», admite. Llega y ni siquiera se detiene a observar el tren, muerto en el horizonte. Se va al hospital de campaña. Poco después entra la otra residente, Beatriz Campos, con su equipo. «Al principio, todo es un caos: hay gente pasando, tienes la mochila en el suelo...». Algunos parroquianos aún apuran sus cafés mientras ellas atienden a la primera víctima, el caso rojo, el más grave, que después fallecerá en el hospital.

Mientras, Antonio Casal logra colocar a todos los casos verdes en el andén para dejar en la cafetería solo los amarillos. Mario López sigue haciendo el triaje y colgando del cuello una tarjeta a cada víctima con su color.

Ángel Pichel
Ángel Pichel

A esa hora Ángel Pichel, médico de urgencias del Hospital Álvaro Cunqueiro, descansa en su piso del centro de O Porriño, cuando escucha un helicóptero. Sale a la ventana, ve el logotipo del 061, mira su móvil y sale corriendo, ignorando que es su día libre. El tiempo vuela. Por suerte, no hay casos graves. Los sanitarios estabilizan y tranquilizan a las víctimas. «El comportamiento de los heridos fue una lección. Nos lo pusieron fácil», reconoce Antonio Casal. En menos de dos horas, acaba el trabajo médico. El espíritu lo resume Pichel: «No es una cuestión de heroísmo; es ética profesional».