El Rebullón, de psiquiátrico a almacén

Ángel Paniagua / Jorge Lamas VIGO / LA VOZ

VIGO

Cientos de camas apiladas, material médico y documentación económica pueblan ahora el hospital, después del segundo cierre de su rocambolesca historia

24 ene 2016 . Actualizado a las 19:13 h.

El último hospital psiquiátrico que se construyó en España fue rompedor. Los manicomios eran lugares de reclusión. Con rejas, camisas de fuerza, personal de seguridad y todo lo imaginable. En Conxo, el referente en Galicia, había habitaciones de 60 pacientes. El Rebullón carecía de seguridad. Había espacios abiertos, jardines, cuartos con cuatro enfermos como máximo y la filosofía era otra. Era algo revolucionario en psiquiatría. «No había ninguna medida restrictiva, ni camisas de fuerza ni habitaciones de reclusión ni nada», dice el psiquiatra Tiburcio Angosto, que fue jefe de servicio en ese hospital entre 1977 y 1998 y después se traslado al Nicolás Peña.

Ahora, el hospital ubicado en Mos se ha convertido en un gigantesco almacén. En sus 19.000 metros cuadrados existen habitaciones llenas de todo tipo de cachivaches. Desde camas -La Voz comprobó que en algunas hay hasta 30 somieres-, hasta aparataje médico, pasando por documentación económica de la gestión del Complejo Hospitalario Universitario de Vigo (Chuvi). Todo aparece depositado sin solución de continuidad en metros y metros cuadrados de habitaciones. La carcoma es la dueña del viejo teatro y no quedan rollos en el proyector de cine que deparó agradables tardes a los enfermos.

Ser almacén es el destino a corto plazo del Rebullón. Ya no hay enfermos. Cogami tiene aún allí talleres para discapacitados en el hospital, pero está terminando la reforma de una antigua casa de médicos en la misma parcela.

Las camas que se almacenan, procedentes del viejo Xeral en el Rebullón, se destinarán a un programa de préstamo a familias de pacientes terminales. Según el gerente del área sanitaria, Félix Rubial, se pondrá en marcha en el primer trimestre de este año con unas 300 camas. Muchos de los somieres están apilados en las habitaciones del antiguo hospital de enfermos de tuberculosis. Porque el Rebullón, antes que psiquiátrico, fue muchas cosas.

Aunque no nació como hospital. En origen fue una colonia veraniega para niños pobres. La idea surgió en el seno de la junta de gobierno de La Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Vigo. Emilio Martínez Garrido, quien posteriormente sería alcalde, fue el vocal que lo estudió y lo propuso, el 22 de diciembre de 1928. Cinco médicos (Lazós, Paz Pardo, Amoedo, Gil y Álvarez Novoa) certificaron la salubridad de los terrenos del Alto de O Rebullón, en Puxeiros. El arquitecto Manuel Gómez Román hizo el proyecto del edificio, para cien niños, con un presupuesto de 113.025,70 pesetas.

Las colonias comenzaron a funcionar el verano de 1930, poco después de que se construyera la carretera de enlace desde la nacional Villacastín-Vigo. Durante quince días eran sometidos a una «vida saludable». El 80 % de los niños inscritos para las colonias fueron rechazados por pretuberculosos. Esa enfermedad maldita que resultaría clave en la historia del hospital.

Agosto de 1936 fue el último mes que acogió las colonias escolares. Con el inicio de la guerra, las nuevas autoridades militares decidieron donar el edificio al Ejército para acoger un hospital de evacuación, especialmente para los gallegos heridos en Asturias. Para la adaptación de las instalaciones se abrió una cuestación pública. «Se espera que los donativos no se harán aguardar con tanta abundancia como las necesidades del momento lo requieren», amenazaba El Pueblo Gallego, periódico requisado por la Falange. En octubre de 1936 llegaban los primeros 71 heridos.

El Estado vendió la finca en 1938 al Patronato Nacional Antituberculosis. La tuberculosis era una enfermedad muy extendida entonces en toda España, pero en Vigo solo se ofrecía algo más de cien camas por lo que se estudió. En 1946 se amplió.

Sería un hospital de tubeculosos hasta el 31 de enero de 1963. Los 160 enfermos fueron enviados a los hospitales de Ourense y Ferrol, aunque muchos de ellos volvieron a sus domicilios. Se propuso crear un centro para niños con síndrome de Down, pero cayó en el olvido.

La Diputación de Pontevedra se hizo cargo de los terrenos. En 1970 aprobó 32 millones de pesetas para un psiquiátrico, con 250 camas para hombres y otras tantas para mujeres. Era la única provincia gallega sin un centro para ingresar a enfermos mentales. En abril de 1975, los doctores Rey, García de la Vega y Teijeiro -el primer director- se pusieron a diseñar el modo de trabajo en el hospital. Por entonces estaba en obras.

El primer ingresado, un hombre de Cangas, llegaría en enero de 1976. Pero el Rebullón empezó a poblarse después de un incendio que arrasó parte del entonces llamado sanatorio psiquiátrico de Conxo, el 7 de julio. Los pacientes de la provincia de Pontevedra fueron trasladados al Rebullón.

El martes dejó de ser un hospital y 67 pacientes se fueron al Nicolás Peña. Fue su segundo cierre. Su futuro no está claro. Félix Rubial cree que se debe abrir un debate social. El jefe de Psiquiatría, José Manuel Olivares, propone un geriátrico. De momento, es solo un almacén.

«Echábamos la partida con los enfermos»

Era un recién nacido el Hospital Rebullón cuando Delmiro Fernández Bastos empezó a trabajar en su servicio de mantenimiento. Esta semana le hicieron el encargo de cerrarlo y, no sin cierta pena, fue echando los candados a las puertas. «Me venían las lágrimas a los ojos», dice. Son algo más de 39 años trabajando en el mismo sitio.

Y con la misma gente. La convivencia entre los enfermos y la plantilla era obligada. Se conocían por el nombre. «Teníamos una letanía: si estás encima de una escalera, cambiando algo, y un paciente te dice que bajes a echar la partida, bajas. Y echas la partida. Media hora, una hora, o lo que sea», explica. ¿A qué jugaban? «Al tute». Claro.

Delmiro, 62 años, se incorporará ahora al servicio de mantenimiento del Meixoeiro, cuenta mientras recorre la zona de tuberculosos del Rebullón, un área de habitaciones que nunca se uso. «Vamos al ala Camelias», anuncia. ¿Camelias? «Camelias, Oitavén, Umia, Xesteira, Tea, Fontefría», recita de carrerilla. Los nombres se los puso el doctor Teijeiro, el primer director, a las áreas de hospitalización. Era un hospital distinto.