Una madre y sus dos hijos se quedan sin casa

Juan Manuel Fuentes Galán
juanma fuentes VIGO / LA VOZ

VIGO

M.MORALEJO

Vanesa y dos niños de 9 y 6 años tendrán que irse del piso subvencionado por la Xunta que disfrutan desde hace cinco años. Carece de ingresos y dice que hará «lo que sea» para que no la separen de los niños

12 ene 2016 . Actualizado a las 22:17 h.

La vida no ha sido fácil para Vanesa Bregua, pero lo más difícil está a punto de producirse. Con solo 35 años, su historia incluye la muerte temprana de sus padres, muchos años en un centro de menores, violencia de género una vez emparejada y, desde hace un tiempo, al frente de una familia monoparental con dos niños de 6 y 9 años.

Pese a semejantes contratiempos, en la etapa más reciente disfruta una existencia relativamente ordenada gracias a disponer de un piso subvencionado por Instituto Galego da Vivenda e Solo, organismo dependiente de la Xunta. Con alojamiento a precio asequible, adecuado a sus escasos ingresos, ha podido ir trampeando con trabajos eventuales y ayudas sociales sumados a los 300 euros de pensión alimenticia que le pasa cada mes el padre de sus hijos.

Este frágil andamiaje está a punto de hundirse ante el final de la ayuda, cuyo tope son cinco años, que finaliza en marzo. El problema para Vanesa es que su situación sigue siendo la misma, y que tiene que seguir haciendo equilibrios para cubrir las necesidades básicas de los menores.

«Ahora mismo tengo un trabajo de una hora y no encuentro otra cosa. Y no es que no me mueva: busco, echo currículos y participo en el proyecto de Cáritas para la búsqueda de empleo, pero no lo encuentro», se lamenta.

Ante la falta de ingresos ha tenido que seguir buscando ayudas públicas. «En los últimos meses he recibido dinero del Concello para el pago de unos recibos de agua y luz, 39 y 90 euros. Abro poco el grifo y el mínimo posible la corriente. Sé que no tengo para pagar y me corto».

Pese a todo ello, lo que de verdad le asusta es perder su vivienda, lo que significará hundir su vida. «Mis hijos están escolarizados y con mucho esfuerzo logro sacarlos adelante, pero sin el piso será imposible. «¿A dónde voy si eso se produce? Seguro que para mí encuentro un refugio, algún sitio donde meterme, en la calle no pueden dejarme, pero sin mis niños no voy a ninguna parte», desgrana entre lágrimas.

La conversación con Vanesa no es fácil. La proximidad del desalojo es un peligro que tenía olvidado tras cinco años de estabilidad. Y es consciente de que perder el piso pone en riesgo la propia existencia de su familia.

«Yo estuve muchos años en un centro de menores y sé de lo que hablo. Ellos no están criados para vivir allí, no han hecho nada malo». El llanto le dificulta hablar, pero logra contenerse: «Antes hago lo que sea, no permitiré que nos separen», acierta a decir en medio de su desesperación. «No imagináis lo que hay en un centro de menores», le explica a los periodistas, que no saben donde meterse ante una conversación que pone sobre la mesa los efectos de la crisis entre los menos favorecidos, una realidad que suele pasar desapercibida.

Hasta llegar a su actual situación Vanesa vivió otros momentos complicados. Sus padres, enganchados a la droga, murieron jóvenes siendo ella muy pequeña. Tras una etapa con su abuela acabó en un centro de menores. Al cumplir los 18 años recaló en Pontevedra incorporada a un piso tutelado tras salir del centro. Después vino su emparejamiento, problemas con su pareja que un informe oficial califica de «violencia de género», aunque de esta fase prefiere no hablar. También cuenta con otro documento suscrito por un técnico que certifica que ejerce su labor de madre «de manera impecable». Ambos le han sido de gran utilidad a la hora de solicitar ayudas sociales. En el momento actual, sin embargo, no han surtido efecto para mantener la principal de todas, su piso.

En estas condiciones afrontó las fiestas navideñas, condicionada por la notificación de la propietaria del piso de que no quiere renovar el alquiler, aunque sin ayudas tampoco podría abordarlo y menos si sube el precio. Por este motivo tiene previsto hablar con el IGVS de inmediato para pedirle que mantengan la subvención al alquiler de que disfruta.

«Ante esto las navidades han sido un problema menor y en mi caso es fácil de resolver. No tengo de nada y solo tuvieron un juguete de sus abuelos. Yo se lo dije al mayor, que puede entenderlo. Y para el pequeño recuperé un muñequito que había olvidado, al que le puse un envoltorio. No había otra posibilidad. Ellos no tienen la culpa, pero no pude hacer otra cosa».

Respecto a la pérdida del piso, es un tema que el mayor entiende de alguna manera, pero imposible de comprender para el más pequeño. «Lo único que me dice es que no quiere separarse de mí en ningún caso, y en eso coincidimos. Es la única decisión que tengo tomada. Pase lo que pase».

La opción de resistir en la vivienda no la contempla. «Mandarían la policía y quiero ahorrarle a los niños ese espectáculo, pero no sé bien que hacer. No tengo familia a la que recurrir, una tía que se hiciera cargo de los niños un tiempo. Estoy sola y no tengo opciones, pero piensas que nunca va a pasarte. No te lo crees».