Oposiciones al barco de Noé

Begoña Rodríguez Sotelino
Begoña R. Sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO

M. MORALEJO

El oceanógrafo palentino inició de niño su afición por los animales en una piscina de hormigón que comenzó a llenar de bichos, pero no pudo tener su primer perro hasta que acabó la carrera

14 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada hacía presagiar el futuro profesional de Jorge de los Bueis, un hombre de secano nacido en Palencia que de niño se enamoró de la costa gallega verano a verano, cuando disfrutaba de las vacaciones familiares. En el colegio ya lo tenía claro y cuando llegó el momento de elegir carrera optó por trasladarse a Vigo para estudiar Ciencias del Mar. Y aunque los que habitan el medio marino son su especialidad, su pasión por todo tipo de animales es manifiesta y genética. «Mis padres eran aficionados a la pesca deportiva. No pescábamos nada pero íbamos mucho al río y pateábamos mucho monte».

En la finca del pueblo, en el que pasaban parte del verano rozando los 40 grados, su padre construyó para él y su hermana una piscina de hormigón. «Nos daba por la rodilla, así que según fuimos creciendo se convirtió en un estanque que yo fui llenando de todo tipo de bichos acuáticos», recuerda. Su curiosidad fue creciendo y la fue saciando tragándose todo cuanto documental sobre la naturaleza emitían por televisión, pero curiosamente, excepto aquel acuario artesano, no tuvo más animales hasta después de dejar la universidad.

«En casa no me dejaron porque mi madre tuvo un perro que murió atropellado y se quedó tan traumatizada que no quiso nunca otro más. Luego me fui a la universidad, pero en los pisos de estudiantes los caseros te prohíben tener animales, así que hasta que alquilé mi primera casa no fue posible», explica. Sin embargo, a partir de ahí no perdió el tiempo. Su pareja se empeñó en que quería un perro de golden retriever y él no se hizo mucho de rogar. Supo de una camada en la que quedaban un par de ejemplares por colocar y Thor llegó a su casa. Primero para revolucionarlo todo como buen cachorro y años más tarde para poner orden en un grupo muy peculiar.

Después de que la gata de una vecina y amiga tuviese descendencia, se quedaron con Nico, el que parecía más confiado. «Tanto, que Thor le pegó tres lametazos, lo adoptó sin problemas y el felino se comporta como un chucho. Viene cuando le llamas y se ha convertido en una especie de gaticán», asegura.

Más tarde, viendo la tragedia que padecen los galgos a manos de los cazadores, decidieron ir a por uno a través de una viguesa que colabora con una de las asociaciones que se dedican a su rescate. Al final recalaron en una perrera de Mérida a por Zeus, que se encontraba en muy mal estado. «Muy delgado, con una herida tremenda en la cola y muy asustadizo. A comer empezó rápido, se recuperó y le cambió el pelo enseguida. El problema en la cola se arregló tras tres meses de curas diarias y cuando arreglamos lo físico empezamos a tratar de solucionar la ansiedad por separación. Con veterinarios especializados en comportamiento y un tratamiento lo superó», relata. La tranquilizadora presencia de Thor en el entorno también ayudó al miedoso galgo a acabar con sus miedos.

Pero quizás lo que más llama la atención de la fauna que crece en casa del presidente de la Asociación Gallega de Oceanógrafos, nombrado también recientemente responsable de la federación española, son sus tortugas. El oceanógrafo de la Universidad de Vigo, residente ahora en Tomiño, siempre tuvo afición por ellas. «A mí no se me morían y mis compañeros de colegio me daba las suyas. En la finca de mis padres aún quedan dos, ya enormes, de cuando era niño y sigo recogiendo las de gente que no sabe qué hacer con ellas». Tiene siete en un acuario y otra separada en otro, porque es literalmente para darle de comer aparte. «Es una apalone spinífera de caparazón blanco, agresiva a más no poder», un curioso ejemplar carnívoro y totalmente acuático.