Primera piedra de la Colegiata

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland VIGO / LA VOZ

VIGO

Este año se cumplirán dos siglos del inicio de la construcción de la actual concatedral de Santa María, en el Casco Vello

04 ene 2016 . Actualizado a las 17:41 h.

En 2016 se cumplen dos siglos del comienzo de las obras de la actual concatedral de Santa María, en el Casco Vello de Vigo. Será en junio cuando sea pertinente cualquier acto en recuerdo de la efeméride.

El archivo municipal guarda el documento que da fe de la efeméride: «En ese día 25 de junio de este año se puso por el señor obispo la Cruz que quedó de noche custodiada en el área de la iglesia y, al día siguiente 26, se bendijo la primera piedra con toda la solemnidad que en procesión se concluyó a la fundación de abajo de la puerta principal, donde se puso la placa de plata con las armas de la ciudad y esta inscripción: Regnante Ferdinando VII Civitas Vigensis ad perpetuam memoriam». Como podemos observar, el miliario erigido la pasada primavera en García Barbón, donde se habla de una Pulchram Civitatem, no es una ocurrencia personal del alcalde Caballero. Ya hace dos siglos, los vigueses ya eran aficionados a los latines en las inscripciones públicas.

Junto a la placa, fueron colocados «un diploma igual al presente, monedas de oro, plata y vellón corrientes del rey Fernando VII, y la guía de los forasteros de este año y la Gaceta de último correo, todo en una caja de plomo que cubrió la primera piedra colocada por el señor obispo sobre la cual se construyen los fundamentos, después de manifestar el inmenso en voz alta el señor presidente [del Ayuntamiento] cuanto allí se depositaba para la eterna memoria». Si la caja de plomo no fue objeto de la codicia de los amigos de lo ajeno, todavía debería estar enterrada bajo los cimientos de la concatedral.

Xosé María Álvarez Blázquez relata que los gastos del nuevo templo «fueron sufragados con el importe de determinados arbitrios municipales, autorizados por el Rey con este objeto». Por tanto, resulta obvio que la actual concatedral fue pagada con dinero público. La obra, de corte neoclásico, tan maciza como fría, fue realizada por el arquitecto compostelano Melchor de Prado.

La iglesia anterior hubo de ser demolida porque, a comienzos del siglo XIX, los vigueses tenían incluso miedo de entrar en ella. Dicen que la explosión del polvorín de O Castro dañó severamente la construcción, pero fue la puntilla a una situación que ya era muy precaria. Lo explica Montserrat Rodríguez Paz, en su obra Santa María de Vigo: «Por aquellos años el templo parroquial vigués era un edificio de escasa calidad constructiva, cuyo estado de conservación era lamentable desde mediados del siglo XVIII».

La autora sugiere que, aún sin la explosión, se habría venido abajo igualmente: «Aunque siempre se ha atribuido la ruina al estallido del polvorín del castillo de San Sebastián, que no estaba precisamente ubicado en él, sino más próximo al antiguo ayuntamiento de la ciudad y por tanto del templo, esto no es del todo cierto, pues en 1807 la situación del templo ya era caótica».

La anterior, de 1403

Esta iglesia, de estilo gótico, que había sustituido a la primera románica, databa de 1403 y en 1497 había sido constituida como colegiata, nombre con el que aún hoy es popularmente conocida, aunque su denominación actual es «concatedral».

En 1811, dos años antes de la explosión del polvorín, ya se había desplomado una parte del templo. Que, además, despedía un olor hediondo por todo el Vigo amurallado. La razón eran las sepulturas que rodeaban la iglesia, donde se practicaban nuevos enterramientos, aunque ya no había sitio para ello. Así lo cuenta Montserrat Rodríguez: «Los cadáveres se amontonaban en el atrio e interior del templo por falta de espacio para el cementerio, lo que unido a las filtraciones de agua que esta sufría, provocó graves enfermedades entre el vecindario».

Así se acometió el proyecto diseñado por el arquitecto Melchor de Prado y Mariño, de la Real Academia de San Fernando. Además, se allanó el terreno para crear una plazoleta delante del templo.

Las obras concluyeron en 1838 y el resultado es la iglesia neoclásica que hoy vemos en el Casco Vello. Y que, el próximo mes de junio, celebra dos siglos desde que se colocó la primera piedra.