El Eligio se despide del público

María Jesús Fuente Decimavilla
maría jesús fuente VIGO / LA VOZ

VIGO

M. MORALEJO

La histórica taberna, visitada por el inspector Leo Caldas, ha cerrado sus puertas, pese a haber tenido ya sus propietarios ocho ofertas de alquiler

20 ene 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Ni tiene que ver con la nueva ley de alquileres antiguos, ni con los estragos que la crisis ha causado en otros locales de la ciudad. El cierre de la taberna de Eligio es por jubilación. Carlos Álvarez ha echado el candado para el respetable público y ahora solo saborea alguna que otra copita a mediodía con sus amigos más próximos. Y siempre a puerta cerrada, en familia.

«Mi mujer, que trabaja en Povisa, se jubila en mayo o junio y yo ya me jubilé. En casa toda la mañana no pintaba nada, porque ella sale a las tres; lo único que puedes hacer es cortar patatas, así que, me dije: 'Lo tendré para los amigos?», comenta Carlos.

Dicho y hecho. Para saciar la morriña, a media mañana departe con cinco o seis amigos y después, para casa a comer. Así es como la taberna de Eligio ha dicho adiós al mundanal ruido, como quien no quiere la cosa, de forma discreta, como suele hacer siempre las cosas su propietario. De hecho, en los últimos tiempos era habitual encontrar la puerta cerrada sin previo aviso. Lejos de extrañarse, la clientela ya estaba acostumbrada y repetía otro día. Pero esta vez eran demasiados y hacía sospechar que no era como las anteriores.

Novios para alquilar un local con tanta historia no le han faltado y de ello da fe Carlos: «Ya lo han querido alquilar ocho personas, pero no me hace falta». Tal vez no le haría ascos a la oferta si partiera de alguno de sus amigos. Entonces quizás podría salvarse el Eligio de engrosar la larga lista de locales con historia de la ciudad que en un perpetuo goteo están pasando a peor vida.

En su caso, no solo se pierde una taberna, sino la posibilidad de contemplar obras de destacados pintores gallegos, de comer las mejores xoubiñas rebozadas de Vigo y de departir con una gran familia. De eso sabe mucho el escritor Domingo Villar, quien en más de una ocasión se refería a este lugar como aquel en el que se sentía como en casa cada vez que regresaba de Madrid. Hace más de veinte años Villar ya acompañaba a su tío Cesáreo, ya fallecido, a tomar un vino. El que más echará en falta el Eligio es el personaje principal de La playa de los ahogados, el inspector Leo Caldas, quien acude constantemente a la taberna de Carlos. Tal vez a partir de ahora, Leo Caldas figure entre esa pandilla de privilegiados amigos que toman el vino del mediodía a puerta cerrada.

El establecimiento se remonta a 1905, cuando se dedicaba a guardar carruajes. Fue en 1920 cuando el ourensano Eligio González abrió la taberna en el mismo lugar que aún permanece, en la recóndita Travesía Aurora, una pequeña callejuela detrás de Príncipe, muy próxima a la Porta do Sol.

Ocupa el bajo de la antigua vivienda familiar, que ha logrado sobrevivir a la vorágine urbanística de otros tiempos y permanece en medio de grandes edificios como una isla.

Al fallecer el fundador, a mediados de los ochenta, se hizo cargo del negocio su yerno Carlos Álvarez, quien lo ha mantenido hasta ahora. El sucesor ha sabido conservar el espíritu de los años sesenta, cuando el Eligio era frecuentado por Celso Emilio Ferreiro, Cunqueiro, Blanco Amor, Laxeiro, Maside, Lodeiro y Lugrís, por citar solo algunos ejemplos. No solo eso, sino que también ha mantenido el vino de Leiro que tenía su suegro.

Lo que sí ha cambiado con el paso del tiempo es la clientela. Los profesionales de El Pueblo Gallego han dado paso a los del Colegio de Arquitectos, cuya sede se encuentra a escasos metros. «Aquí se juntó la élite de la cultura que había en ese momento, y también de la política. Se reunían grupos del Partido Comunista y de la derecha, pero llevándose bien, eran otros tiempos», apuntaba Carlos Álvarez en un reportaje publicado en La Voz.

Tranquilidad

Ahora tendrá más tiempo para viajar con su mujer a Tailandia, país del que es gran admirador como demuestra que lo haya visitado durante quince años. Y eso que nunca se ha sentido esclavo del negocio. Siempre se lo ha tomado con tranquilidad, de ahí que muchos de sus clientes acudieran a él para disfrutar de un rato de relax al salir del trabajo y de una buena conversación.